16

¿Estaba contenta? ¿Era eso posible? Kate estaba segura de que no volvería a sentir aquella emoción y, a pesar de todo, ahora que los empleados de mudanzas estaban metiendo las dos maletas de lona y las cajas de cartón de Nola en la habitación de invitados, justo al lado de la que Kate y Richard habían destinado originalmente como cuarto de los niños (ya habían instalado incluso un moisés, una cuna y una mesa para cambiar pañales), sentía una alegría a la que ya había creído renunciar.

Sonrió con cariño a Nola, esperando conservar aquel sentimiento, aunque las palabras de los malditos cuadros seguían viniéndole a la cabeza y no podía dejar de pensar en el oportuno suicidio de Martini o en aquellos bordes obsesivamente garabateados y el arte de los enfermos mentales.

– ¿Te gusta ahí la cama? -preguntó, esforzándose por concentrarse en el presente.

Nola había decidido irse a vivir con ella cuando se cayó de un taburete en su casa, donde ya casi ni cabía, de manera que en cuestión de horas Kate contrató a la empresa de mudanzas, puso el apartamento en alquiler y compró los muebles infantiles antes de que Nola pudiera pensárselo dos veces. Ahora movió nerviosa el moisés unos centímetros a la izquierda y la mesa de cambiar pañales a la derecha.

– Kate, cálmate, mujer, que me estás poniendo nerviosa.

Calmarse. ¿Era posible? No lo creía.

– ¿Tienes hambre?

– Muchísima -dijo Nola.

– Bien.

Kate echó a andar por el pasillo sin hacer caso de las truculentas imágenes de asesinatos que llameaban en su cerebro, intentando comportarse como si todo fuera bien, sobre todo por Nola. Por fin se puso a rebuscar entre las latas de la despensa.

– Sé que Lucille ha guardado aquí unas galletas Mallomars. Pensaba que podíamos quedarnos a cenar en casa. Yo me encargo de todo.

– ¿Que tú vas a cocinar? Querrás decir que vas a encargar la cena, ¿no?

Kate se echó a reír, aunque de manera un poco forzada.

– Lo creas o no, sé cocinar.

Le sirvió un vaso de leche, dejó las galletas sobre el largo mostrador de roble y observó complacida cómo Nola se abalanzaba sobre ellas. Tal vez era posible olvidar, al menos un momento. Se apoyó contra el mostrador. Estaba agotada de la cantidad de energía que necesitaba para distanciarse y poder trabajar en el caso, agotada de aventar la rabia que necesitaba para seguir adelante.

– ¿De verdad estás bien? -preguntó Nola-. Porque no lo parece.

Kate la miró.

– ¿Es que eres bruja o qué?

– Bueno, yo más bien diría perspicaz. Cuéntame…

– No hay nada que contar. Lo estoy superando. -¿No era lo que siempre había hecho? Con el suicidio de su madre, el cáncer de su padre, la muerte de Elena, los delincuentes juveniles, los homicidios-. Si me lo hubieras preguntado hace unos días te habría dicho que no, que no estaba bien, que ni siquiera podía imaginar seguir adelante con mi vida, pero… Al final no queda más remedio, ¿no? Hay que seguir adelante. -Se volvió y se sacudió en el fregadero unas migas invisibles de los dedos, intentando no hacer caso de las lágrimas que se le agolpaban en los ojos-. Supongo que ya se me da muy bien esconder mis emociones y negar la realidad. -Una imagen de aquel callejón oscuro le vino de pronto a la mente.

– No tiene nada de malo. Yo creo que me he pasado la vida negando las cosas malas que me han pasado. -Nola pensó en la muerte de su hermano Niles y en la de su madre-. A veces la verdad es demasiado dura.

– Sí. -Kate le cogió una mano. De pronto tenía el presentimiento de que iba a pasar algo. Pero ¿por qué justo en ese momento, cuando era la primera vez en más de una semana que no estaba hundida en la depresión? Intentó borrar aquella sensación, pero Nola se dio cuenta.

– ¿Qué pasa?

