32

El viernes quince de julio no tuvo aurora. Las nubes eran bajas y pesadas y el cielo sólo palideció en un tono gris más claro al pasar de la noche a la mañana. Pero aunque las nubes continuaron bajas y amenazadoras durante todo el día, no se produjo la anunciada tormenta. El calor húmedo lo envolvía todo.

A las diez de la mañana todos los muchachos se habían reunido en la baja pendiente del jardín de delante de Kevin Grumbacher y contemplaban Old Central con los gemelos de Mike, mientras hablaban en voz baja.

– Me gustaría verlo con mis ojos -decía Kevin.

Su expresión era insegura.

– Adelante -dijo Jim Harlen-. Yo no iré. Puede que ahora haya allí más cadáveres. Tal vez añadan los vuestros a la hilera.

– Nadie va a ir -dijo suavemente Mike, que estaba mirando las ventanas y puertas entabladas del viejo colegio.

– Me pregunto en qué emplearán la sangre -dijo Lawrence.

Estaba tumbado de bruces en la pendiente, mordisqueando unas hojas de trébol.

Nadie expuso ninguna teoría.

– No importa en lo que la empleen -dijo Mike-. Sabemos que la cosa está allí, la cosa disfrazada de campana, y que exige sacrificios. Se alimenta del dolor y del miedo. Dale, lee aquella parte del libro que le cogiste a Ashley-Montague.

Harlen resopló.

– Sería más exacto decir que robaste a Ashley-Montague.

– Lee, Dale -dijo Mike sin bajar los prismáticos.

Dale hojeó el libro.

– «La muerte es la corona de todo» -leyó Dale-, así lo dice El Libro de la Ley. Ágape es igual a noventa y tres, siete uno ocho es igual a Estela seis seis seis, dice el Apocalipsis de la Cábala…

– Lee lo otro -dijo Mike. Bajó los prismáticos. Tenía los ojos muy cansados-. Lo que trata de la Estela Reveladora.

– Es una especie de poema -dijo Dale, bajando la gorra de béisbol sobre los ojos.

Mike asintió con la cabeza.

– Léelo.

Dale se puso a leer, dando a su voz un ritmo de sonsonete:

La Estela es la Madre y el Padre del Mago,

la Estela es la Boca y el Ano del abismo,

la Estela es el Corazón y el Hígado de Osiris;

en el Equinoccio Final

el trono de Osiris en el Este

mirará al trono de Horus en el Oeste

y los días se contarán así.

La Estela exigirá el Sacrificio

de pasteles, perfumes, escarabajos y

sangre del inocente.

La Estela recompensará a los que la sirven.

Y en el Despertar de los Días Finales,

la Estela estará formada por dos

de los Elementos: tierra y aire,

y sólo podrá ser destruida por los

dos últimos.

Porque la Estela es la Madre y el Padre del Mago,

porque la Estela es la Boca y el Ano del Abismo.

Los muchachos estaban sentados en círculo. Por fin dijo Lawrence:

– ¿Qué es un ano?

– Lo que tú eres -dijo Harlen.

– Es un planeta -dijo Dale-. Como Urano, ¿sabes?

Lawrence asintió con la cabeza.

– ¿Qué son los otros dos como se llamen? -dijo Harlen-. Los otros dos elementos. Los que podrían destruir la Estela.

Kevin cruzó los brazos.

– Tierra, aire, fuego y agua -dijo-. Los griegos y otros antes que ellos creían que eran la base de todo. La tierra y el aire crean las cosas, el fuego y el agua pueden destruirlas.

Mike cogió el libro y lo sostuvo, como tratando de sacar algo más de él.

– Que Dale y yo sepamos, es la única mención que se hace de la Estela Reveladora en este libro.

– Y sólo tenemos las notas de Duane para indicar que la Estela tiene algo que ver con todo esto -dijo Harlen.

Mike dejó el libro.

– Duane y su tío Art. Y los dos están muertos.

Kevin miró su reloj.

– Bueno, ¿de qué nos sirve esto?

Mike se echó atrás.

– Cuéntanos otra vez lo del camión de la leche de tu padre.

La voz de Kevin tomó algo del tono de letanía que había empleado Dale.

