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Martes, 2 de febrero. Por la noche


– No hay un rufián en esta ciudad que yo no conozca -comentaba Jake.

Noah asintió; ya lo había oído antes. Pronto darían las ocho, y hacía casi dos horas que Meg Doty había mencionado a John Tonneman. Habían seguido a la mujer. En opinión de Jake, el mejor método para averiguar detalles acerca de un crimen consistía en seguir al criminal.

Y Meg los había obligado a subir por un camino, bajar por otro y adentrarse en callejones, algunos sin salida. Había revuelto entre las basuras, apartando de una patada lo que juzgaba inservible; se había detenido en una taberna tras otra, animando la persecución como si supiera que la seguían.

Finalmente había dejado el carro con sus hijos y el perro saltarín en una casa gris de Mott Street. A partir de ahí, Jake y Noah la habían seguido hasta Mulberry, donde ahora vigilaban. Y esperaban.

Todas las farolas de dicha calle estaban apagadas bien por negligencia de la guardia nocturna, bien por obra de los matones de Ned Winship, quienes veían en cada farola encendida un desafío; además, proyectaban demasiada luz sobre sus actividades. Los árboles desnudos que habían dado nombre a la calle se alzaban como silenciosos centinelas en un cementerio no sagrado. [8]Jake no pudo evitar preguntarse cuántos cadáveres anónimos se hallaban enterrados bajo aquellos morales. Tales pensamientos le condujeron a Thaddeus Brown. ¿Por qué el cadáver de éste era más importante que cualquiera de los anónimos? Muy sencillo; a causa del dinero.

Meg, que había entrado en la taberna de Ned Winship, tardaba demasiado en salir.

– Espérame aquí -indicó Jake.

Noah miró con cautela el establecimiento.

– ¿Acaso no lo hago siempre?

Jake acababa de cruzar la calle cuando la puerta de la taberna se abrió de golpe y un cuerpo salió volando por los aires. El elegante caballero no debería haber entrado en semejante local. Jake observó cómo el tipo se arrastraba hasta la puerta, la abría con la cabeza y volvía a entrar.

– ¿Dónde está mi sombrero? -rebuznó.

Volvió a salir como antes, seguido de su sombrero. Una vez más se acercó a rastras a la puerta.

Jake le dio una palmadita en el hombro.

– Creo que no te quieren ahí dentro, amigo.

Con los ojos vidriosos, el hombre miró a Jake.

– Supongo que no -replicó con excesiva dignidad.

Jake recogió el sombrero del suelo embarrado y lo sacudió antes de tender la mano al hombre para ayudarle a levantar.

– ¿Puedes andar?

El individuo negó con la cabeza y se detuvo de golpe.

– No debería. Estoy mareado… -Y se desplomó.

– Si quieres, puedes dormir en la cárcel.

Al oír estas palabras, el borracho se incorporó al instante.

– Cielos, no. -Poniéndose rígido como un palo, cogió el sombrero de las manos de Jake y, tras encasquetárselo sobre sus rizos apelmazados, desapareció con paso vacilante en la oscuridad de Mulberry Street.

Jake hizo una señal a Noah con el bastón, que luego utilizó para abrir la puerta de la taberna. La larga y estrecha estancia estaba llena de humo y olía a col, tabaco y sudor. El suelo aparecía cubierto de serrín, trozos de vidrio y otros desperdicios. Junto a la pared derecha había un mostrador ligeramente inclinado, y el resto del local estaba repleto de mesas de madera de pino, mal labradas y poco estables.

La taberna era un hervidero de humanidad depravada, empezando por el propietario. Detrás de la barra, el carnicero Ned Winship acariciaba a un gato atigrado acurrucado en su codo sobre el mostrador, mientras hacía un solitario con una baraja nueva. Cada vez que él tiraba una carta, el gato le tocaba el hombro con la pata; Ned le rascaba, y el gato ronroneaba. A la izquierda de la puerta, cinco hombres jugaban a cartas.

Al ver a Jake, los cinco jugadores quedaron inmóviles, al igual que el resto de la clientela, que observó con ojos legañosos cómo el alguacil mayor se acercaba al mostrador. El corolario de la afirmación de Jake también era verdad; no había rufián en esa ciudad que no lo conociera.

Observaban no sólo a Jake, sino también su bastón.

