36

Viernes, 5 de febrero. Muy de mañana


– Quintin ya había sido asaltado por lo menos en dos ocasiones, Jake -señaló John Tonneman compungido. Cerró la puerta del salón, como si así pudiera dejar fuera la tragedia-. Me temo que sabía que acabaría por ocurrir.

Miró de reojo a su hijo, que se hallaba de pie al lado de Hays y otro joven.

– ¿Te explicó por qué? -preguntó Hays, frotándose la nariz y entornando los ojos.

Tonneman estaba ocupado con su encendedor instantáneo. El ritual le permitía poner en orden sus pensamientos. Extrajo de una caja de la repisa una pequeña varilla, la introdujo en otra y la mostró como si fuera un prestidigitador de circo. El fósforo se encendió al instante. Duffy quedó debidamente impresionado. Tonneman inclinó la cabeza hacia él y utilizó la llama para encender una lámpara y su cigarro.

Menuda estupidez -pensó el alguacil mayor-. Podría haberlo encendido en el hermoso fuego de la chimenea. Cualquier día prenderá fuego a toda la maldita ciudad con ese artilugio.

– No has respondido a la pregunta.

– ¿Cómo dices? -inquirió Tonneman, que aún no había tomado su té matinal y estaba algo atontado.

– ¿Te dijo por qué?

La puerta del salón se abrió, y apareció Mariana, ya vestida, con un tazón de té en la mano.

– ¿John? ¿Peter? ¿Qué ha sucedido? -preguntó mirando a Jake.

Tonneman cogió el tazón de sus trémulas manos.

– Han matado a golpes a Quintin, Mariana. El cadáver está en mi consulta.

– ¿Quintin? ¿Quintin Brock? ¿Nuestro Quintin? -Se le demudó el rostro. Su marido la rodeó con el brazo para atraerla hacia sí, y ella lloró contra su pecho.

– Durante la guerra -explicó el doctor a Jake-, cuando éramos jóvenes, Quintin trabajó aquí como mayordomo.

Mariana se desprendió del abrazo de su marido.

– Era un hombre bueno. ¿Quién lo ha asesinado? ¿Por qué? -Clavó la mirada en su hijo-. Estás pálido, Peter. Has vuelto a trasnochar, ¿verdad?

– Duffy y yo encontramos a Quintin, madre.

– En paz descanse -murmuró Mariana-. Creo que les apetecerá una taza de té, caballeros.

– Sí, madre.

– ¿Señor Hays?

– Me sentará muy bien, señora Tonneman. Quiero que usted y su marido sepan que Peter se ha convertido en un extraordinario alguacil eventual…

Mariana y John resplandecieron. Enjugándose las lágrimas, la mujer salió de la habitación.

Jacob Hays sabía ser diplomático cuando quería.

– Y no quisiera pasar por alto el trabajo de un extraordinario guardia nocturno, William Duffy, a quien también he ascendido a alguacil eventual.

Eufórico, Duffy ejecutó unos pasos de baile.

John Tonneman arqueó las cejas.

– ¿Puedes hacerlo, Jake? Me refiero a que los alguaciles deben ser elegidos, y con Peter ya has rebasado el cupo.

Jake curvó sus finos labios en su versión de sonrisa.

– Soy Jacob Hays y puedo hacer lo que se me antoje en lo que a mis hombres se refiere. Si puedo nombrar a Peter alguacil eventual, ¿por qué no voy a poder hacer lo mismo con el joven Bill Duffy? Maldita sea, John, realizan su labor mejor que cualquiera de los alguaciles de que dispongo. Serán mis ayudantes personales y no estarán confinados a un distrito, sino que podrán recorrer la ciudad a su aire, como hago yo. Tal vez en pareja. -Consideró la idea que acababa de presentar, y le gustó.

Mariana regresó.

– El desayuno está listo en la cocina. ¿Por qué matarían a Quintin?

