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9 y 10 de febrero. Del martes por la tarde al miércoles por la mañana


Peter salió de la cárcel municipal a primera hora de la tarde, cumpliendo la orden del alguacil mayor de que regresara a casa para dormir un poco. Se reuniría con él en la prisión a la mañana siguiente. Noah se encargaría de devolver el caballo a Lemual Wilson.

Al aproximarse al único hogar que había conocido, la casa de Rutgers Hill le pareció poco sólida y destartalada, como una camisa deshilachada. Faltaban tejas, y la vieja veleta en forma de gallo estaba inclinada y había perdido un trozo de la cola.

Si Charity consentía en ser su esposa, necesitaría un nuevo hogar para ella y el hijo; los hijos. Mientras rodeaba la casa hacia la consulta de su padre, Peter decidió que jamás exigiría a sus vástagos que ejercieran la misma profesión que él había elegido.

Se sentía satisfecho de sí mismo. Estaba convencido de que entre todos los alguaciles capturarían a George, así como a Ned y Charlie, y que se resolverían los asesinatos de Thaddeus Brown y Quintin Brock. Y sabía que así sería porque había hecho bien su trabajo.

También sabía que sería feliz con Charity y que ella le daría muchos hijos. Había comenzado un nuevo siglo, y con ayuda de Dios viviría para ver más de la mitad.

De la puerta de la consulta colgaba un letrero. Peter reconoció la letra temblorosa de su padre. «Cerrado hoy.» Sonrió. Últimamente lo estaba casi cada día.

Abrió la puerta y entró. La sala estaba inmaculada, como siempre, y no había rastro del anciano. Peter cruzó la casa hasta la cocina. Micah dormitaba junto a la cesta de ropa por zurcir. En la mesa había una bandeja de galletas puestas a enfriar. Cogió tres y dejó el abrigo manchado de sangre y la camisa en la silla junto a Micah, quien no se movió. ¿Dónde estaban sus padres?

Arriba, en la habitación de sus padres, encontró huellas de una gotera producida por la lluvia del lunes por la noche. Micah la había limpiado; de todas formas, el suelo del tercer piso estaría hecho un desastre. Prefirió no subir a verlo.

Su dormitorio estaba como una patena, y la cama hecha y abierta. Se despojó del resto de la ropa y, tras arrojarla al suelo, se tendió bajo las sábanas limpias.

Por desgracia no logró conciliar el sueño. Le escocían los ojos, y no cesaba de repasar la conversación entre Simone y Jake. La cabeza le daba vueltas con las preguntas sorprendentemente sencillas del alguacil mayor. Y con las respuestas de Simone. Cada vez que él le había repetido una pregunta, la contestación de ella había cambiado, con un añadido aquí, una floritura allá.

¿Quién, aparte de Ned, participaba en el negocio de la construcción?

El gran Ned supuestamente se dedicaba a construir edificios… como el nuevo ayuntamiento. Estaba muy involucrado en los trabajos de drenaje del Collect para la construcción de Canal Street. Ésa era la preocupación de la Collect Company, así como del comisario de vías públicas.

Finalmente Peter se entregó a un sueño agitado. Sólo despertó al oír movimiento en la casa. Se lavó y se puso ropa limpia. Oyó las voces de sus hermanas en el piso inferior, luego la de su madre.

Bajó a la biblioteca de su padre y permaneció en el umbral. John Tonneman se hallaba sentado ante el escritorio, con una botella de brandy y un vaso delante de él. El fuego estaba apagado, y sólo la lámpara del escritorio iluminaba la estancia. La tenue luz le mostró a su padre no sólo como el «viejo» que solía ver en él, sino como un hombre realmente anciano.

El doctor levantó el vaso lleno de líquido dorado y lo bebió saboreándolo. Sonrió.

– Señor.

– Peter, hijo, pasa y siéntate.

El joven quedó perplejo ante la efusión del saludo. ¿Había perdido el juicio?

