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Mira al otro lado de la habitación en penumbra, hacia las reproducciones sujetas con chinchetas a la pared, ilustraciones recortadas de sus libros, unos comprados, otros robados. Su pequeño altar dedicado a los grandes: un truculento Francis Bacon cuyo objeto central es un hombre rodeado por un cuerpo desollado, con los músculos, los huesos y las vísceras extendidos y expuestos; Mujer I, de De Kooning, todo pechos y dientes y pinceladas brutales, un documento gráfico de lo que el artista debe de haberle hecho a una mujer, según él cree, cosa que a la vez le da escalofríos y le excita; tres obras de Soutine: Buey desollado, Vaca abierta en canal y Cabeza de becerro, salvajes carnicerías que, supone, eran las fantasías del pintor. Ignora que Soutine basó esta serie en la obra clásica de Rembrandt El buey desollado, de 1655, expuesta en el museo del Louvre.

Intenta recordarlas de antes, cuando las cosas eran diferentes, cuando él era diferente, antes del accidente, la primera vez que vio todas aquellas obras en una exposición llamada «Pintura expresionista», en el museo de la Quinta Avenida. Lo que entonces le interesaba era la manera en que todos los artistas habían imitado el color de la piel a base de pigmentos. Se había pasado todo el día allí mirando, deseando con todas sus fuerzas tocar las densas superficies pintadas, o chuparlas, pero no se atrevió. Casi notaba la mirada del guarda en su espalda. Pero a la salida vio el catálogo de la exposición, con El buey desollado de Soutine, y no pudo pasar de largo, tenía que ser suyo, de manera que se lo metió debajo de la camisa y siguió andando con toda la naturalidad posible hasta bajar las enormes escaleras conteniendo el aliento mientras la cruda imagen de Soutine le quemaba la piel hasta el corazón.

Ahora intenta recordar los colores de aquel cuadro. ¿No era sobre todo escarlata y morado, con toques de melón y cereza? Piensa en llevar encima la reproducción la próxima vez, para comprobarlo, pero es demasiado preciosa para sacarla, no puede correr ese riesgo.

Mira de nuevo la pared, hacia el rincón donde la luz es muy mala. Es una obra que ama y detesta a la vez, otro Francis Bacon, Dos figuras, de 1953, un cuadro en blanco, negro y gris que para él no ha cambiado, y por eso lo adora, pero que le evoca el día más espantoso de su vida y le trae de nuevo el accidente a la memoria demasiado vívidamente. Aun así, no ha quitado la reproducción de la pared, aunque está un poco apartada de las otras, en la esquina, donde la luz es muy tenue y casi se pierde en las sombras.

En el cuadro (que se parece a su recuerdo de forma sobrenatural) aparecen dos cuerpos grises en una cama blanca contra una pared negra en un violento frenesí sexual. Por supuesto no tiene ni idea de que Bacon tomó prestada la imagen de una fotografía en blanco y negro realizada en 1887 por Eadward Muybridge, el retrato de dos hombres desnudos luchando. Tal vez si conociera este hecho se sentiría más atraído hacia el cuadro, incluso podría haber pensado que el pintor era clarividente porque había transformado a los dos hombres en lo que a él le parecía un evento de su propia vida.

Aparta la vista de las imágenes, se frota los ojos y aplica de nuevo la lupa al artículo del New York Times que menciona a la mujer, Kate, y su programa de televisión. Y aunque ha pasado mucho tiempo, porque dejó de verla después del accidente, tiene que admitir que, aparte de sus ceras de colores, la televisión había sido su mejor compañera, siempre encendida cuando ella aparecía, e incluso cuando no aparecía.

Piensa que sería agradable tener de nuevo un televisor que le hiciera compañía; además, así podría ver a Katherine McKinnon, Kate, la historia-dura del arte, y oír lo que tenía que decir. Sí, un televisor es una gran idea, y todavía conserva la mayor parte del dinero que les ha quitado a las mujeres, más lo que ha ido ganando y ahorrando con los años.

Coloca la lupa sobre la fotografía de Kate en el periódico. Siente que la conoce, o debería conocerla, y piensa que ya se encargará de ello.

– ¿Qué te parece, Tony?

¡Que es geniaaaaaal!

– Y que lo digas. -Lee un poco más. Allí dice que el hombre, Richard Rothstein, vivía en Central Park West, en el San Remo, uno de los mejores bloques.

Si el hombre vivía allí, es evidente que la historia-dura vive en la misma casa.

Tal vez debería visitarla.

Se la queda mirando otra vez. En la fotografía parece que tiene un pelo muy bonito. Cierra los ojos, intenta recordar y le atribuye un color: ¿planta rodadora?, ¿caoba?, ¿sepia? Se decide por una mezcla de planta rodadora y cobre y pasa un rato intentando imaginarlo, cómo será su tacto, cómo brillarían los mechones de planta rodadora y cobre al deslizarse entre sus dedos. Al instante tiene una erección y, sin perder de vista aquella imagen, se mete la mano en los pantalones y se esfuerza por ver los colores en su mente mientras se corre.

Más tranquilo ahora, se pone a afilar un lápiz hasta sacarle una punta muy fina, luego comienza a crear el borde de su última obra terminada. Es algo que siempre hace, su firma.

Trabaja durante casi dos horas en un único lado del lienzo, escribiendo, escribiendo, escribiendo, una y otra vez, una y otra vez, hasta que ha creado una banda de denso grafito.

