15

Un remolino de colores chispea en sus ojos y en su mente como un castillo de fuegos artificiales.

Hunde un poco más el cuchillo y el chico moreno abre aterrado los ojos (ahora advierte que son de un azul Pacífico) y se dobla ya con el pene fláccido.

Lo agarra antes de que se caiga, balancea su cuerpo desnudo con el cuchillo que le ha clavado en el vientre y retuerce la hoja sin mirar, contemplando la habitación, los cuadros del chico en las paredes (la mayoría desnudos y bodegones realizados en las clases). Todos cobran vida en pleno tecnicolor.

Él también está desnudo. Ha dejado que el chico le toque un poco, aunque hasta ese momento no se le ha puesto dura. Pero ahora está excitado e intenta no quedar abrumado por los increíbles ríos escarlata y ciruela que brotan del vientre del chico, se vierten sobre su mano y se encharcan en torno a sus pies descalzos. Alza la vista fijándose en las radiantes paredes azul aciano.

¿Dónde mirar primero? Sus ojos van de un lado a otro, reparando en los tejanos azules tirados en el suelo, una camisa color cereza en una silla fucsia. Es todo muy emocionante, pero no puede distraerse. Tiene que emplear bien los minutos de que dispone.

«No te desvíes del plan. Elige un cuadro.»

Considera la idea de meterle la polla al chico en la boca abierta, pero advierte que el escarlata a sus pies comienza a tornarse algo rosáceo y sabe que no puede perder el tiempo.

Retuerce de nuevo el cuchillo. A veces ayuda.

Así es: la intensidad del rojo rosáceo se acerca un grado más al bermellón, mientras los intestinos caen del vientre del muchacho al suelo y sobre sus pies como salchichas azul violáceo.

Aquello se parece tanto a los cuadros de piezas de carne de Soutine o al Francis Bacon que tiene pegado en la pared que resulta casi sobrecogedor. Moja las manos en la sangre del muchacho y se pinta la erección de un rojo brillante.

Y al instante le vuelve un recuerdo… Una habitación sórdida. Pinturas rajadas. Un falo color rojo sangre. La música ya ha comenzado y él ve aquel suelo inclinado, siente náuseas y la oye chillar.

Mira las paredes azul aciano hasta que su magnífico esplendor ahoga el recuerdo en un mar de color y de nuevo sabe dónde está, nota los músculos tensos contra el muerto que sigue suspendido de su brazo y ve el resto de deliciosos colores: carne rosa cosquillas y órganos púrpura real. Lo único que necesita es un ligero toque y se corre al instante. Ahora puede volver al trabajo.

¡Geniaaaaaal!

Ah, Tony está allí.

– Hola -susurra-. No puedo hablar ahora. Tengo que elegir un cuadro.

En una pared hay dos desnudos, dos cuerpos de color carne con trazas de siena. Pero decide que no es buena idea llevarse figuras humanas, resultaría demasiado diferente. En otra pared hay otro desnudo, éste más rosado que de color piel, y un paisaje a base de verde trébol y verde marino. Tampoco le va bien. Pero junto a la lámpara hay un bodegón pequeño con un jarrón verde menta sobre un paño azul marino con tres manzanas rojo alboroto. Es justo lo que buscaba.

Tarda un minuto en fijar el color en su memoria visual -probando, probando, probando-, y cuando está seguro de haberlo memorizado deja que el cuerpo del chico caiga al suelo con un ruido sordo. Atraviesa la habitación y pasa la mano ensangrentada por uno de los cuadros sin terminar.

¡Es geniaaaaaaal!

– Gracias, Tony.

Más tarde, cuando los colores se han desvanecido, mira todos los cuadros, incluyendo el bodegón del jarrón y las manzanas que ha escogido, y decide que son mediocres. Espera que no le dejen en ridículo.

La parte estética ha terminado.

Tarda bastante en limpiar. Varias horas para rociar y frotar todas las superficies del apartamento. No tiene prisa. El chico le había dicho que nadie les molestaría.

Luego toma una larga ducha, limpia el desagüe, repasa el cuarto de baño con Don Limpio y mete en su mochila la toalla que ha utilizado. Entonces decide llevarse también los tejanos.

Mira de nuevo las obras del chico, fuerza la vista para captar algún atisbo del verde menta del jarrón, pero ya se ha tornado gris pálido. No importa: todavía se acuerda y, por tanto, ha valido la pena.

Mete entre dos cuadros del muchacho su propia obra, la que ha realizado con su sangre, y envuelve las tres con cuidado. Tiene gracia, piensa: incluso había llegado a considerar comprar un cuadro para su plan. Menuda tontería.

– Mira que eres listo -dice con voz de falsete.

– Gracias, Donna -contesta-. ¿Llevas aquí mucho tiempo?

– Lo suficiente.

– ¿Y qué te parece?