Todos sabían cuán perverso podía ser éste cuando su dueño se lo proponía. Y nadie deseaba convertirse en el blanco. A menos de metro y medio de Jake, en una mesa de tres, se hallaba sentado un hombre temerario que no prestaba atención ni a Jake ni a su bastón. Tampoco reparó en Wicked Polly, la morena prostituta que, sentada delante de él, le hacía señas arqueando sus espesas cejas negras. Estaba demasiado absorto cortando con su afilada navaja el bolsillo de su dormida víctima.

Tampoco advirtió que el gato atigrado se había encaramado de un salto a la mesa y lo observaba con tanta intensidad como Jake y el resto de los presentes en la taberna.

Concluida la tarea, el ladrón dobló la navaja y se la guardó en el bolsillo junto con la cartera envuelta en el bolsillo cortado de la víctima. Jake se aproximó a él.

– ¿Y bien, Pockets?

El ladrón no se inmutó.

– Buenas noches, alguacil. ¿Puedo ofrecerle una cerveza para refrescar el gaznate? Invito yo.

– Sabes que no bebo en compañía de escoria.

Pockets esbozó una sonrisa perversa.

– Déjalo en la mesa.

– ¿Qué, señor?

Jake golpeó la mesa con el bastón. Siseando, el gato bajó de un salto al suelo cubierto de serrín. La vela se tambaleó y parpadeó. Los tres vasos de ron que había sobre la mesa dieron un brinco, pero sólo uno se volcó, rodó y cayó al suelo con un ruido sordo. El gato se alejó corriendo y volvió casi de inmediato para olisquear el ron derramado. De pronto la víctima abrió los ojos, parpadeó y se revolvió para volver a dormirse.

– Está bien -gruñó Pockets, arrojando sobre la mesa la cartera.

– La navaja.

Torciendo el gesto, Pockets obedeció, y dejándola junto a la cartera.

– ¿Puedo irme ya?

Mientras se levantaba, cogió al gato y lo lanzó a Jake. Éste se limitó a levantar la mano izquierda para esquivar al desagradable felino, que subió al mostrador sacando las garras, listo para encargarse de Pockets en cuanto Jake hubiera terminado con él.

De la funda de la espalda de Pockets salió una segunda navaja desdoblada que fue directa al vientre de Jake. El bastón de éste entró en acción y, ¡zas!, golpeó al ladrón en la muñeca. Con otro bastonazo, esta vez en la sien, Pockets se desplomó en la silla, soltando la navaja, que cayó ruidosamente al suelo. Jake la recogió y la clavó en la barra.

En el otro extremo del mostrador, Charlie Wright (que nunca hacía nada malo) soltó una carcajada. Ned Winship golpeó la barra con un tazón, y el gato atigrado empezó a lamerse.

Charlie Wright era nuevo en la ciudad, otro regalo del embargo del señor Jefferson. El alguacil mayor había oído hablar de él por primera vez hacía un mes, un día después de que elLucy Belle lo hubiera dejado en tierra, junto con la mayoría de la tripulación, para zarpar con rumbo a Canadá.

Charlie había sido primer oficial en elLucy Belle, y un marinero que había navegado a sus órdenes decidió vengarse de él por sus continuos abusos. Según los confidentes de Jake, Charlie casi lo había matado a golpes. Tres días después que desembarcara, Ned Winship le había dado empleo, y poco más tarde, tras haber demostrado su valía, Charlie se había convertido en su principal guardaespaldas. Al igual que Ned el Carnicero, era una espina clavada en el costado de Jacob Hays.

La expresión «que nunca hacía nada malo» se había incorporado a su nombre porque siempre que alguien lo acusaba de algo, casi lo mataba a golpes para a continuación anunciar que era «Charlie Wright, que nunca hacía nada malo» y desafiar a quien fuese a llevarle la contraria.

Era la primera vez que el alguacil mayor se topaba con él. Le habían desagradado los informes que le habían llegado de él, y lo que vio le gustó aún menos.

– Bien hecho -aprobó Ned con voz áspera.

Jake lo fulminó con la mirada y volcó la silla de Pockets, quien cayó al suelo.

– Abre la puerta, Polly.

Polly obedeció.

Jake agarró a Pockets por el cuello y lo arrojó a la calle.

– ¡Noah! -llamó a voz en grito-. Hazte cargo de este cortador de bolsillos.

Regresó al lado de la víctima, que dormía despreocupada, sin enterarse de nada.