Jake se estiró la nariz.

– Eso tratamos de averiguar, señora Tonneman.

– No sigas -replicó Tonneman-. Quintin vivía a orillas del embalse. Me comentó que Ned Winship, el carnicero, codiciaba su tierra.

– Y sé por qué -añadió Jake-. El consejo está a punto de sancionar la revalorización de las propiedades del Collect, es decir, de los terrenos que el ayuntamiento necesita para la construcción de Canal Street.

Tonneman asintió.

– Hace apenas tres días, Quintin señaló el cadáver de Brown tendido en la camilla de mi consulta y dijo: «Mañana podría estar tan muerto como él.» Insinuó que sus asaltantes estaban implicados en la muerte de Thaddeus Brown.

– Habría sido un detalle que me informaras de ello, John.

Cohibido, el doctor clavó la vista en su cigarro.

– ¿A quiénes se refería?

– Se lo pregunté, pero no contestó. Aseguró que era del dominio público.

– Del mío no.

– Supongo que se refería a Ned el Carnicero.

– Yo también. Y Ned será mi próxima visita.

Micah asomó la cabeza por la puerta.

– El desayuno, señora.

– Estoy segura de que ese hombre podrá esperar -repuso Mariana como una niña.

Jake asintió. Era un hombre práctico. Lo habían llamado sin ceremonias en mitad de la noche y le apetecía desayunar.

– Quintin me comentó que poseía cierta propiedad por la zona del canal -explicó John Tonneman mientras seguían a Mariana a la cocina.

– Entiendo -respondió Jake. Estaba haciendo progresos-. Ahora comamos.

Se sentaron a la gran mesa de roble y se abalanzaron con apetito sobre el pastel de pollo, el pan, el té y el café.

– ¿Le registrasteis los bolsillos? -preguntó Jake.

Peter trataba de evitar a su madre, que le sonreía y no cesaba de acariciarle el cabello. Duffy sólo tenía ojos para Micah, quien parecía servir toda la comida en su plato.

– ¡Oh, cielos! -exclamó la joven criada, batiendo palmas por algo que le había dicho Duffy.

Una mirada de Mariana bastó para aplacarla.

– ¡Chicos! -bramó Jake de buen humor-. ¿Le registrasteis los bolsillos?

Peter y Duffy se volvieron hacia él y asintieron. Éste se metió una mano en la chaqueta y la tendió para mostrar un elegante peine de carey.

– Sólo encontramos esto.

– Quintin trabajaba de peluquero para el señor Toussaint -apuntó Mariana.

Jake examinó el peine y lo guardó en el bolsillo del chaleco.

– ¿No llevaba dinero o un libro?

– No, señor -respondió Peter.

Duffy asintió en conformidad.

Jake rebañó el plato con un trozo de pan, se lo llevó a la boca y lo tragó con un sorbo de té.

– Eso es todo, muchachos. Vámonos. -Volviéndose hacia Mariana, añadió-: Gracias por el exquisito desayuno. -A continuación se dirigió a John Tonneman-: Pediré a Noah que avise a Robert Dillon para que recoja a Quintin y le dé un entierro cristiano decente.

Fuera lo esperaban los dos alguaciles eventuales. Duffy comenzaba a parecer un sonámbulo, con el cuerpo inclinado y los ojos medio cerrados.

– ¿Y ahora, señor?

Peter estaba tan exhausto como su compañero, pero no tenía intención de demostrarlo. Y le molestaba que su madre hubiera notado su profundo cansancio. Si era lo bastante avispado, aprendería mucho del viejo Hays. Y tal vez seguiría sus pasos.

– Duffy, ve a casa y duerme -ordenó Hays-. Nos reuniremos en la cárcel.

Duffy asintió con expresión somnolienta y se alejó con paso vacilante.

Jake se volvió hacia Peter.

– ¿En qué piensas, muchacho?

