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Martes, 4 de febrero. A primera hora de la tarde


El gran Ned Winship vivía entre los morales de Mulberry Street. Primero, porque allí se hallaba su taberna; segundo, porque le gustaba aquella calle arbolada, y tercero, porque se encontraba cerca de Bunker Hill. Citado a menudo como uno de los peores vecindarios de la ciudad, Bunker Hill era un lugar muy popular entre las vendedoras de mazorcas de maíz calientes; lo cierto era que vendían más que mazorcas. Y el carnicero Ned Winship era su socio.

El gran Ned nunca descansaba, y tampoco Bunker Hill. Si un hombre tenía sed en Nueva York, no importaba la hora del día o la noche, sabía dónde calmarla: en la taberna de Ned el Carnicero, en Mulberry, local donde además podían romperte la cabeza o rajarte el cuello.

Los habitantes de esa parte de la ciudad eran muy variopintos: prostitutas, mendigos y ladrones de todas clases. Había mugrientos cuchitriles de putas, tabernas con el suelo cubierto de serrín y peligrosos fumaderos de opio. Ned no quería participar en negocios relacionados con el opio. Lo había probado en una ocasión, y lo había trastornado de tal modo que mató a su mejor amigo. Después de aquello no volvió a tener nada con él. Le bastaba con la plaza de toros, el prostíbulo y la taberna, que aun en aquellos malos tiempos le proporcionaban ganancias. A pesar de vivir hacinados en casas de vecindad y sin apenas tener qué comer, los trabajadores deseaban apostar, beber y echar un polvo.

Ned era además un hombre muy influyente. Para encontrar un empleo, nada mejor que hablar con él. Más de la mitad de los obreros que construían el nuevo ayuntamiento, drenaban el embalse y cavaban en el canal debían sus empleos al gran Ned.

A decir verdad, era un hombre con una gran variedad de intereses. Si alguien te pisaba en Nueva York y querías castigarlo por sus malos modales, podías pagar para ello; Ned el Carnicero era el hombre a quien acudir. Un puñetazo en la cara costaba cincuenta centavos; con dos cincuenta, le rompían la nariz y la mandíbula. Por cinco dólares le fracturaban un brazo o una pierna. Una puñalada en cualquier parte del cuerpo o un tiro en la pierna resultaba más caro, unos seis dólares y veinticinco centavos. Por supuesto, cuanto más violentos y dolorosos eran los ataques, más elevados eran los precios. La tarifa del asesinato ascendía en aquellos momentos a veinticinco dólares.

Y alguien acababa de pagarlos.



ACEITE DE BALLENA

SE VENDEN 11.000 LITROS DE ACEITE DE BALLENA, RECIÉN DESCARGADOS DE LA CORBETA FAME, EN CRANE SLIP.

HATHAWAY & RUSELL, EN EL NÚM. 70 DE SOUTH-STREET.

New-York Evening Post

Febrero de 1808


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