El viernes 12 de agosto de 1960, el satélite de comunicaciones Eco fue lanzado con éxito desde Cabo Cañaveral.
Aquella tarde, Dale, Lawrence, Kevin, Harlen y Mike fueron en bicicleta a casa de tío Henry y tía Lena, y después se dirigieron andando a los pastos de atrás y pasaron horas cavando en busca de la perdida Cueva de los Contrabandistas junto al barranco. Hacía mucho calor.
Cordie Cooke compareció poco antes de cenar y observó cómo cavaban. Su familia había vuelto a su casa junto a la Dump Road, y los muchachos del pueblo habían comentado el mucho tiempo que pasaba con Mike y los otros en estos días.
La excavación era lenta. A Harlen le habían quitado la nueva escayola hacía casi dos semanas, y a Kevin la escayola más pequeña una semana después; pero los dos cuidaban bien de sus brazos, y todos los chicos, salvo Harlen, tenían costras en las palmas de las manos. Manejaban cautelosamente los picos y las palas.
Sorprendentemente, justo antes de la hora de la cena -el coche de los padres de Dale y Lawrence acababa de detenerse en el camino de entrada, a cuatrocientos metros de distancia, y había hecho sonar el claxon para llamarles-, la pala de Mike se hundió en un hueco oscuro.
Un aire fresco brotó del agujero de veinticinco centímetros que había abierto en la falda de la colina. Lawrence, siempre optimista, había traído consigo una linterna. Ensancharon un poco el agujero y lo alumbraron.
No era una simple madriguera de una ardilla terrestre. La entrada estaba llena de botellas polvorientas y otros recipientes y se abría a un espacio más amplio y profundo. Los chicos pudieron ver una madera oscura que podía haber sido un cajón de embalaje o el borde de un mostrador. Una cosa curvada y oscura correspondía sin duda a un viejo neumático, posiblemente de un Modelo A enterrado allí, como había dicho siempre el tío Henry.
Los muchachos empezaron a cavar alrededor del agujero, ensanchándolo, arrojando terrones y piedras cuesta abajo, hacia el barranco; hasta que de pronto se detuvieron, como de mutuo y tácito acuerdo. Cordie, que estaba sentada a la sombra, al otro lado del barranco, levantó la mirada. Sus tejanos nuevos, de la Mercería Meyers, parecían atildados y rígidos sobre sus piernas. Se sacudió el polvo de los zapatos blancos con empeine marrón.
Mike retiró la pala y miró a los otros cuatro muchachos.
– Era verdad -dijo, soltando la pala y frotándose el labio inferior-. Pero no hay prisa, ¿eh?
Kevin se apoyó en su pico corto y se pasó una mano por los cabellos en cepillo. La cicatriz de la sien, pequeña y blanca, era casi invisible.
– No sé por qué tendría que haber prisa -dijo-. Han pasado más de treinta años. La cosa puede esperar.
Dale asintió con la cabeza.
– En realidad al tío Henry no le gustaría que los reporteros y los turistas y toda esa gente anduviesen rondando por aquí. Al menos por ahora. Con la espalda doliéndole aún y todo eso.
Harlen cruzó los brazos.
– No lo sé -dijo mirándoles uno a uno-. Tal vez podría haber algo valioso ahí.
Lawrence se encogió de hombros e hizo un guiño. Había estado cavando furiosamente para ensanchar el túnel de entrada. Ahora empujó parte de la tierra al sitio donde estaba antes.
– ¿No lo comprendes, Jim? Siempre ha estado ahí. No va a cambiar de sitio. Si lo que hay dentro ahora vale algo, piensa en lo que valdrá cuando volvamos dentro de unos años. -Empezó a poner más tierra en el orificio de un palmo y medio-. Será nuestro secreto -dijo sonriendo y levantando un poco las gafas sobre la pequeña nariz-. Sólo nuestro.
Trabajaron para cerrar el túnel con el mismo esfuerzo y entusiasmo que habían puesto en encontrarlo. Lo llenaron, apisonaron la tierra, volvieron a colocar pesadas piedras en los sitios donde habían estado colocadas, arrastrándolas cuesta arriba, hicieron lo mismo con el césped y las matas, e incluso repusieron en su sitio una raíz que habían apartado trabajosamente a un lado. Se echaron atrás para admirar un momento su trabajo; ahora la tierra parecía removida, pero dentro de un par de semanas habría crecido de nuevo la hierba, y en otoño nadie podría darse cuenta de que habían estado cavando allí.
Entonces echaron a andar hacia la casa para cenar.
Mike se detuvo en el sendero de la cuesta y miró a Cordie, que estaba todavía sentada en la margen opuesta, arrancando hojas de una rama.
– ¿Vienes? -dijo.