Esto es para él lo más fácil, no necesita ninguna concentración, ninguna prueba, no tiene que forzar la vista. No es más que un acto repetitivo que le calma y le serena, que pone en cada obra una parte muy íntima de él y de su mundo. Los bordes le dan una sensación de seguridad, resiguen sus pinturas, las contienen, son sus amigos abrazando sus imágenes.

Cuando por fin termina el borde aparta el lienzo y observa los otros dos cuadros que tiene en la pared. Uno no es mucho más que un boceto en carboncillo del bodegón de fruta que ha colocado en un atril para copiarlo, simples perfiles de objetos que ha dibujado en un lienzo blanco sin tensar. Dentro de la manzana ha escrito la palabra «rojo», dentro de la pera «verde». Para estar seguro. El otro lienzo, una escena callejera, está un poco más avanzado. El carboncillo esboza varios bloques de pisos, con ventanas y cubos de basura y farolas ya coloreadas con pintura. En la mitad del cubo de basura, todavía sin pintar, se advierte que ha escrito la palabra «plateado», aunque la parte pintada es de un rojo rosado chillón.

¡Es geniaaaaaal!

– Gracias, Tony.

No hay nada como un amigo, piensa, un viejo amigo.

Se acerca a su mesa de pintura con la lupa en la mano y pasa la lente sobre los numerosos tubos de pintura con las etiquetas arrancadas. Lo mismo ocurre con los pasteles: no hay etiquetas. Sólo las ceras conservan todavía sus finas pieles de papel.

Es que constituye una prueba. Siempre una prueba.

Probando, probando, probando…

Inspecciona los lápices de cera junto a los tubos de pintura, agarra el azul que buscaba, deja la lupa, se pega la cera a la cara y entorna los ojos antes de colocarla en el centro de la paleta de cristal. Luego saca varias muestras de óleo de los tubos hasta que la cera azul está rodeada de docenas de posibilidades: pequeños pegotes de infinitos colores y variedades.

Probando, probando, probando…

¿Cuál será?

Moja el pincel en uno de los colores y se lo acerca a los ojos, luego se lo lleva a la boca y roza con la lengua los pelos empapados de pintura. Las papilas gustativas explotan como un pequeño reactor nuclear, el aceite de linaza, las ácidas resinas, el sabor cáustico de la trementina y los pigmentos químicos se mezclan con su saliva.

Mmm… azul. Cree que realmente capta el sabor azul del mar o del cielo que sólo recuerda vagamente.

Se queda mirando el nombre del envoltorio de la cera: CERÚLEO. Luego lo va acercando a los distintos glóbulos de pintura hasta llegar al que se ha llevado a la boca y decide que sí, sin duda es aquél el azul apropiado. Elige un pincel limpio, lo moja en el pigmento y comienza a pintar el cielo de la escena callejera donde se lee «cerúleo».

Probando, probando, probando…

Parece satisfecho con su elección, una sonrisa asoma a su rostro. Le encanta trabajar, pintar solo en aquella casa que no es mucho más que una habitación con baño adosada a Grúas Pablo en una calle remota de Long Island City. No paga alquiler. A Pablo no le importa tenerle allí, le gusta que haya alguien, que se vean luces para disuadir a los ladrones.

Mientras trabaja vuelve a pensar en el hombre muerto. ¿Es que los periódicos están intentando joderle? Entonces se le ocurre una cosa: ¿por qué no joderles a ellos?

Deja que la idea le dé vueltas en la cabeza y, aunque no es fácil concentrarse con las canciones, los anuncios y las voces de presentador (Hoy hará un día soleado con una máxima de veintiún grados… Las chicas sólo se quieren divertí-ir… ¡Coca-Cola es así!), se le ocurre un plan. No tiene por qué llevar encima una de sus pinturas. Lo que busca es la experiencia, aprender, memorizar, ¿no es eso? Por supuesto.

Considera su plan y su puesta en práctica. Piensa en cómo los despistará. Desde luego no quiere que le atrapen. Necesita hacer lo que luce. Eso lo sabe cualquiera.

Piensa y planea mientras pinta y por fin la idea llega a él como el sol que se filtra entre nubes de color hierba doncella; los brillantes rayos amarillos chispean en su cerebro: ¡llevará la obra de algún otro! ¡Menuda idea!

– Magnífico -dice con una aguda voz de falsete.

»Gracias, Donna -replica con su propia voz.

Desde luego tiene suerte de contar con amigos como Donna y Tony para darle confianza.

Sigue pintando el cielo, donde previamente ha escrito la palabra «cerúleo», con furiosas pinceladas de un lado a otro, desprendiendo pelos del pincel, acicateado por su idea hasta que todo el cielo es de un verde brillante. Entonces retrocede, toma el lápiz cerúleo de la mesa y lo alza contra el cielo pintado, forzando tanto la vista que le duelen los músculos en torno a los ojos.

Está seguro de que esta vez ha acertado, aunque todavía siente la ligera inquietud de que podría equivocarse.

Es Eddie el locooooooooo…

La voz del presentador grita en su cabeza, pero ha aprendido a pensar por encima de la música, los anuncios, las canciones y las voces, y sigue concentrado en su plan. Tiene que determinar cómo y dónde adquirir un cuadro.

Y luego, si tiene bastante dinero, se comprará un televisor nuevo. Para verla a ella.

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