– Es un camión cisterna de siete mil quinientos litros -dijo-. La cuba es toda de acero inoxidable. Mi padre toma el camión cada mañana, excepto los domingos, y recoge la leche de los depósitos de las granjas. Sale temprano, generalmente a eso de las cuatro y media de la mañana, y sigue dos trayectos. A días alternos. Además de llevar la leche a la planta, coge muestras, las pesa, comprueba la calidad y maneja la bomba.

»Nuestro camión tiene una bomba centrífuga que funciona a mil ochocientas revoluciones por minuto, mucho más deprisa que las bombas que van con motor eléctrico. Éstas sólo alcanzan unas cuatrocientas revoluciones por minuto. Mi padre puede trasvasar unos doscientos ochenta litros por minuto del depósito de la granja a su cuba. Necesita una corriente de doscientos treinta voltios para hacerlo, pero todas las granjas las tienen.

»En el compartimiento de atrás del camión tiene un platillo de pruebas y líquido refrigerante. Allí está también la bomba. La manga se adapta a los compartimientos rojos del costado, que se parece un poco a los costados de los camiones de los bomberos.

»A veces yo le acompaño, pero generalmente no vuelve a casa hasta las dos de la tarde, y yo tengo cosas que hacer; así que me gano la asignación frotando la cuba, limpiando el camión y proveyéndolo de gasolina.

Kevin se interrumpió para respirar.

– Muéstranos otra vez la bomba de gasolina -dijo Mike.

Los cinco muchachos se dirigieron hacia el extremo norte de la casa. El señor Grumbacher había construido allí un gran cobertizo metálico para albergar el camión, y entre la doble puerta y la casa estaban el espacio enarenado para dar vuelta al vehículo y la bomba de gasolina. Dale siempre había considerado muy adecuado que su vecino tuviese su propio surtidor.

– La fábrica de productos lácteos contribuyó a pagarlo -dijo Kevin-. La Texaco de Ernie no abre temprano los fines de semana, y ellos no querían que papá tuviese que ir a repostar a Oak Hill.

– Dínoslo otra vez -dijo Mike-. ¿Qué capacidad tiene el depósito subterráneo?

– Cuatro mil quinientos litros -dijo Kevin.

Mike se frotó el labio inferior.

– Menos que la cuba.

– Si.

– La bomba tiene una cerradura -dijo Mike.

Kevin la golpeó.

– Sí, pero mi padre guarda la llave en el cajón de la derecha de su mesa. Y el cajón no está cerrado.

Mike asintió con la cabeza y esperó.

– La tapa del tanque está allí, en el suelo -dijo Kevin señalando-. También tiene una cerradura, pero la llave está en el mismo llavero que la de la bomba.

Los muchachos guardaron silencio durante un momento. Mike paseaba arriba y abajo, con las bambas haciendo chirriar suavemente la gravilla.

– Bueno, creo que es asunto resuelto.

Pero no parecía muy convencido.

– ¿Por qué el domingo por la mañana? -preguntó Dale-: ¿Por qué no mañana, el sábado por la mañana? ¡U hoy?

Mike se pasó la mano por el pelo.

– El domingo es el único día que el padre de Kevin se queda en casa. Y tiene que ser temprano, porque por la tarde hay demasiado bullicio. La hora mejor es después de salir el sol. A menos que alguno de vosotros quiera hacerlo de noche.

Dale, Kev, Lawrence y Harlen se miraron sin decir nada.

– Además -prosiguió Mike-, el domingo parece lo más adecuado. -Miró a su alrededor, como un sargento revisando a su tropa-. Mientras tanto, podremos prepararnos.

Harlen chascó los dedos.

– Esto me recuerda que tengo una sorpresa para vosotros. -Los condujo hacia el sitio donde estaba tirada su bici sobre el césped. Una bolsa de la compra colgaba del manillar; Harlen sacó dos walkie-talkies de ella-. Tú dijiste que esto podría ser conveniente -dijo a Mike.

– ¡Oh! -dijo éste, cogiendo uno de los aparatos. Pulsó un botón y sonaron los parásitos-. ¿Cómo los has conseguido de Sperling?

Harlen se encogió de hombros.