John escudriñó a su hijo de la cabeza a los pies.

– Tienes buen aspecto.

– ¿Por qué no iba a tenerlo? -Peter se sentó ante su padre.

¿Qué pasaba por la cabeza del anciano? ¿Se enzarzarían en una nueva discusión? ¿O le soltaría otro sermón para criticar su decisión de no dedicarse a la medicina?

– Tu madre y yo hemos ido a Greenwich. Al regresar encontramos un mensaje de Hays para informarnos de que estabas con él, cumpliendo con tu deber.

– Así es.

Aunque el día en Greenwich Village con Mariana lo había transformado, a Tonneman seguía preocupándole el comportamiento de George Willard. El hijo de Abigail no podía ser un asesino; debía haber una explicación. ¿Qué estaba ocurriéndole a su mundo? El nuevo siglo apenas si había comenzado su octavo año, y ya se sentía totalmente abrumado por los recientes sucesos.

– ¿Es cierto que George es un asesino?

– Sí. Lo vi con mis propios ojos. Mató a Duffy con tanta sangre fría como si hubiera utilizado una pistola o un cuchillo. Lo encontré en la plaza de toros de Bunker Hill. -Peter se levantó y empezó a pasear por la pequeña habitación, imitando, sin darse cuenta, la costumbre de su padre.

– Bunker Hill -repitió John Tonneman, meneando la cabeza- Los dominios de Ned Winship. Nunca he comprendido por qué Jamie hace negocios con él. -Bebió otro sorbo de brandy- ¿Está George detenido?

– No, señor. Se produjeron otros hechos difíciles de explicar.

John Tonneman apuró el vaso de un sorbo y se sirvió otro.

– Tu padrino disentirá, pero todo el mundo sabe que Ned el Carnicero es la plaga de esta ciudad.

– Seguí a George y Charlie Wright hasta una casa de Duane Street.

– ¿La de la fulana francesa?

Peter notó que se ruborizaba.

– ¿La conoces?

El médico también se ruborizó.

– Es una celebridad en esta ciudad. Y soy médico. ¿Cómo se llama?

– Simone Aubergine. -Esta vez el anciano lo había sorprendido. Aun sabiendo que debía cambiar de tema, Peter no pudo evitar preguntar-: ¿De qué la conoces?

Tonneman echó a reír al ver el horror reflejado en el rostro de su hijo.

– Vamos, muchacho, no nací ayer. -Agitó la mano y se dispuso a servir otra copa; de pronto se detuvo.

– La acuchillaron y arrojaron al Hudson. La creyeron muerta. Yo la rescaté, y ahora está en la cárcel. Un tal doctor Heller la atendió, y ahora se encuentra bien.

Tonneman asintió vigorosamente.

– Conozco a Lawrence Heller. A decir verdad, me enseñó anatomía. Un buen hombre, con muchas ideas nuevas. -Se sentía orgulloso de Heller. Y de su hijo.

– Tuve que dejar escapar a George, pues de lo contrario Simone se habría ahogado.

– Hiciste bien. ¿Simone? ¿La conoces personalmente?

– Estaba con ella cuando Brown fue asesinado, señor.

Se produjo un silencio.

– Dudé de ti, hijo, pero realmente nunca creí que hubieras matado a Brown y robado la caja fuerte.

– ¿Habrías creído que George Willard es un asesino?

El viejo médico reflexionó unos instantes.

– Del hijo de Abigail, jamás había sospechado; del hijo de Richard Willard, tal vez. Pobre Abigail, le costará encajarlo. George le alegraba la existencia.

– Tal vez consiga escapar, pero…

– Aun cuando lo hiciera, es terrible vivir con ese peso. Yo la consolaré; además cuenta con el apoyo de Jamie.

– ¿Quién cuenta con el apoyo de Jamie? -La pregunta procedía de Mariana, de pie en el umbral. Hacía años que su marido no veía tanto fuego en sus ojos.

– Abigail. Hablábamos de lo que ha hecho George.