– En lo que ha explicado mi padre. Quintin le comentó que los mismos hombres que andaban tras él habían asesinado a Brown.

– Ya lo sospechaba yo. Y eso resta importancia a la cuestión de si tuviste algo que ver con la reciente muerte de Thaddeus Brown. -El alguacil mayor lanzó a Peter una mirada fulminante.

– Señor, no puede…

A Jake le habría gustado satisfacer su curiosidad acerca de la asistencia de la prostituta Simone y Peter al funeral de Brown, pero cada cosa a su debido tiempo. Indicó a Noah con una seña que se acercara con el carruaje.

– Di a Robert Dillon que recoja el cadáver de Quintin Brown -ordenó Jake-. Averigua en qué iglesia se celebrará el funeral.

Acto seguido subió al coche murmurando a Noah algo que Peter no oyó. Ante un gesto de impaciencia del alguacil mayor, el joven también subió.

Tras una breve parada en la funeraria de Dillon, subieron por Broadway. Durante el trayecto, Hays observó el terreno y la gente en silencio. Al aproximarse a Mulberry, Peter comprendió adonde se dirigían. Cuando el carruaje se detuvo ante la taberna del gran Ned, en Mulberry Street, Jake, que hasta entonces había permanecido callado, habló:

– Escucha bien, hijo. Debes seguir una rata para atrapar a las demás. Formula preguntas y luego déjate guiar por el instinto.

Claro que si tuviera un instinto como el del viejo Hays no resultaría fácil, pensó Peter, que tosió para disimular una sonrisa.

Encontraron a Ned el Carnicero en su alcoba. Apestaba a alcohol, perfume y sobre todo sudor. Había ropa esparcida sobre la cama deshecha. El resto del mobiliario se componía de dos sillas de madera tosca, una mesa Chippendale sorprendentemente bonita y un arcón de marinero. Encima de la cama colgaba un triste espejo. La habitación quedaba iluminada por el fuego que ardía en la pequeña chimenea, una única vela en la mesa y los rayos del sol que lograban abrirse paso por la sucia y estrecha ventana encima del arcón. Una joven rolliza con una blusa blanca muy escotada y una combinación de bombasí que había sido blanca afeitaba a Ned. Mientras le pasaba la navaja por la mejilla, Ned le cogió uno de sus generosos pechos.

– Para o acabarás con un corte en el cuello -advirtió ella, sin detenerse.

Ned sonrió. Ni él ni la joven se habían inmutado al ver entrar a los dos alguaciles.

Peter miró a Jake parpadeando. Este permaneció impertérrito.

Después de cada pasada, la joven enjuagaba la navaja en un bol cubierto de espuma en que flotaban pelos. Cuando hubo terminado, le secó y empolvó las mejillas. Por último recogió el bol.

– ¿Quieres mirarte? -Señaló el espejo de la pared.

– No. Buenos días, Jake. Eres muy amable al hacerme una visita. -Ned colocó sus manazas en el trasero de la joven- Largo, Amy. -Apretó una nalga y propinó un cachete en la otra. El agua se derramó del bol, empapando a la muchacha.

– ¡Mira lo que has hecho! -La joven se enfadó y tuvo la mala ocurrencia de demostrarlo.

El gran Ned cerró el puño. Encogida de miedo, la chica se llevó un dedo a los labios y retrocedió.

– Buenos días, Jake -saludó, educada como una criada, haciendo una reverencia.

– Buenos días, señorita Wiggins -respondió Jake, superándola en cortesía.

La había ahuyentado de las calles muchas veces a lo largo de su carrera de prostituta en Nueva York. La joven dedicó una reverencia a Peter.

– Buenos días, señor. -Recogiéndose las faldas, bajó presurosa por las escaleras.

Winship se levantó, se limpió el resto del jabón de las orejas y encendió un cigarro con la vela de la mesa.

– ¿Qué puedo hacer por ti, Hays?