– Polly, acompaña a este pobre diablo fuera y vigilalo hasta que yo salga.

– Sí, señor.

Con gran habilidad levantó al hombre inconsciente. Se disponía a pasarle el brazo por los hombros, cuando Ned empezó a cantar:

– «A los jóvenes que se deleitan en el pecado, les contaré algo que ha ocurrido…»

Charlie Wright se unió a él, moviendo las manos para animar a cantar a los presentes en la taberna llena de humo.

Se trataba de una canción religiosa procedente de Rhode Island, de donde Polly había recibido su mote. A excepción de Jake y la prostituta, todos comenzaron a cantarla. Las voces estridentes amenazaban con hundir el techo; o a Polly, porque la canción, aunque trataba de un pecador de Rhode Island, constituía en realidad una advertencia para Polly: la prevenía de mostrarse demasiado solícita con la policía. Como todos sabían, las últimas palabras eran: «Para que no mueras en pecado como hizo Polly.» La ramera palideció, y no se quedó para escuchar el final de la canción, apremiando a la víctima a salir.

Jake esperó paciente a que terminaran de cantar.

– «Para que no mueras en pecado como hizo Polly» -resonó por toda la habitación, seguido de carcajadas.

Jake permaneció impertérrito. Las carcajadas se apagaron poco a poco, y los distintos matones desviaron la mirada para eludir los ojos penetrantes de Jake Hays.

– Vamos, invita la casa -anunció Ned. La gente se acercó en tropel al mostrador.

– ¿Una cerveza, señor?

Jake asintió. Pockets y esa canción le habían provocado sed. Vació la jarra de un largo trago y se inclinó para acariciar al gato. Luego dejó dos centavos en la barra y, en un arrebato, añadió medio más.

– Esto por la canción.

– Aquí no queremos su dinero -replicó Ned.

El alguacil mayor ignoró el comentario. Paseó la mirada por la estancia en penumbra en busca de Meg, sin encontrarla.

– Una noche fría -comentó Ned con una sonrisa forzada.

Jake no se molestó en responder. Deteniéndose sólo para encender su cigarro en una de las velas del mostrador, salió a la calle. Polly y la víctima del cortador de bolsillos lo aguardaban en el carruaje. Apoyado contra la parte posterior, con las manos firmemente atadas, encontró a un sumiso Pockets.

La víctima vivía cerca de Crosby Street. Después de dejar al hombre y su cartera sanos y salvos en su casa, se dirigieron a la cárcel municipal; Jake y Polly dentro del vehículo, Noah llevando las riendas, y Pockets atado a la parte trasera, dando traspiés.

– Maldita sea, esto no está bien -gruñó Pockets.

– Teniendo en cuenta tu profesión, estoy seguro de que sabes mucho acerca de lo que está bien, Pockets -replicó Jake. Volviéndose hacia Polly, añadió-: Dame una buena razón para no encerrarte con Pockets.

– Porque dentro de la cárcel Ned no tardaría en acabar conmigo, y usted no querrá que mi vida pese sobre su conciencia, ¿verdad? Déjeme marchar y abandonaré esta misma noche la ciudad.

– ¿Por qué debería hacerlo?

– Porque puedo hablarle de la amiga de Thaddeus Brown.

– ¿Sí? -Jake saboreó su cigarro-. Continúa. No sabía que tuviera ninguna.

– Bueno, no sé el nombre. Sólo sé que Ala Ancha disfrutó de su compañía el año pasado. Al parecer ganó dinero… -Polly hizo una pausa y miró a Jake de reojo, esperando que hablara. Como no lo hizo, se apresuró a agregar-: Creo que era francesa. Una chica rolliza que trabaja en una casa en Duane Street y tiene una pequeña cicatriz, como un trozo de luna, con ambos extremos terminados en punta.

– ¿Una medialuna?

– Eso es, una cicatriz en forma de medialuna en la mejilla izquierda, donde su hombre la golpeó una vez.

– ¿Y quién era su hombre?

– No lo sé, pero hay quien dice que fue él quien mató a Brown.



AVISO

FAMILIA FRANCESA OFRECE ALOJAMIENTO A UNO O DOS CABALLEROS DESEOSOS DE PERFECCIONAR SU FRANCÉS.

PREGUNTAD EN ESTA OFICINA.

ATENCIÓN: TAMBIÉN SE IMPARTEN CLASES.

New-York Evening Post

Febrero de 1808


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