– Es muy triste, pero nunca me han gustado los Willard y no fingiré que los aprecio ahora que están en apuros. Peter, te repetiré la pregunta que he formulado a tu padre: ¿crees posible que George matara a Thaddeus Brown?

Peter, que nunca había visto a su madre, ni a ninguna mujer, con pantalones, trató de no mirarla fijamente.

– Tal vez, madre.

– ¿Qué has hecho con tu ropa? -inquirió ella-. Está destrozada.

– Es una larga historia, madre.

– Me la contarás durante la cena -dijo, volviendo a la cocina- Ya está en la mesa. No dejéis que se enfríe.

– Un momento, papá -dijo Peter cuando el viejo médico se levantaba para seguir a su esposa-. ¿Has dicho que Jamie tiene tratos con Ned el Carnicero?

– ¿Lo he dicho? No sé. Jamie fundó un sindicato y lleva años especulando con la tierra. Ha insistido muchas veces en que participe en el negocio, pero… -Se encogió de hombros-. Pero no soy jugador, hijo.

– ¿Tierra? ¿Te refieres a la tierra que rodea el Collect?

– Entre otras. A Jamie le han ido bien las cosas… -Tonneman se interrumpió al recordar de pronto las palabras de Quintin. ¿Por qué no había establecido la relación antes?


Poco antes del amanecer Peter salió a hurtadillas de la casa. Las farolas de aceite de ballena de la calle proyectaban una tenue luz, y hacía más frío. Envolviéndose en su capa, echó a andar a paso ligero hacia la cárcel.

Jerry el Tuerto roncaba espatarrado en la entrada. Otro alguacil dormía en la silla de Alsop, ante el escritorio alto. Saltando por encima de Jerry el Tuerto, pasó por delante del alguacil dormido, cogió la lámpara de la mesa y se encaminó hacia las celdas.

– ¿Quién anda ahí? -inquirió Simone con voz áspera y algo temerosa.

– Soy yo, Peter. -Se iluminó el rostro con la lámpara.

– Gracias a Dios. -Simone se hallaba sentada en el camastro-. Volverán a por mí.C'est la vie. Debo salir de este lugar infernal.

Peter negó con la cabeza.

– Aquí estás a salvo. Creen que estás muerta en el fondo del río. Jake te ayudará, pero tendrás que explicar todo al juez.

– Me matarán. -La mujer se tendió en el camastro, asustada y cansada-. Si no muero de esta herida.

Peter se arrodilló junto al jergón.

– Simone, ¿alguna vez oíste a Ned mencionar el nombre de Maurice Jamison?

– ¿Jamison? -La mujer frunció el entrecejo-. ¿Jamison? -repitió. Luego negó con la cabeza.

– Jamie.

– Jamie. -Simone volvió a negar con la cabeza; de pronto se le formaron hoyuelos en las mejillas-. Oh,-exclamó-. Miento. He oído ese nombre. Una vez. Ned me llevó a echar un vistazo a un terreno cerca de la finca Stuyvesant. Afirmó que algún día valdría mucho. De regreso nos detuvimos en una casa de Richmond Hill. Eso fue el pasado julio. -Suspiró-. Nueva York es peor que París en julio. Me hizo esperar en el coche. -Esbozó una sonrisa y continuó-: No me gustaba esperar ahí dentro; además, hacía mucho calor. Así, pues, bajé para dar una vuelta.

»Había una ventana abierta. La gente hablaba y, por supuesto, escuché. En mi oficio nunca sabes qué puede serte útil. Oí a Ned decir: "Es nuestro por una bicoca, Jamie»



AVISO

MINTURN & CHAMPLIN, QUE HAN TRASLADADO SU OFICINA POR EL MOMENTO DEL MUELLE FRANKLIN AL NÚM. 21 DE ROBINSON STREET, TIENEN A LA VENTA 1500 BARRILES DE HARINA EXTRAFINA.

New-York Herald

Febrero de 1808


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