Jake indicó con una seña a Peter que permaneciera cerca de la puerta. Luego se paseó por la habitación, removiendo cosas aquí y allá con el bastón.

– ¿Conoces a Quintin Brock?

– Es posible. -Ned cogió una camisa de un montón de ropa que había sobre la cama y la olió antes de ponérsela. Luego se la remetió en los pantalones.

– Haz memoria.

– Era un viejo negro, ¿no?

– ¿Era?

– Era o es, ¿qué carajo importa? Sólo es un negro. -Ned echó a reír y, dando la espalda al alguacil mayor, empezó a revolver en un cajón.

– Importa porque ayer noche lo mataron a golpes.

– Oh, qué tragedia. Las calles de nuestra ciudad no son seguras.

– Pensé que tal vez Quintin Brock tenía algo que te interesaba. Como un terreno en la ruta del canal.

– Bueno, ahora que lo mencionas… -Ned sacó un papel del escritorio y lo alisó-. Yo y ese negro hicimos un trato ayer. -Sonrió-. Me vendió su terreno del embalse por quinientos dólares; cuatrocientos en billetes del Manhattan Bank y cien en diez águilas. [10] Alguien debió de matar a ese estúpido cabrón para arrebatarle el dinero.

– ¿Por qué «estúpido»? -inquirió Peter.

– El cachorro sabe ladrar -se burló Ned. Entornó sus desagradables ojos y añadió-: Porque le propuse que Charlie lo acompañara a su casa y me torció su negro morro.

– ¿Y dónde tuvo lugar la venta? -prosiguió Peter.

– En la taberna. Cinco hombres y dos mujeres pue den atestiguarlo.

– El señor Brock vivía junto al Collect.

– ¿Señor? -repitió con desdén Ned el Carnicero-. ¡Y un cuerno!

– Encontraron su cuerpo entre Murray y Church, lejos del embalse. ¿Por qué iba a salir de aquí con todo ese dinero, pasar de largo su casa y terminar en el sur de la ciudad?

Ned tendió las manos.

– Como he dicho, era un negro estúpido.

Peter carraspeó.

– Hay un buen trecho desde aquí. ¿No es ésa la zona que se considera sus dominios por estar bajo la protección de sus matones?

Ned negó con la cabeza con fingido asombro.

– ¿Has oído al chico, Jake? ¿Mis dominios? ¿Mi protección? Esas calles forman parte de la ciudad de Nueva York, y todo el mundo sabe que la ciudad de Nueva York se halla bajo la protección de Jacob Hays.

Jake lanzó una mirada aprobadora al joven Peter.

– Te crees muy chistoso, ¿verdad, Ned?

– Lo que tú digas, Jake. Apuesto un ron contra una cerveza a que no encontraste ni un centavo en los bolsillos del negro.

– Es cierto.

El alguacil mayor cogió el folio de las manos de Ned. Se trataba de una escritura de venta firmada por Ned Winship. Junto al nombre de Quintin Brock había una gran «X» torcida. Jake se la enseñó a Peter Tonneman. Luego, sin pronunciar palabra, dejó la escritura en la mesa y salió a grandes zancadas de la habitación. Peter dedicó una sonrisa a Ned antes de echar a correr tras su nuevo jefe.

– Ese cabrón mató a Quintin Brock -murmuró Jake mientras bajaba por las escaleras.

– Eso está claro, señor.

– Ahora sólo nos queda demostrarlo.

– Eso también está claro, señor. Y podemos hacerlo.

Jake se detuvo bruscamente.

– Desembucha, muchacho. ¿Cómo?

– Quintin era un buen amigo de mi familia. Hacía años que no lo veíamos, pero cuando yo era niño nos visitaba con frecuencia y a veces jugaba conmigo…

– Al grano, chico.

– Y me ayudaba a leer el libro del señor Bunyan. Quintin Brock sabía leer y escribir.



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New-York Herald

Febrero de 1808

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