– Chicos -dijo ella sacudiendo la cabeza-. Cuando Dios terminó el material para los listos, hizo a los tontos.
Esperaron en las largas sombras de la vertiente, mientras ella cruzaba el riachuelo, pasando sobre un tronco, y subía para alcanzarles.
La investigación de los extraños sucesos del 10 al 16 de julio había durado semanas y todavía continuaba, aunque en otros sitios, no tan visible y con mucha menos urgencia.
El acontecimiento central resultó ser la desaparición del señor Dennis Ashley-Montague y su criado. Cuando la limusina fue encontrada abandonada en Bandstand Park, mucho después de las doce de la noche del incendio, con la máquina de cine proyectando todavía un rectángulo de luz blanca en la pared lateral del Parkside Café, la oficina del sheriff, la policía de Oak Hill y en definitiva el FBI, se habían lanzado a la caza del hombre. Durante semanas, hombres del FBI, de ceñidos trajes negros, brillantes corbatas negras y lustrados Florsheim negros, habían sido vistos caminando por las calles de Elm Haven, rondando alrededor del café e incluso bebiendo Pepsis en la taberna de Carl y en el Arbol Negro, «compadreando» y recogiendo los chismes que se contaban.
Que no eran pocos.
Había un millón de teorías para explicar el robo del camión de Ken Grumbacher -cometido casi con toda certeza por el doctor Roon, el ex director del colegio-, el incendio, el robo de varios cadáveres de la funeraria del señor Taylor y la desaparición del mecenas millonario de Elm Haven. Según se rumoreaba, los expertos forenses habían encontrado entre las ruinas de Old Central no sólo los huesos del doctor Roon y de los cadáveres desaparecidos sino tantos huesos que inducían a pensar que el colegio estaba en plena actividad cuando ardió el edificio. Algunos días más tarde se rumoreó en las peluquerías y en los salones de belleza que los análisis habían demostrado que muchos de los huesos eran viejos, muy viejos, y se elaboraron otras teorías sobre el extraño comportamiento de Karl Van Syke, ex cuidador del cementerio del Calvario y celador del colegio. La señora Whittaker sabía de buena fuente, por un primo suyo que pertenecía a la policía de Oak Hill, que el diente de oro del señor Van Syke había sido encontrado en un cráneo carbonizado entre las ruinas.
Diez días después del incendio, el mismo día en que llegaron las grúas demoledoras para derribar lo que quedaba de las paredes quemadas y acudieron bulldozers para cargar los ladrillos en volquetes y llenar el sótano sorprendentemente profundo de Old Central, circuló en el Parkside Café y en las líneas telefónicas el rumor de que el FBI había hecho progresos en el caso. Parecía que el Chevrolet negro de 1957 del juez de paz Congden había sido visto en Grand View Drive, cerca de la mansión del señor Ashley-Montague, el día en que se rumoreaba que había sido muerto J. P., cuatro antes del incendio del elevador de grano y cinco antes del de Old Central y de la desaparición del millonario El señor Caspar Jonathan («C. J.») Congden tenía que ser interrogado por el FBI.
Jim Harlen fue tal vez la última persona que vio a C. J. en Elm Haven; en efecto, vio al muchacho de dieciséis años rodando a toda velocidad hacia Hard Road en su Chevy, poco después de las diez de la mañana en que cundió el rumor de que tenía que ser interrogado. Y no volvió.
Kevin dijo a la policía, a la oficina del sheriff, al FBI y a su padre que Harlen y él se habían despertado al oír el ruido del generador y que habían salido con el tiempo justo para ver alejarse el camión en el camino. Ninguno de los dos sabía con seguridad la causa de que el conductor se hubiese dirigido a Old Central.
Varios días después del incendio, el sheriff encontró trozos de metal entre las ruinas, con postas del calibre 45 en ellas. En vista de lo cual Kevin confesó que al ver que robaban el camión, corrió con la 45 de su padre y disparó varias veces contra el camión. No creía que ésta fuese la causa de que el conductor perdiese el control, pero no estaba seguro.
Ken Grumbacher reprendió a su hijo por su irresponsabilidad y le tuvo encerrado en casa durante una semana, pero parecía orgulloso de las acciones del muchacho cuando las comentaba con otros hombres durante el café de la mañana o mientras trasvasaba leche al nuevo camión cisterna. El viejo estaba debidamente asegurado.
Los demás muchachos, tal vez a excepción de Cordie Cooke, que aquella noche se confundió con la oscuridad mientras el pueblo observaba cómo luchaban los bomberos contra el fuego, y que no volvió a ser vista en más de una semana, fueron interrogados por los padres y por la policía.
Los padres de Mike, y los de Dale y Lawrence se impresionaron mucho al ver que sus hijos habían sufrido quemaduras y arañazos al tratar de abrir la puerta atascada del camión antes de que estallara, tratando de salvar al conductor, de cuya identidad no estaban seguros.