– ¡Pues que eres geniaaaaaal!

– Tú no, Tony. Estoy hablando con Donna.

Pero Donna ha desaparecido. A veces sus amigos desaparecen.

Con los lienzos envueltos bajo el brazo, y el cuchillo, la botella de Don Limpio, la toalla de baño y los vaqueros embutidos en la mochila, rodea el cadáver y el creciente charco de sangre que ahora se ha tornado negro azabache.

Intenta recordar el color del pelo del muchacho. ¿Era todo negro o tenía reflejos caoba?

Mierda. Ya se le ha olvidado.


– Palabras -dijo Kate, alzando las radiografías hacia la luz-. Colores. La A todavía visible en el cuadro terminado es la inicial de «amarillo». Están también el rojo, el azul y el verde. ¿Y «sandía silvestre» y «menta mágica»? Eso no sé qué es, pero imagino que colores también. «Mora» es otro color. Pero ¿«alboroto»? ¿Eso qué es? -Dejó la radiografía y alzó la foto ampliada de unos garabatos. La escritura apenas se discernía-. ¿Es una ampliación de los bordes?

Brown asintió.

– Con un aumento del cuatrocientos por cien.

– Esto también son palabras. -Kate torció la fotografía a un lado y otro-. Es una caligrafía infantil, pero creo que son nombres. Mirad -dijo, tendiéndoles la ampliación-. Ahí pone «Tony», ¿no?, una y otra vez hasta que ya no hay quien lo lea. Pero pone «Tony». Y…; -Miró de nuevo las fotos. Eran masas de garabatos grises, apenas legibles-. Y esto es… no sé, «Don» o «Dot», y ahí pone «Bren» o «Brenda» o algo así. ¿Qué os parece?

– Esto es «Tony», seguro -convino Perlmutter-. Y… «Dyan», no, «Dyl». Puede que «Dylan». Como Bob Dylan o Dylan Thomas.

– ¿Quién es Dylan Thomas? -preguntó Grange, mirando a los agentes Marcusa y Sobieski, que se alzaron de hombros.

– Un poeta -contestó Perlmutter.

Grange hizo una mueca, como preguntando cómo demonios tenía él que saberlo.

– Sí, esto parece que es «Brand» o «Brenda» o algo así. Y, sí, «Dyl no sé qué».

– ¿Serán víctimas? -preguntó Grange mirando las fotos.

– No coinciden con ninguno de los cadáveres encontrados -replicó Brown.

– Puede que todavía no hayan aparecido o que sean futuras víctimas -insistió Grange.

– Tal vez -terció Kate-. Pero en los dos lienzos aparecen los mismos nombres -comentó, comparando las fotografías-. Mirad, son los mismos.

– ¿Serán miembros de su familia? -aventuró Brown-. ¿Amigos?

– Si es un auténtico psicópata no tendrá muchos amigos -observó Freeman-. Estos personajes no establecen relaciones duraderas.

Garabatos obsesivos. Las mismas frases y palabras escritas una y otra vez.

– Esto se da mucho en el outsider art -explicó Kate-. Sobre todo en las obras de los enfermos mentales.

– Sí. La repetición suele ser un calmante para los esquizofrénicos -corroboró Freeman.

– ¿Has leído algo del doctor Kurt Ernst?

– Un psiquiatra alemán, experto en el arte de los enfermos mentales -dijo Freeman-. Es lectura obligatoria.

– Yo le conocí cuando se hizo la exposición del Drawing Center sobre el arte de los enfermos mentales. Ernst escribió el texto del catálogo. Es también historiador del arte. El caso es que va a venir a Nueva York. De hecho, creo que ya está aquí. -Kate miró de nuevo las fotos-. Me gustaría que echara un vistazo a los cuadros y no creo que tengamos que insistirle mucho. Se aloja con la directora del Drawing Center, que es amiga mía. Ya le llamaré.

– Sí, por favor -dijo Brown.

Perlmutter observó una de las radiografías.

– Esto parece el proyecto de la obra.

– Pero luego el autor no lo sigue -comentó Kate, sosteniendo la radiografía encima de una reproducción a color del cuadro terminado-. Mira, ha escrito «amarillo», pero luego lo ha pintado de azul. Y en las nubes y el cielo ha escrito «azul cielo» y «lobo gris», que vete a saber qué es, pero lo ha pintado de rosa y rojo.

– Este tío está como una cabra -saltó Brown-. Es organizado. Se lleva al lugar del crimen el arma y los lienzos. No tortura a sus víctimas, de manera que no es un sádico, pero luego destripa los cadáveres como un chiflado, como si estuviera fuera de control y fuese una persona desorganizada.

– Estas personas viven en mundos de fantasía muy elaborados -explicó Freeman-. Lo que pasa es que todavía no sabemos cuál es su mundo fantástico, pero está en alguna parte del ritual.

