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Lunes, 1 de febrero. Por la mañana


Antes de llegar a su casa, John Tonneman ya estaba rojo de furia.

– ¡Peter! -bramó al entrar.

El muchacho se hallaba en el salón, con una botella de brandy en la mano.

– ¿No puedes esperar al menos a que se ponga el sol? -censuró John.

– No estoy bebiendo.

– ¿Ah, no?

– Sólo miro la botella.

– Bah, otra de tus mentiras pueriles. Levántate cuando te hablo.

– Por favor, papá.

– Basta de «por favor». Ya he tenido bastante de ti y tus hazañas el día de hoy.

Peter obedeció con un suspiro.

– ¿Qué he hecho ahora?

– ¡Qué extraño que tú y Joseph Thaddeus Brown desaparecierais el mismo día! Y luego apareces tú, y encuentran muerto a Brown.

El muchacho sofocó un grito, como si le hubiera golpeado en el estómago.

– No puede ser.

– ¿Es todo lo que tienes que decir? Hay además un informe de uno de los hombres de Jake Hays en que se explica que tú y Brown os peleasteis el viernes por la noche, y que él sangraba.

– Es cierto, pero…

– ¡Dios mío! ¿Lo mataste, Peter?

En aquel momento Mariana irrumpió en la habitación y se abalanzó sobre su esposo como una gata furiosa.

– ¿Cómo te atreves a hacerle semejante pregunta? Es nuestro hijo.

– Pero el viejo Hays…

Lágrimas de cólera resbalaban por las mejillas de la mujer.

– ¿Das la espalda a tu hijo basándote en un… rumor? Todo el mundo sabe que Jake Hays cuenta con un despreciable grupo de confidentes, todos ellos borrachos y ladrones, capaces de contar cualquier chisme a cambio de dinero.

– Pero ¿por qué huyó Peter?

– No huyó. Simplemente se marchó. Es un adulto y tiene todo el derecho a ir a donde quiera.

– Pero ¿dónde está el dinero?

– ¿Cómo voy a saberlo? -Mariana echaba chispas por los ojos-. ¿Por qué crees que lo robó él? Probablemente lo hizo Brown o uno de los guardias nocturnos. No son de fiar. O tal vez tu querido Jamie.

– No; Jamie no. Él jamás…

– Oh, con qué rapidez sales en defensa del honor de tu amigo, en lugar de proteger el de nuestro hijo. ¿Sería demasiado pedir que lo apoyaras en estos momentos difíciles? -Alzó la voz como no lo había hecho en más de treinta y dos años-. ¿Por qué no desempeñas el papel que te corresponde y defiendes a tu hijo en lugar de acusarlo?

El motivo de la discusión subió a su habitación, llevándose consigo la botella de brandy. Ni siquiera advirtieron su ausencia.

La comida del mediodía, a base de manzanas, queso y carne con biscotes que John Tonneman solía saborear, le provocó náuseas. Él estaba furioso, Mariana taciturna, Peter ausente, y las niñas calladas, pero nerviosas. Duffy escogió ese preciso momento para entregar su cargamento. Agradeciendo la distracción, Tonneman acudió enseguida a la consulta, con gran disgusto de Mariana, que no consideraba zanjada la discusión.

Dos pacientes ancianos lo esperaban. La acusación de su esposa acerca de su actitud hacia su hijo seguía resonando en sus oídos mientras ponía a hervir agua en la estufa Franklin, atendía un corte en un dedo y abría un furúnculo al primer paciente, y diagnosticaba una gastritis al segundo.

¿Tenía razón Mariana? ¿Había dado la espalda a su hijo? No lograba apartar a Thaddeus Brown de sus pensamientos. Su muerte y el robo del dinero podían destrozar la vida de Peter y la reputación de la familia, tal vez durante generaciones. Debía resolver aquel caso.

Entregó al segundo paciente un paquete de hierbabuena y lo despidió. Tonneman alejó de su mente los problemas personales para dedicarse a sus obligaciones como juez de instrucción. Dejó a un lado el cráneo que continuaba intrigándolo y desnudó el cadáver depositado sobre la mesa. En los bolsillos del cuáquero encontró un billete de diez dólares y dos de tres del banco de Manhattan, una moneda de oro de dos dólares y medio, otra de plata de diez centavos y cuatro de cobre de medio centavo, además de un pañuelo de algodón y un delgado devocionario encuadernado en cuero.

Echó un vistazo a la tetera; el agua aún no hervía. Colocó los doce cubos que Duffy había llenado de tierra en dos hileras de seis. Al enderezarse sintió un pinchazo. Su vieja espalda ya no toleraba esa clase de ejercicio. No obstante, se arremangó la camisa, se arrodilló y examinó con detenimiento seis cubos, pasando la tierra por un improvisado tamiz. No encontró nada salvo hormigas y una larva de escarabajo.

Una vez hubo bullido el agua, procedió a lavar con trapos mojados el cadáver, empezando por la mano derecha, que sostenía el puñado de tierra. Cuando los trapos calientes devolvieron la flexibilidad a los dedos, abrió la mano y retiró la tierra firmemente apretada. En ella se veía aún la marca de los dedos del finado.

Arrojó el puñado de tierra en el cubo número siete y terminó de lavar el cadáver para a continuación cubrirlo con una lona.

Un débil destello hizo que centrara su atención en el séptimo cubo. El montón de tierra procedente de la mano de Brown se había desintegrado, revelando un trozo de metal. Tonneman recogió el interesante hallazgo y lo limpió. Ante él, unido a un fragmento de cadena de oro, había un pequeño camafeo de ónice con el perfil de una mujer grabado.

– Podría haberme ahorrado la molestia de colar toda esta tierra -gruñó de buen humor.

Limpió el camafeo y lo dejó en la mesa de la biblioteca, decidido a ocuparse más tarde de él. A continuación subió pesadamente a su habitación, donde Mariana dormía o fingía dormir.

Maldita sea. Estaba seguro de que cuando despertara se empeñaría en reanudar la discusión. Y aún tenía que asistir a la ópera del signore Da Ponte.



BAILE PÚBLICO

JOHN HAMILTON HULETT INFORMA RESPETUOSAMENTE A SUS AMISTADES Y DEMÁS CIUDADANOS DE QUE SU BAILE TENDRÁ LUGAR EL MIÉRCOLES DÍA 10 DE FEBRERO, EN EL UNIÓN HOTEL, WILLIAM STREET. VENTA DE ENTRADAS EN EL MOSTRADOR Y A TRAVÉS DEL SEÑOR HULETT EN EL NÚM. 15 DE CEDAR STREET.

New-York Evening Post

Febrero de 1808


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