Jim Harlen se quedó con el sheriff aquel sábado por la noche, y su madre se emocionó al enterarse de las acciones de su hijo cuando volvió de Peoria a casa a la mañana siguiente.
Memo, la abuela de Mike, empezó a dar claras señales de mejoría y pudo murmurar algunas palabras y mover el brazo derecho en la segunda semana de agosto. «Algunas personas ancianas se defienden bien», fue el comentario del doctor Viskes. El señor y la señora O'Rourke hablaron con el doctor Staffney para buscar especialistas que dictasen la terapéutica necesaria para su plena recuperación.
La semana de después del incendio los muchachos empezaron de nuevo a jugar al béisbol, a veces hasta doce horas seguidas, y Mike acudió a la casa de Donna Lou Perry para disculparse y pedirle que volviese a jugar con ellos como pitcher. Ella le cerró la puerta en las narices, pero su amiga Sandy Whittaker empezó a jugar con ellos el día siguiente, y muy pronto otras de las muchachas más atléticas se presentaron por la mañana para elegir su equipo. Michelle Staffney resultó ser una tercera base muy aceptable.
Cordie Cooke no jugaba al béisbol pero iba de excursión con los muchachos y a menudo se sentaba en silencio con ellos mientras jugaban al Monopolio los días de lluvia o se quedaba rondando por el gallinero. Su hermano Terence fue declarado fugitivo por la oficina del sheriff del condado y por la Patrulla de Carreteras. La señora Grumbacher ayudó a la familia Cooke cuando se tuvo la seguridad de que el señor Cooke se había largado definitivamente, y algunas damas de la Sociedad Benéfica Luterana visitaron la casa Cooke, llevando comida y otras cosas. El padre Dinmen venía de Oak Hill a decir misa sólo los miércoles y los domingos, en San Malaquías, y Mike continuó haciendo de monaguillo, aunque pensaba dejarlo en octubre, que era cuando la diócesis debía designar un nuevo sacerdote.
Pasaron los días y creció el maíz. Las pesadillas de los muchachos no desaparecieron del todo pero se hicieron menos inquietantes.
Las noches se alargaban un poco cada día, pero parecían mucho más cortas.
El señor y la señora Stewart habían venido a la casa del tío Henry para cenar y habían traído consigo a los O'Rourke y a los Grumbacher. La madre de Harlen llegó más tarde con un caballero amigo, con quien ahora se veía «regularmente». El hombre, llamado Cooper, era alto y tranquilo, y en realidad se parecía un poco al actor Gary Cooper, pero sus dientes de delante estaban un poco torcidos. Tal vez por esto sonreía raras veces. Regaló a Harlen un guante Mikey Mantle en su visita del último fin de semana, y le sonrió tímidamente al estrecharle la mano. Harlen no estaba todavía seguro de él.
Los muchachos comieron en el suelo, encima del garaje del tío Henry, consumiendo sus bistecs en platos de papel y bebiendo leche fresca y limonada. Después de cenar, mientras los mayores hablaban en el patio de atrás, los chicos se dirigieron a las hamacas instaladas en el extremo sur del terrado y contemplaron las estrellas.
Durante una pausa en su conversación sobre la vida extraterrestre y si los niños de otros planetas, que giraban alrededor de otras estrellas, tendrían o no maestros, Dale dijo:
– Ayer quise ir a ver al señor McBride.
Mike cruzó las manos detrás de la cabeza y se sentó en su hamaca encima de la baranda.
– Creía que iba a trasladarse a Chicago o a alguna otra parte
– Sí -dijo Dale-, para vivir con su hermana. Y ya se ha ido. Le vi el martes, cuando estaba a punto de marcharse. Ahora la casa está vacía.
Los cinco muchachos y la niña guardaron silencio durante un momento. Cerca del horizonte, un meteorito surcó silenciosamente el cielo.
– ¿De qué hablasteis? -preguntó Mike al cabo de un rato.
Dale le miró.
– De todo.
Harlen se estaba atando el zapato, sin dejar de meterse en su hamaca.
– ¿Te creyó?
– Sí -dijo Dale-. Me dio todas las libretas de Duane. Las viejas libretas en las que había estado escribiendo.
Volvieron a guardar silencio. La conversación apagada de los adultos se mezclaba con el canto de los grillos y el ruido de las ranas en el estanque del tío Henry.
– De una cosa estoy seguro -dijo Mike-. Nunca me dedicaré a cultivar el campo cuando sea mayor. Demasiado trabajo. Tal vez la construcción; trabajar al aire libre es agradable, pero no en el campo.
– Yo tampoco -dijo Kevin. Aún estaba masticando un rábano-. Estudiaré para ingeniero. Ingeniería nuclear. Tal vez serviré en un submarino.