– Volví un momento a la fiesta la noche pasada. Todos estaban fuera, comiendo pasteles. Sperling había dejado esto sobre una de las mesas. Pensé que si una persona no tiene cuidado con algo, es que en realidad no le interesa. Además, sólo es un préstamo.

– Ya -dijo Mike.

Abrió un resorte y comprobó las pilas.

– Las he puesto nuevas esta mañana -dijo Harlen-. Estos aparatos funcionan muy bien hasta una distancia de un kilómetro y medio. Lo comprobé con mi madre esta mañana.

Kevin arqueó una ceja.

– ¿Y dónde le dijiste que los habías conseguido?

Harlen sonrió.

– Como un premio en la fiesta de los Staffney. Ya sabéis cómo son los ricos. Grandes fiestas, grandes premios…

– Hagamos una prueba -dijo Lawrence, cogiendo uno de los walkie-talkies y saltando sobre su bici.

Un minuto después se había perdido de vista en la Segunda Avenida.

Los muchachos se tumbaron sobre la hierba.

– De la Base a Explorador Rojo -dijo Mike por la radio-. ¿Dónde estás? Cambio.

La voz de Lawrence sonó débil y mezclada con parásitos, pero era perfectamente audible.

– Acabo de pasar por delante de la cooperativa. He visto a tu madre trabajando allí, Mike.

Harlen agarró el walkie-talkie.

– Di «cambio». Cambio.

– ¿Cambio-cambio? -dijo la voz de Lawrence.

– No -gruñó Harlen-. Sólo cambio.

– ¿Por qué?

– Dilo sólo cuando acabes de hablar, para que sepamos que has terminado. Cambio.

– Cambio -dijo Lawrence, resoplando.

Por lo visto estaba pedaleando de firme.

– No, estúpido -dijo Harlen-. Di algo más, y después di «cambio»

– Bueno, vete a la porra, Harlen. Cambio.

Mike cogió de nuevo la radio.

– ¿Dónde estás?

La voz de Lawrence se estaba debilitando.

– Acabo de pasar por delante del parque y sigo hacia el sur por Broad. -Y después de un momento de silencio-: Cambio.

– Es casi un kilómetro y medio -dijo Mike-. Muy bien. Ahora puedes volver a la base, Explorador Rojo. -Miró a Harlen-. Diez-cuatro.

– ¡Maldita sea! -dijo la vocecilla del niño.

Dale agarró el walkie-talkie.

– No maldigas, ¡maldita sea! ¿Qué pasa?

La voz de Lawrence era muy débil. Más que afectada por la distancia, parecía como si hablara en voz muy baja.

– ¡Eh…! Acabo de descubrir dónde está el camión de recogida de animales muertos.


Tardaron menos de media hora en terminar de llenar las botellas de Coca cola con gasolina. Dale había traído los trapos.

– ¿Y qué pasa con el contador de la bomba? -dijo Mike-. ¿No lleva tu padre la cuenta de los litros que gasta?

Kevin asintió con la cabeza.

– Como soy yo quien acostumbra a llenar el camión, soy quien lo anoto. No se dará cuenta de estos pocos litros.

Pero no parecía gustarle el engaño.

– Está bien -dijo Mike. Se agachó para dibujar en el polvo de detrás del cobertizo, mientras Dale y Lawrence depositaban cuidadosamente las botellas de Coca cola en una caja de leche que había traído Kev-. Así está la cosa -dijo Mike. Dibujó Main Street y después Broad por delante del parque. Utilizó la ramita que tenía en la mano para trazar el paseo circular de la vieja mansión Ashley-Montague-. ¿Estás seguro de que el camión estaba allí detrás? -preguntó a Lawrence-. ¿Y de que era el de recogida de animales muertos?

Lawrence pareció indignado.

– ¡Claro que estoy seguro!

– ¿Entre esos árboles? ¿En el viejo huerto de detrás de las ruinas?

– Sí, y está todo cubierto de ramas y de una red y de porquería. Como eso que usan los soldados

– Camuflaje -dijo Dale.

Lawrence asintió enérgicamente con la cabeza.

– Bueno -dijo Mike-. Ahora sabemos dónde ha estado. Y tiene sentido, aunque parezca extraño. La cuestión es si estamos todos de acuerdo en hacer algo hoy.

– Ya lo hemos votado -saltó Harlen.