– ¿Tiene algo que ver con el hecho de que siempre vaya a por prostitutas? -quiso saber Perlmutter.

– Podría ser. Es difícil trazar un perfil psicológico del asesino hasta que sepamos cuáles son sus móviles. Además, estas personas tienen a veces más de un perfil.

– Yo creo que la clave está en los cuadros -opinó Kate-. ¿Qué representan para él?

– ¿Una ofrenda a la víctima? -aventuró Freeman.

– Tal vez. -Kate se puso a caminar de un lado a otro, abanicándose sin darse cuenta con la radiografía-. Se lleva las pinturas al lugar del crimen, eso lo sabemos, pero luego las deja allí, de manera que o bien quiere que las encontremos o bien no le importa abandonarlas, ¿no es así?

– Sí. Sigue.

Kate dejó de abanicarse y se detuvo.

– Estaba pensando que es como si el autor hubiera terminado ya con ellas. Que las lleva con algún propósito y luego, una vez cumplido su objetivo, ya no le importan.

– De manera que tenemos que averiguar qué hay en esos cuadros que es tan importante para él -dijo Freeman-, y por qué pierde luego su importancia.

– Eso creo. -Kate dejó la radiografía sobre la reproducción del cuadro y se la quedó mirando-. Escribe los nombres de los colores y luego pinta el área con un color totalmente distinto.

– No tiene sentido -apuntó Brown.

– No, pero hay artistas que han hecho cosas así por razones conceptuales.

– ¿Conceptuales? -repitió Sobieski.

– Los artistas conceptuales cuestionan la naturaleza del arte.

– ¿Y eso qué significa? -quiso saber Grange.

– Que ilustran ideas. -Kate cerró un momento los ojos-. A ver, Jasper Johns es un ejemplo perfecto. En realidad no es un artista conceptual, pero utiliza en su obra algunas nociones conceptuales y… Un momento. -Miró de nuevo las radiografías, las palabras-. Esto es increíble. De hecho nuestro asesino está haciendo algo muy parecido a lo que hacía Jasper Johns.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Brown.

– Johns realizó una serie de pinturas en las que cubría grandes áreas con fuertes pinceladas de un color, amarillo, por ejemplo, y luego, encima, escribía la palabra «amarillo».

– ¿Y eso qué significa? -terció Grange.

– Johns quería señalar la diferencia entre la palabra «amarillo» y el color amarillo, además del hecho de que existen dos maneras de ver o describir una cosa: a través de una palabra o de una imagen. En su caso tenemos la palabra «amarillo» contra un área de color amarillo. ¿Entendéis lo que os digo? -Miró a los hombres para ver si la seguían-. Por otro lado, Johns hizo también lo contrario, que justo parece lo mismo que tenemos aquí: pintar una superficie de amarillo, por ejemplo, y luego escribirle la palabra «azul». De ese modo niega la realidad de lo que se ve.

– De manera que el observador ve amarillo pero lee «azul» -concluyó Freeman.

– Eso es.

– ¿Y eso para que nos planteemos lo que significa en realidad la palabra «azul»? -terció Perlmutter.

– Exacto. Así nos hace pensar sobre el color, sobre cómo el artista utiliza los colores de forma real e irreal. El color puede ser descriptivo o naturalista, o bien abstracto, por ejemplo.

– ¿Y qué es lo que pretende nuestro asesino? -preguntó Brown-. ¿Intenta jugar con el observador, con la palabra que ha escrito y el color que ha pintado?

– Podría ser. -Kate pensó un momento-. Pero él esconde las palabras debajo de la pintura, de manera que a menos que se saque una radiografía, como hemos hecho nosotros, ¿cómo se puede saber que está jugando con el observador? Además, no creo que sea tan sofisticado como para utilizar nociones artísticas tan elevadas. -Volvió a mirar los cuadros-. Es de lo más desconcertante. Por un lado parece la obra de un aficionado, lo que en el mundo del arte se denomina out-sider art, cosa que parecen confirmar los bordes de garabatos. Pero eso significaría que no sabe nada del arte conceptual. Además, si fuera un profesional yo conocería su obra, que no es el caso. Su obra no la conoce nadie, que yo sepa. Y aun así, se parece tanto a Jasper Johns que es muy probable que haya visto sus cuadros. ¿Y si intenta emularlo? -Se quedó contemplando las radiografías, absorta en sus pensamientos.

– ¿Qué? -preguntó Brown.

Kate las alzó a la luz.

– Sandía silvestre y alboroto. ¿Significa eso algo para vosotros?

Ninguno tenía ni idea.

– De manera que las radiografías no nos dicen gran cosa. -Floyd Brown se frotó las sienes.

– Puede que sí. -Kate metió la mano en el bolso y le lanzó un pastillero-. Pero todavía no sabemos lo que es.

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