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Viernes, 22de enero. Por la noche


Las furiosas palabras penetraron la densa niebla que envolvía su mente. Apenas si podía levantar su dolorida cabeza para averiguar de dónde procedían, aunque sabía muy bien quién las pronunciaba. Joseph Thaddeus Brown -a quien había apodado Tedioso, por lo que se consideraba muy ingenioso-, delegado de vías públicas e inspector de la Collect Company, tenía una voz atronadora.

– No pienso permitirlo -bramaba.

Hubo un murmullo en respuesta en que distinguió las palabras «elección» y «cuestión».

– ¿No tengo elección? -preguntó Brown a gritos-. Ya lo veremos.

Peter se tapó los oídos con las manos y se volvió, arrojando al suelo papeles, plumas y tintero. Sólo entonces se percató de que se hallaba sentado ante su escritorio. La puerta de la calle se cerró de golpe, pero Tedioso siguió protestando. Apenas si se oían los cascos de los caballos al pasar, amortiguados por las fuertes pisadas en la habitación contigua.

Peter entornó los ojos. Estaba a oscuras. Debía de llevar mucho rato dormido, porque la vela se había consumido totalmente. La buscó a tientas. Tal vez la había volcado.

– ¡Qué estúpido! Podría haberme quemado el trasero -murmuró.

Riendo, trató de incorporarse, esparciendo aún más papeles relacionados con su decorativo cargo de secretario de Tedioso.

La habitación danzaba alrededor. Le subió por la garganta un terrible sabor, y tragó saliva, gimiendo débilmente y con los ojos cerrados. Buscó a tientas un punto de apoyo y encontró la botella de brandy. Ah, Dios era clemente. Echando hacia atrás la cabeza, se la llevó a los labios con la esperanza de que el divino licor le aliviara el dolor de cabeza. ¡Maldita sea, la botella estaba vacía! La arrojó al suelo y se hizo añicos.

Estupendo, Tedioso descubriría que se encontraba allí y le soltaría una nueva diatriba contra los peligros de la bebida.

Casi al instante la puerta se abrió de par en par, y apareció Tedioso, un triste esqueleto cuáquero con su sombría chaqueta de cachemir, pantalones informes y ese maldito sombrero negro de ala ancha y copa baja que jamás se quitaba. Sostenía en alto una lámpara, a la luz de la cual se asemejaba a esos profetas judíos de la Biblia que la madre de Peter siempre llevaba consigo. Éste entornó los ojos y alzó las manos para protegerse del desagradable resplandor.

Tedioso inició su invectiva con las injurias habituales.

– Debí suponerlo, despreciable borracho. Lamento el día que me cargaron con usted.

– ¡Agárrame! -murmuró Peter.

Deseó que la habitación dejara de dar vueltas de esa forma tan enloquecedora. El sermón proseguía, pero el joven ya no escuchaba. Pisó trozos de vidrio roto y se agachó para recoger el cuello de la botella.

– Estás acabado, muchacho -sentenció Tedioso-. Mañana sin falta hablaré con tu padre.

A Peter le hervía la sangre.

– ¿Qué le ocurre? ¿Ya no me trata de «usted», farsante pomposo? El mundo debería saber que no es el devoto Amigo [2] que finge ser.

Joseph Thaddeus Brown no respondió. Salió con paso airado de la habitación, llevándose consigo su sacra luz.

Las palabras de Tedioso hicieron mella en Peter, quien sintió el flujo de la humillación como un baño que le despabilaba de la borrachera. Tedioso se proponía contárselo a su padre. Peter se movió con tal rapidez que se sorprendió. Abandonando el caos que lo rodeaba, abrió la puerta de la habitación contigua, donde Brown tenía su oficina. Éste se hallaba de espaldas, seleccionando el material de su escritorio. Un triste fuego ardía en el hogar.

– Disculpe, señor. -Al no obtener respuesta alzó la voz-. Disculpe, señor.

Brown se volvió con una expresión desdeñosa y un fajo de billetes en la mano; Peter observó que tenía la caja fuerte de la Collect Company abierta.

– No me venga con ésas. -Escondió el contenido de la caja-. Ha tenido ocasión de prosperar aquí. Ahora me desentiendo de usted.

El joven se sintió de pronto muy cansado. Le escocían los ojos y le pesaban los hombros. Era inútil. Se encaminó hacia la puerta.

– No tan deprisa, ladronzuelo. Quiero que devuelva el dinero que ha estado sisando -exclamó Tedioso.

Peter se volvió y lo observó, tambaleándose, demasiado embriagado y perplejo para hablar.

– Entonces no hay nada que hacer -bramó Tedioso-. Su padre va a oírme.

– ¡No!

Peter estaba confuso. No había robado nada. Sin embargo, la situación era desesperada. Su padre había amenazado con expulsarlo de casa por beber y holgazanear. Podía acusársele de muchas cosas, pero no de ladrón. No obstante, en cuanto Tedioso se lo insinuara a su padre…

– Escuche, Thaddeus, nunca he robado un céntimo… Lo juro.

