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Martes, 9 de febrero. Por la mañana


La lluvia que había caído durante toda la noche cesó tan rápidamente como había empezado.

Sentado ante su escritorio, Alsop se frotó los ojos, preocupado. Como había estado dormitando, se había perdido todo el revuelo. Ignoraba qué ocurría.

Sabía que el joven Peter Tonneman se hallaba en una celda con esa gorda prostituta llamada Simone. El día anterior lo había ayudado a llevarla, totalmente empapada y ensangrentada. Tras muchas protestas, Jerry el Tuerto había consentido finalmente en cederle su camastro y contentarse con una esquina de la sala donde Alsop se hallaba sentado. En esos momentos los ronquidos de Jerry el Tuerto le impedían volver a dormirse. Por no mencionar a Bosco y Higgins, dos de los rufianes más irritantes que había tenido la desgracia de encerrar jamás. Se trataba de dos ladronzuelos esmirriados que apenas si equivalían a un solo hombre y tenían que trabajar juntos para sobrevivir. Se habían comportado bien hasta la llegada de esa zorra; desde entonces no dejaban de armar ruido, entonando una estúpida canción. Sólo los golpes contra la pared de la celda y las amenazas lograban acallar a ese par de desgraciados. En cuanto el alguacil mayor se marchara, Alsop les daría una lección. Por lo menos en esos momentos dormían.

Apenas si había pasado ese pensamiento por su cabeza cuando esos dos insignificantes tipos empezaron a cantar de nuevo.

– ¡Silencio! -bramó Alsop, dirigiéndose hacia las celdas con la porra en la mano.

Los malditos tipejos fingieron dormir.

– Cuando el viejo se vaya, os enteraréis -murmuró Alsop.

Regresó a su escritorio y cerró los ojos, esperando conciliar el sueño.

El hombre negro del viejo Hays, Noah, había salido para comunicar a la señora Hays que su marido se encontraba bien, y a la señora Tonneman que su hijo, el maldito alguacil especial, también estaba bien. ¡El viejo Hays y sus ideas! Miró a Jerry el Tuerto con irritación. Al menos los condenados ladronzuelos estaban callados. Se rascó el delgado vientre y volvió a entregarse al sueño.


Jake se despedía del doctor Heller en el umbral.

– Es una mujer afortunada. Con tanta tela y tantas capas de grasa, el cuchillo simplemente cortó un poco de carne sin llegar a alcanzarle una costilla. Una mujer delgada habría muerto. En cualquier caso necesita descansar. No quisiera que la herida se infectara.

– Gracias, doctor.

Aunque de la misma edad que Jake, Heller parecía más joven. Era uno de los cirujanos licenciados por la Universidad de Columbia que demostraban que los médicos educados en Estados Unidos ya no juzgaban necesario trasladarse a Londres para completar su formación.

– Si me envía una factura, me ocuparé de que se la paguen de inmediato.

Jake le dedicó una sonrisa y observó cómo se alejaba por las calles embarradas. Tras cerrar la puerta principal, lanzó una mirada censuradora a Alsop. Por último se encaminó hacia las celdas para reunirse con Tonneman y Simone.

A pesar de todo por lo que había pasado, la voz de la prostituta era firme. Se deshacía en elogios dedicados a Peter.

– Eres un muchacho extraordinario.

– Ya me lo has dicho.

Simone yacía en el camastro como una enorme masa bajo un montón de mantas. Con el cabello negro envuelto en una toalla a modo de turbante, semejaba un grueso señor de Berbería. Estaba cogiendo la mano a Peter cuando vio a Jake Hays.

– Ah, Jake. Tú también eres extraordinario.

El alguacil mayor asintió. No le gustaban los halagos ni los halagadores. Hizo una señal al chico.

– Peter.

Jake salió al pasillo, y el joven se reunió con él.

– Repasemos lo ocurrido ayer. Viste a George Willard y Charles Wright arrojar a esta mujer al Hudson ayer por la tarde. Y tras un examen posterior, sumado al testimonio de Simone, hemos descubierto que fue acuchillada bajo el pecho izquierdo.

– Sí, señor. Sé que me enseñó que debo seguir una rata para atrapar a las demás, pero consideré que salvar una vida era importante.

Jake asintió.

– Y necesitaba a Simone -añadió Peter tímidamente-.

Es mi coartada. Permanecí a su lado desde que dejé a Tedioso después de nuestra pelea hasta que encontré a Charity.

– Actuaste correctamente. Hablemos con ella. -Regresaron a la celda. Jake se volvió hacia Simone y dijo-: Estoy listo para escuchar su versión.

– He visto la luz -declaró la prostituta con gran sinceridad-. He comprendido que mi protector ya no ama.

– ¿Tu protector? -inquirió Peter.

Jake resplandeció. Buen chico, pensó, pero no lo dijo. Aprobaba la iniciativa de su nuevo alguacil, que se adaptaba con gran rapidez a su nuevo empleo.

Simone vaciló.