– Sí -dijo Mike-, pero sabéis lo peligroso que es.

Kevin cogió un puñado de gravilla y de tierra, dejando que el polvo se filtrase entre sus dedos.

– Creo que sería más peligroso dejar al camión tranquilo hasta el domingo. Además, en cualquier caso, si esperamos, el camión podrá intervenir.

– Y también las cosas subterráneas -dijo Mike-. Sean lo que sean.

Kevin pareció pensativo.

– Sí, pero no podemos hacer nada al respecto. Si el camión se ha ido, una variable importante queda eliminada.

– Además -dijo Dale con una voz tan seca como un ruido de pedernal sobre el acero-, Van Syke y aquel maldito camión trataron de matar a Duane. Probablemente fue allí donde él murió.

Mike utilizó la ramita con la que dibujaba para rascarse la frente.

– Muy bien, lo votamos. Estuvimos de acuerdo. Ahora hay que hacerlo. La cuestión es dónde y quién. Dónde esperaremos los demás y quiénes serán los señuelos.

Los cuatro muchachos se juntaron más para mirar el tosco plano del pueblo que había dibujado Mike.

Harlen bajó la mano ilesa sobre el punto que representaba la mansión Ashley-Montague.

– ¿Y si nos limitásemos a atacarlo donde está? La casa se encuentra allí casi totalmente quemada.

Mike utilizó la ramita para ahondar el agujero en el polvo.

– Sí, eso está muy bien si el camión está vacío. Pero, ¿y si hace lo que creemos que podría hacer?

– Podemos atacarlo allí -dijo Harlen.

– ¿Podemos? -Los ojos grises de Mike se fijaron en los de su amigo-. Hay árboles delante y el huerto atrás, pero, ¿podríamos montarlo a tiempo? ¿Cómo entraremos…? ¿Por la vía del tren? Tenemos que llevar muchos trastos. Además, las ruinas están en el borde del pueblo, sólo a una manzana del cuartel de los bomberos. Siempre hay un par de voluntarios hablando en la puerta.

– Entonces, ¿dónde? -preguntó Dale-. Tenemos que pensar en los señuelos.

Mike se mordió un momento la uña del pulgar.

– Sí, tiene que ser un lugar lo bastante privado para que Van Syke haga su maniobra. Pero lo bastante cerca del pueblo para que podamos retirarnos fácilmente si las cosas se ponen mal.

– ¿El Arbol Negro? -preguntó Kevin.

Dale y Mike sacudieron enérgicamente la cabeza al mismo tiempo.

– Demasiado lejos -dijo Mike.

El recuerdo de la mañana anterior, en que habían escapado por los pelos, aún parecía fresco en su memoria.

Lawrence alargó con el dedo la línea de la Primera Avenida hacia el norte. Dibujó un bulto en el lado oeste de la calle, precisamente en la confluencia de Jubilee County Road.

– ¿Qué os parece la torre del agua? -dijo-. Podríamos cruzar el campo de béisbol y subir por esta línea de árboles de aquí. Sería fácil volver atrás.

Mike asintió con la cabeza, pensó un momento y después la sacudió.

– Demasiado descubierto -dijo-. Tendríamos que cruzar el campo de béisbol despejado para volver, y el camión podría hacerlo fácilmente, y mucho más deprisa.

Los muchachos fruncieron el ceño y estudiaron los garabatos en el polvo. Las nubes estaban bajas encima de ellos, y la humedad era terrible.

– ¿Y la parte oeste de la ciudad? -dijo Harlen-. Hacia el Grange Hall.

– No -dijo Mike-. Los señuelos tendrían que ir por Hard Road para llegar allí, y no hay ningún desnivel ni nada parecido. El camión los alcanzaría con toda seguridad. Además no podríamos volver con las bicicletas; tendríamos que cruzar los campos de detrás del cementerio protestante.

– Yo no quiero saber nada de los cementerios -dijo Dale.

Harlen se enjugó la cara.

– Bueno, esto confirma mi idea de hacerlo en la mansión. Parece que es el único lugar.

– Esperad -dijo Mike. Dibujó Broad Avenue hacia el norte, hasta Catton Road; después la prolongó dos manzanas hacia el oeste y trazó unas rayas que representaban la vía del tren-. ¿Qué os parece el elevador de grano? Está fuera de la vista pero lo bastante cerca para que los señuelos puedan llegar hasta allí.

