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Lunes, 25 de enero. Al mediodía


Entre los marineros, ostreros, jornaleros y oficinistas mal pagados, los carniceros formaban la elite. Eran los que apostaban en las carreras, bebían y disfrutaban armando jarana.

Sin embargo, la gran afición de los carniceros eran las corridas de toros y perros.

La elevación de terreno entre Mott y Broadway, en Grand, se llamaba Bunker Hill debido al fuerte construido durante la guerra de la Independencia para defender al general Howe y sus tropas británicas.

Después de la contienda, la colina se convirtió en el escenario favorito para duelos y reuniones multitudinarias. A comienzos del nuevo siglo el gran Ned Winship, el carnicero del Fly Market, compró el terreno, derribó lo que quedaba del fuerte y lo cercó. Mandó erigir allí un estadio con capacidad para dos mil espectadores. La gente acudía incluso en el crudo invierno; no tantos como cuando hacía calor, pero si se les ofrecía un buen espectáculo y se les prometía sangre, acudían.

Esa era la plaza de toros del carnicero Ned, su orgullo y su deleite. Y le traía sin cuidado que la iglesia Presbiteriana escocesa se hallara a tres manzanas. Que se ocuparan de sus asuntos, que él se ocuparía de los suyos.

En el centro del ruedo, para entretenimiento de sus colegas carniceros y una multitud de amigos, una docena o más de hambrientos terriers cruzados de cincuenta a sesenta centímetros de altura, con el hocico delgado y las orejas caídas, eran colocados sobre un toro pura sangre encadenado a una anilla giratoria que apenas le permitía moverse e impedía que escapara.

El carnicero Ned lo encontraba terriblemente divertido. Pero la vida no era todo diversión, sino también un negocio. Así pues, Ned controlaba con precisión las apuestas, y seis de sus aprendices, jóvenes rudos y eficientes, se paseaban recogiendo las apuestas sobre cuáles y cuántos perros sufrirían una fuerte cornada antes de que el toro muriera, o cuánto tiempo tardaría la jauría en derribar y matar al toro.

Hacia allí encaminó sus pasos Maurice Jamison cierta mañana que se levantó con espíritu de apostar. En cuanto apareció, Ned el Carnicero apartó al gentío que solía congregarse en la plaza de toros para que el caballero realizara sus apuestas sin recibir codazos.

Con sus casi dos metros, Ned era apenas un poco más alto que Jamie. Competían en inteligencia y astucia, y Ned lo sabía. Jamie aceptó un trago de.la botella de ron que el carnicero le ofreció, luego lo siguió a la tercera grada, donde lo esperaban un banco y un almohadón. El toro ya había sido atado a la arena, y acababan de soltar a los enloquecidos terriers. Jamie asintió en señal de aprobación cuando los cinco perros atacaron a la vez. Se abrazó ante una repentina ráfaga de viento y se acomodó para observar el sangriento espectáculo.

No tardó en llevarse a la nariz el pañuelo amarillo pálido que guardaba en la manga. Ese lugar era odioso, con aquel intenso olor rancio a animales muertos putrefactos. Y los muertos eran sólo un poco peor que los vivos, porque éstos también apestaban, ya fueran hombres o animales. Aspiró el aroma del agua de colonia, logrando por sólo unos instantes enmascarar el hedor que lo rodeaba.

El toro exhalaba vaho al resoplar, pataleando contra el suelo helado. El hecho de estar atado lo enfurecía aún más. Entre bramidos convirtió rápidamente a sus escandalosos adversarios en cadáveres empapados en sangre.

Cuando terminó el tiempo, sólo quedaba un perro en pie, lo que convirtió a Jamie en ganador. Este miró alrededor en busca de Ned. El toro y los perros constituían un buen pasatiempo, pero había acudido a ese lugar para tratar de un asunto. Cuando finalmente lo localizó junto al puesto donde se vendían los números de lotería, volvió a arrugar la nariz, aunque no a causa del fétido olor, sino porque su sobrino político y protegido, el joven George Willard, conferenciaba con el gran Ned. ¿Qué podía estar diciendo tan impetuosa y furiosamente al carnicero de Fly Market? Jamie conocía la respuesta tan bien como a su sobrino. Éste era aficionado a las apuestas y, para mortificación de Jamie, se interesaba menos por las mujeres que por el vino y el juego.

Jamie sólo veía de George la mandíbula apretada entre la chistera ladeada, la camisa blanca inmaculada y el frac color vino que llevaba. Observó también que tenía los puños cerrados. El gran Ned se frotó la nariz, una patata bulbosa en su seboso rostro de carnicero.

Escuchaba a George Willard con una expresión de total desdén.

Jamie se acercó todo lo posible a los dos hombres sin ser visto. Ned el Carnicero alzó la mano derecha y chasqueó los dedos. Detrás de George apareció un hombre achaparrado con unos brazos semejantes a troncos. Debía de ser Charlie Wright (que nunca hacía nada malo), [4] uno de los matones de Ned. Aferrando a George de los fondillos de los pantalones color gamuza y del cuello de terciopelo negro, Charlie lo sostuvo en alto y se encaminó hacia la puerta de Broadway.

– ¡No ensucies su bonito atuendo, Charlie! -exclamó Ned el Carnicero-. Es un buen cliente.



BILLETES DE BANCO BILLETES DE BANCO DE VIRGINIA Y MARYLAND CON DESCUENTO DEL I POR CIENTO SI LA CANTIDAD ASCIENDE A MÁS DE 100 DÓLARES. CANTIDADES MENORES A PRECIO MÁS ALTO. BILLETES ORIENTALES Y SEPTENTRIONALES TAMBIÉN CON DESCUENTO A PRECIO MÓDICO.

PREGUNTAD POR G. Y R. WAITE, EN NÚM. 64 Y 30 DE MAIDEN LANE.

New-York Spectator

Enero de 1808


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