– Moriré si…

– Ya lo ha hecho -repuso Jake-. Es usted Lázaro, el resucitado. De no haber sido por este joven… -Se interrumpió.

Simone clavó la vista en Jake, luego la desplazó hasta Peter y asintió.

– Me amaba tanto que quería verme muerta.

– ¿Quién? -preguntó Jake, conociendo perfectamente la respuesta.

– Ned el Carnicero.

Jake asintió.

– Un hombre peligroso.

– ¡Si lo sabré yo! -repuso ella muy seria-. ¿Por qué cree que lo llaman «el Carnicero»? No por los filetes y costillas de cerdo que corta y vende, sino por los cadáveres que yacen en el fondo del Collect y los dos ríos.

Una vez hubo empezado, Simone no pudo contenerse. Entre lágrimas y juramentos de venganza, explicó que había sido amante de Thaddeus Brown; que había conocido a Peter porque éste le entregaba pequeños regalos de Brown y que habían trabado amistad.

– Sólo amistad -repitió ella.

En sus gruesas mejillas se formaron unos hoyuelos, y miró a Jake de hito en hito, desafiándolo a contradecirla.

– ¿Por qué querría Ned verla muerta?

– No le gustaba que estuviera con otros hombres.

– Pero usted es una prostituta.

Ella se encogió de hombros.

– Ned sentía celos de Thaddeus, y del joven Peter, aquí presente, aunque no tenía motivos. Para Thaddeus yo sólo era un entretenimiento pasajero. Se habría hartado de mí o vuelto a la religión. Y Peter y yo sólo somos buenos amigos.

– ¿Es posible que Ned crea que sabe demasiado de sus asuntos?

– ¿Por qué había de creerlo? Nunca he prestado atención a sus negocios. No, todo se debe a su naturaleza apasionada -proclamó ella con orgullo-. Ned prefiere verme muerta a que otro hombre me posea.

Jake cerró los ojos un instante. Luego dijo:

– Hábleme de la tarde que el joven Tonneman, aquí presente, discutió con Thaddeus Brown.

Simone suspiró.

– Alguien habló del gran Ned a Thaddeus, que montó en cólera y se empeñó en que le devolviera sus regalos… Lo visité aquella noche. Le sangraba la nariz, eso era todo. Me echó con cajas destempladas, profiriendo toda clase de improperios. Cuando regresé a Duane Street, encontré a Peter dormido en el sofá de mi salón; ya sabe, mi precioso sofá rosa…

– Sí, lo recuerdo -interrumpió Jake-. Siga.

– Me acuerdo muy bien de aquella noche porque nevaba mucho. Peter pasó la noche conmigo y partió en plena ventisca antes del amanecer.

– Ese mismo día encontré a Charity en Nueva Jersey.

Jake se llevó un dedo a los labios. Le gustó que el muchacho no hubiera dicho que la había rescatado. La humildad era una gran virtud cristiana y Jake la admiraba.

– Continúe, Simone.

– No puedo asegurar que Ned matara a Brown. -De nuevo se le dibujaron hoyuelos en las mejillas-. Pero sí que tenía celos de él.

– Siga -En mi opinión, Ned siente celos de todos, como ya he comentado.

– No me extraña, teniendo en cuenta su oficio.

En sus mejillas volvieron a formarse hoyuelos; la mujer no hizo ningún comentario.

– Sin duda un hombre como Thaddeus, un cuáquero, no podía representar una amenaza para Ned el Carnicero a la hora de disputarse su… cariño.

Peter, que escuchaba con atención, se preguntó adonde quería ir a parar Jake.

– Usted no lo comprende -protestó Simone-. Hasta ese horrible malentendido, yo era el verdadero amor de Ned, y él era el mío.

– ¿Y usted era el único motivo de la enemistad entre Ned y Brown?

– Oh, habían mantenido varias discusiones tontas acerca del negocio de construcción de Ned. Thaddeus amenazaba con contar algo a alguien, no sé a quién, si Ned no le pagaba un montón de dinero.

– ¿Contar qué? -Jake habló con voz serena.

– Algo acerca de la construcción del nuevo ayuntamiento y el canal. Pero no sé nada de eso. Nunca presté mucha atención a esas cuestiones.

– ¿Eso es todo?

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Quién más, aparte de Ned, estaba involucrado en el negocio de la construcción?

– ¿Se refiere a alguien como Charlie?

– Sí, ¿quién más? ¿Tiene Ned algún socio?

– Oh, no. Ned nunca tiene socios. -De nuevo habló con orgullo, como si nunca la hubieran acuchillado y arrojado al río- Él es el mandamás. Jake se frotó la nariz. -Me pregunto si es así.



AVISO

EL MARTES, DÍA 26 DEL MES CORRIENTE, POR LA NOCHE, SE CELEBRARÁ EN LA FACULTAD UNA REUNIÓN DEL COLEGIO DE ABOGADOS. SE RUEGA PUNTUALIDAD A LOS MIEMBROS. POR ORDEN DE W. T. MCCOUN, SECRETARIO.

New-York Evening Post

Febrero de 1808


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