– ¡Es de ellos! -exclamó Dale, horrorizado por la idea de volver a aquel lugar.

Mike asintió con la cabeza. Sus ojos grises eran ahora casi luminosos, como siempre que se le ocurría una idea que le gustaba.

– Sí, pero esto hará que se sientan más confiados cuando vayan a por nosotros, a por los señuelos. Además, tendremos varios caminos de retirada. -Dibujó rápidamente con el palito-. La carretera de tierra del lado este de la vía del tren aquí… Catton Road aquí…, el viejo camino del vertedero aquí… incluso el bosque o la vía si tenemos que dejar las bicicletas.

– El camión puede bajar fácilmente por la vía del tren -dijo Kevin-. Sus ruedas están bastante separadas y pueden rodar a ambos lados de los raíles…

– Sería un camino muy accidentado, debido a las traviesas -dijo Harlen.

Kevin se encogió de hombros.

– Persiguió a Duane derribando una valla y a través de un campo de maíz.

Mike miró fijamente el plano, como si con ello pudiese concebir un plan más adecuado.

– ¿Tiene alguien una idea mejor?

Nadie la tenía.

Mike borró el plano.

– Está bien; cuatro os instalaréis allí, y yo seré el señuelo.

Lawrence meneó la cabeza.

– No -dijo en tono desafiante-. Yo lo encontré; tengo que ser el señuelo.

– No seas idiota -saltó Mike-. Con esa pequeña bici no podrías adelantar ni a un hombre en una silla de ruedas.

Lawrence cerró los puños.

– Podría adelantar a ese viejo y roñoso trasto tuyo en cualquier momento, O'Rourke. Y puedo hacerlo con la rueda de delante levantada.

Mike suspiró y sacudió la cabeza.

– Tiene razón -dijo Dale, sorprendiéndose al decirlo-. Tu bici no es lo bastante rápida, Mike. Sólo que no debería ser él… -Pinchó a su hermano con un dedo-. Debería ser yo. Mi bici es la más nueva; además, necesitamos que tú esperes allí. Tú lanzas mil veces mejor que yo.

Mike lo pensó durante bastante rato.

– Está bien -dijo al fin-. Pero si no hay nadie allí cuando llegues a la mansión, dínoslo por el walkie-talkie e iremos enseguida. ¿Entendido? Lo haremos allí y no te preocupes de que el cuartel de bomberos esté tan cerca.

Harlen levantó la mano, como si estuviese en clase.

– Creo que debería hacerlo yo. -Su voz era casi firme, pero no del todo, y tenía los labios pálidos-. Vosotros tenéis dos brazos para lanzar. El papel de señuelo es el que me va mejor.

Kevin lanzó una risa burlona.

– El que haga de señuelo tiene que tener dos manos -dijo-. Será mejor que esperes con los demás.

Mike pareció divertido.

– Kev, ¿no quieres tú presentarte voluntario para héroe?

Kevin Grumbacher sacudió la cabeza, sin sonreír.

– Ya tendré bastante que hacer el domingo.

– Si llegamos al domingo -murmuró Dale.

– Esperad -dijo Harlen-. ¿Llevaremos las armas?

Mike reflexionó.

– Sí. Pero no las utilizaremos, a menos que sea necesario. El elevador no está muy lejos de la población. Alguien podría oírlo y llamar a Barney.

– La gente de la Quinta Avenida o de Catton Road sólo pensaría que es alguien cazando ratas en el vertedero -opinó Dale.

– Lo cual viene a ser eso -dijo Mike. Miró a su alrededor-. ¿Lo haremos?

Fue Lawrence quien respondió:

– Sí, pero yo voy a ser el señuelo. Dale puede venir conmigo si quiere; pero yo lo encontré y eso es asunto mío. Sin discusión.

Harlen se burló:

– ¿Qué vas a hacer, renacuajo? ¿Decírselo a tu madre si no te dejamos? ¿Aguantar la respiración hasta que te pongas morado?

Lawrence cruzó los brazos sobre el pecho, los miró a todos entrecerrando los ojos y sonrió, lenta y perezosamente.

Загрузка...