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Lunes, 1 de febrero. Por la mañana


El sol se cernía sobre sus cabezas, triste como un fuego extinguido.

Con gran pesar, Duffy se disponía a cumplir las órdenes de Jake de remover toda la tierra de la zona acordonada. Jake quería que el juez de instrucción la examinara en busca de alguna prueba.

Duffy aspiró una bocanada de aire frío.

– Supongo que después querrá que cave un poco más hasta encontrar el cadáver que corresponde al cráneo.

Jake esbozó una sonrisa.

– Querrás decir esqueleto. No es preciso. Estas tierras están llenas de huesos de unos ciento cincuenta años de antigüedad, si no más. No hay modo de averiguar cuántos años tiene el cráneo. Limítate a remover la tierra de la zona acordonada. -Al ver la expresión amarga de Duffy, añadió-: Anímate, tengo otro trabajo para ti. ¿Qué te parece convertine en miembro de la guardia de vigilancia?

Una amplia sonrisa apareció en el rostro rubicundo de Duffy.

– No sé cómo agradecérselo, señor…

– Ve a la cárcel cuando hayas terminado. Asumirás tus funciones al anochecer.


John Tonneman condujo su caballo castrado hacia el trineo de Hays, en Church Street, después de acordar que Duffy llevaría a su consulta los restos mortales de Brown, el cráneo de dientes salidos y un cargamento de la tierra excavada.

– Este irlandés es un buen tipo -comentó, cinchando su montura.

Jake asintió.

– Bueno, John, tu tarea y la de Duffy ha terminado. -Se volvió hacia el irlandés, que golpeaba con rabia el suelo helado, torciendo el gesto en lo que Tonneman interpretó como una sonrisa-. Bueno, no exactamente. En cualquier caso el mío acaba de empezar. -Se le ensombreció el rostro-. Considero una afrenta personal que un ciudadano honrado sea asesinado de forma tan horrible en mi ciudad. ¿Tienes alguna sospecha de quién fue o por qué lo hizo?

– Ignoro quién pudo hacerlo, pero lamento decir que el porqué está claro -respondió Tonneman-. Después de que el Amigo Brown desapareciera hace ocho días, descubrí que faltan cincuenta mil dólares de la Collect Company.

Hays removió la tierra con el bastón. Permaneció unos instantes en silencio y luego clavó en el juez de instrucción una de sus célebres miradas penetrantes.

– Brown siempre me pareció un tanto irritable para tratarse de un Amigo.

A Tonneman le extrañó que Hays no hiciera ningún comentario acerca del dinero desaparecido.

– Eso no lo convierte en ladrón.

– No. Más bien parece que se repiten los hechos del año 1803.

Tonneman frunció el entrecejo.

– ¿Te refieres al hombre de Livingston que robó esos fondos?

Aludían a los tiempos en que el alcalde de Nueva York, Livingston, había caído enfermo durante otra epidemia de fiebre amarilla, y su agente monetario se había apropiado de cerca de cuarenta y cinco mil dólares del gobierno federal. Cuando Livingston se recuperó, se vio obligado a dimitir, y el gobernador George Clinton nombró alcalde a su sobrino De Witt Clinton.

– Era dinero federal -gruñó Hays-. Estamos hablando de dinero de Nueva York, con que se pretende convertir esta ciudad en un lugar mejor. -Se quitó el cigarro de la boca, lo examinó y, tras decidir que ya no le gustaba, lo arrojó a la nieve. Clavó su mirada penetrante en Tonneman- Habría sido un detalle que me hubieras informado de la desaparición de Brown y el dinero, John.

– Esperaba resolver el problema yo solo.

– ¿Y dónde estuvo Peter durante el tiempo que el hermano Brown permaneció desaparecido?

Tonneman se irguió. El viento le levantó la bufanda, que le azotó el rostro.

– ¿Qué insinúas?

– No intentes embaucar a un embaucador, John. Tengo entendido que tu hijo mantuvo una violenta discusión con Brown y que éste terminó ensangrentado en el suelo.

Tonneman se subió al caballo para evitar la mirada censuradora del alguacil mayor.

Se despidieron con una inclinación de la cabeza, yTonneman se dirigió apesadumbrado hacia su casa de Rutgers Hill. El caballo castrado conocía bien el camino, de modo que dejó volar la imaginación. Al instante, y sin proponérselo, recordó el extraño compañero de Thaddeus Brown en la muerte, el cráneo con los incisivos salidos. Había visto muchas dentaduras semejantes a lo largo de los años que había ejercido de odontólogo. ¿Era el cráneo de un hombre o una mujer? No lo había examinado con detenimiento, pero la intuición le decía que se trataba de una mujer. Y raras veces se equivocaba.

De pronto sonrió. Con una excepción. Aquella vez, hacía muchos años, en que tomó a Mariana por un muchacho. Eso había ocurrido cuando, tras el fallecimiento de su padre, regresó a Nueva York, su ciudad natal, sin haberse repuesto por completo del daño que le había causado Abigail al casarse con Richard Willard.

Se enamoró de Mariana Mendoza, una asombrosa y apasionada joven que vestía como un muchacho y quería ser médico. A través de ella se había involucrado en la causa revolucionaria. Fue una época maravillosa. Nunca había vuelto a sentirse tan vivo.

Oh, Mariana. ¡Qué tristes rumbos han tomado nuestras vidas!, pensó.



EXTRAVIADA EL PASADO DOMINGO, ALREDEDOR DE LAS 10 A.M., UNA DIADEMA ENGASTADA EN ORO Y UN BROCHE DE ORO CON LAS INICIALES «E.G.» GRABADAS POR FUERA Y «M.C.G.» POR DENTRO. QUIEN LOS ENCUENTRE Y LOS DEVUELVA EN EL NÚM. 13 DE MAIDEN LANE SERÁ DEBIDAMENTE RECOMPENSADO.

New -York Evening Post

Febrero de 1808


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