Harlen balanceó las piernas sobre la baranda y se meció en su hamaca.
– Yo voy a hacer algo con lo que ganar mucho dinero. Compraventa de fincas. O banca. Bill es banquero.
– ¿Bill? -preguntó Mike.
– Bill Cooper -dijo Harlen-. O tal vez seré contrabandista.
– El whisky es legal -dijo Kevin.
Harlen hizo un guiño:
– Sí, pero hay otras cosas que no lo son. La gente siempre paga mucho dinero por esas cosas.
– Yo voy a ser profesional de béisbol -dijo Lawrence, que estaba sentado sobre la baranda-. Probablemente catcher. Como Yoghi Berra.
– ¡Ah! -dijeron los otros cuatro chicos al unísono-. Seguro.
Cordie también se hallaba sentada en la baranda. Había estado contemplando el cielo, pero ahora miró a Dale.
– ¿Y tú, qué vas a ser?
– Escritor -dijo Dale a media voz.
Los otros lo miraron fijamente. Dale no había sugerido nunca nada como esto. Sacó confuso una de las libretas de Duane que llevaba en el bolsillo.
– Deberíais leer esto. De veras. Duane se pasó horas… años… escribiendo sobre el aspecto de las personas, lo que dicen y cómo andan… -Hizo una pausa, dándose cuenta de lo tonto que sonaba esto pero sin que le importase-. Bueno, es como si supiese exactamente lo que iba a ser y el tiempo que tardaría en prepararse para serlo…, años de trabajo y de práctica antes de que incluso pudiese intentar algo tan difícil como un cuento… -Dale tocó la libreta-. Todo está aquí. En todas sus libretas.
Harlen le miró de soslayo, dubitativo.
– ¿Y tú vas a escribir los libros de Duane? ¿Los libros que él habría escrito?
– No -dijo suavemente Dale, sacudiendo la cabeza-. Escribiré mis propios relatos. Pero me acordaré de Duane. Y trataré de aprender de lo que él estaba haciendo, de lo que se estaba enseñando él mismo…
Lawrence pareció excitado.
– ¿Vas a escribir sobre todas las cosas reales? ¿Sobre lo que ha sucedido?
Dale pareció confuso, dispuesto a poner fin a este tema de conversación.
– Si lo hago, tonto, voy a describir lo grandes y móviles que son tus orejas. Y lo pequeño que es tu cerebro…
– ¡Mirad! -le interrumpió Cordie, señalando al cielo.
Todos levantaron la mirada para observar cómo se deslizaba silenciosamente Eco por el cielo. Incluso los adultos interrumpieron su conversación para mirar cómo se movía entre las estrellas aquel satélite que parecía una pequeña ascua.
– ¡Caramba! -exclamó Lawrence.
– Está allá arriba, ¿no? -susurró Cordie, con una cara extrañamente dulce y resplandeciente a la luz de las estrellas.
– Exactamente donde y cuando Duane dijo que estaría -comentó Mike.
Dale bajó en silencio la cabeza, sabiendo que el satélite, como la Cueva de los Contrabandistas, como tantas otras cosas, estaría allí mañana por la noche y pasado mañana, pero que este momento, con los amigos a su alrededor y la noche suave, con sus sonidos y brisas de verano y las voces de sus padres y de los amigos de éstos más allá de la casa, y con la sensación de los interminables días de verano que agosto traía consigo…, que este momento era sólo para ahora y debía ser conservado.
Y mientras Mike, Lawrence, Kevin, Harlen y Cordie observaban el paso del satélite, con las caras levantadas y maravillándose de la brillante y nueva era que empezaba, Dale los observaba a ellos, pensando en su amigo Duane y viendo las cosas a través de las palabras que hubiese podido emplear Duane para describirlas.
Y entonces, sabiendo instintivamente que tales momentos debían ser observados pero no destruidos por la observación, Dale se unió a sus amigos para mirar cómo alcanzaba Eco su cenit y empezaba a desvanecerse. Un minuto más tarde estaban discutiendo sobre béisbol y gritando sobre si los Cubs volverían a ganar alguna vez un banderín. Dale apenas estaba atento a la discusión, mientras una templada brisa soplaba sobre los interminables campos, agitando las sedosas borlas de un millón de tallos de maíz, como prometiendo muchas más semanas de verano y otro día cálido y brillante después del breve interludio de la noche.
[1] Apodo puesto por los colegiales a la señora Doublet. Double-Butt significa «trasero doble» o «culo gordo». (N. del T.)
[2] Peg es un diminutivo de Margaret. (N. del T)
[3] Bonnie significa «linda», «guapa». (N. del T.)
[4] Mink quiere decir «visón». (N. del T.)