– Claro -espetó Tedioso, cerrando la caja fuerte de golpe.

El joven se acercó con paso vacilante a su torturador y alargó inesperadamente el brazo, rozándole apenas la mandíbula. Su grito de borracho estuvo a la altura del de Thaddeus.

– Escúcheme bien, Ala Ancha. [3] Le repito que no he robado nada.

El hombrecillo no se movió.

– Es usted un embustero y un tramposo, además de un borracho…

Ratatatatat. El sonido procedía de la gran ventana situada detrás del escritorio de Brown; Peter lo ignoró. Al errando el cuello del hombre con una mano, lo levanto del suelo, mientras con la otra seguía sujetando el cuello de la botella rota. Retorciéndose como una lombriz, Brown arañó el aire.

Felizmente la razón se impuso en el embriagado cerebro de Peter, quien dejó a Tedioso en el suelo y arrojó el trozo de vidrio. No obstante, con la mano derribó al desdeñoso cuáquero, quitándole el sombrero. Brown yació en silencio en el suelo mientras empezaba a brotar sangre de su afilada nariz.

Horrorizado, Peter se acercó al hombre con la intención de ayudarlo a levantarse, pero perdió el equilibrio y se estrelló contra el escritorio, volcándolo y arrojando la caja fuerte, junto con un revuelo de papeles, al suelo. Tendría que responder de ello al día siguiente. Al comprender lo que había hecho, se serenó.

– Dios mío, lo he matado. -Se arrodilló junto al cuerpo inmóvil de Brown-. Perdóname, Tedioso.

Brown gimió. Tal vez al oír su horrible apodo había resucitado.

– Estúpido. -Con gran esfuerzo, el cuáquero apartó al joven de un empujón. Limpiándose la nariz sangrante con la manga de la chaqueta, añadió-: Déjame. Largo de aquí.

Vacilante, el joven se puso en pie y tropezó con los grandes zapatos de Brown. Unos papeles le hicieron resbalar, y volvió a caer, esta vez llevándose consigo una jarra azul que se hizo añicos, desparramando los confites que contenía. Oyó un ruido a sus espaldas y, al volverse, el resplandor de una luz le cegó. La cabeza parecía a punto de estallarle. Cubriéndose los ojos con el brazo, se levantó tambaleándose. La habitación giraba en torno a él.

– ¿Qué ocurre aquí?

El joven intentó apartar la luz de un manotazo, pero ésta apenas retrocedió. El vigilante, una mole de carnes enfundadas en un gran abrigo marrón, movió la luz para examinar el desorden.

– Nada -respondió Peter con fingida firmeza.

– Muchas cosas. -Brown se llevó el pañuelo a la nariz para detener la hemorragia.

– Permítame… -se ofreció Peter.

La botella rota, la caja fuerte y los papeles esparcidos por el suelo no le pasaron por alto al guardia nocturno.

– ¡Agárrame! -exclamó-. ¿En qué puedo ayudarle, delegado Brown? William Tice, a su disposición.

– ¿Cómo dice? -inquirió Brown, recogiendo la caja fuerte.

– ¿En qué puedo ayudarle, señor?

– ¡Se lo diré! -exclamó Brown, con la caja firmemente sujeta bajo el brazo derecho. Se frotó la nariz y sus ojillos de ratón y, sentándose, buscó su sombrero de ala ancha, que se encasquetó en la cabeza-. Llévese a este excremento de vaca…

– Agárrame, Tedioso -bromeó Peter, con la esperanza de aplacar la furia del hombrecillo-. Ésa no es forma de hablar. Y ha vuelto a tutearme.

– Dios me perdone, pero quiero ver esta sabandija encerrada cien años.

– Si así lo quiere, señor Brown -respondió el guardia, pensando que esos tipos ricos no sabían valorar lo que tenían.

– ¡No! -A Peter volvía a dolerle la cabeza. Eso destrozaría a sus padres.

– ¡Largo de aquí, ladrón! -Con ayuda de Tice, Brown se levantó del suelo.

La indignación de Peter era equiparable a la de Brown. De haberse tratado de una pelea cuerpo a cuerpo, podría haberse defendido y vencido. Dada la situación, no había nada que hacer.

– No soy un ladrón, señor. No he robado nada a nadie.

El vigilante abrió la boca despacio, enfocando con la linterna y observando a los dos hombres enemistados.

Brown echó a reír, con el rostro ensangrentado y deformado por la cólera y la luz de la linterna.

– Esta vez de nada le valdrá acudir a su madre -amenazó-. Mañana mismo el alguacil mayor será informado.

Eso fue todo. Alisándose el cabello muy rubio, el embriagado Peter Simón Tonneman se irguió y respondió con serenidad:

– Hágalo, Tedioso, y le prometo que no vivirá para contarlo.



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New-York Herald

Enero de 1808


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