– No, nada. Es… no sé, todo lo que ha pasado. -Por un instante volvió a ver el rostro de otra protegida suya, una joven parecida a Nola a la que no había logrado proteger-. Me alegro de que estés aquí -dijo, rodeándola con el brazo. Era cierto, se alegraba. ¿Por qué entonces no podía deshacerse de aquel espantoso presentimiento?

– Yo también me alegro. Anda, vamos a ver tu programa.


Las cortinas oscuras están echadas y la pequeña pantalla brilla en la habitación oscura. Al principio se siente un poco decepcionado: el programa no es ni mucho menos tan bueno como unos dibujos animados o la serie de Zena que vio el día anterior. Pero desde luego ella le gusta, su historia-dura del arte, Kate.

Por un momento vuelve a tener la sensación de que la conoce. ¿Es por la forma en que le sonríe o le mira seriamente, como si supiera que él la está viendo?

Mira fijamente la pantalla y piensa que tiene razón, que se conocen, que de alguna manera están conectados psíquicamente o incluso físicamente, tal vez de alguna vida anterior. Pero no importa, ya se acordará. A veces le cuesta acordarse de las cosas, quizá por lo que le hicieron.

Tiene un regusto a goma en la boca. Se estremece mirando de nuevo el televisor, a la historia-dura. Espera que pronto sean grandes amigos. Puede que incluso llegue a ser su nueva amiga íntima, aunque no le gustaría que Tony lo supiera, ni Brenda o Brandon, y mucho menos Donna, que a veces se pone muy celosa. No quisiera herir sus sentimientos porque se considera un buen amigo.

De momento no querría ser amigo de ninguno de los artistas invitados al programa, aunque a ella parecen caerle bien, les escucha como si le importaran. Eso le hace pensar que debe de ser muy buena persona.

Él está incluso tomando algunas notas, como cuando Kate mostró aquel cuadro grande con un montón de cruces de madera y muñecas de plástico pegadas y dijo que el autor, WLK Hand, era uno de los mejores jóvenes artistas de su generación. Y aunque él no comprendió por qué, le gustaría saber la razón por la que ella lo piensa, de manera que ha escrito la fecha de la exposición de WLK Hand y el nombre de la galería, Vincent Petrycoff, y cree que tal vez irá a comprobarlo por sí mismo.

Los artistas a los que Kate entrevista dicen cosas como «cromático», «colores complementarios y terciarios» y «calientes en oposición a fríos», todo eso con voces muy serias. Le recuerda las veces que se colaba en el Art Students League para oír a los profesores, o algunos de los libros de arte que ha conseguido leer.

Una obra aparece en la pantalla, un cuadro grande que consiste en unas bandas horizontales con palabras escritas en la superficie pintada, AMARILLO, AZUL y ROJO. Y la historia-dura dice:

«Fíjense en cómo el artista Jasper Johns ilustra el color con palabras.» Y él da un respingo y presta toda su atención. «¡Dios mío! ¡Le conoce!», piensa.

– ¡Tony! -grita-. ¡Ven, escucha! ¡Ella le conoce!

Entonces se acuerda del día, del momento en la librería en que volvió una página y se encontró de pronto con aquellos cuadros. Había escogido el libro sólo por el nombre del pintor, que le interesaba, pero entonces vio aquellos cuadros con las palabras, tan parecidos a sus propias obras. ¡Aquello sí fue una sorpresa!

Ahora coge el libro de encima de la pila que tiene junto a la mesa de pintura, un sitio de honor porque lo consulta con mucha frecuencia. Le da fe y confianza saber que hay alguien que piensa como él. Pasa las páginas hasta encontrar la ilustración que busca, el cuadro que aparecía en la pantalla, Junto al mar, de 1961. No ha entendido nunca la razón del título, porque por mucho que lo mire no se ve el mar ni de lejos. Debía de ser una broma o algo así. Pero las palabras están muy claras, rojo, amarillo, azul, y en el cuadrante de abajo es como si el artista hubiera unido todas las palabras unas encima de otras para que resulten ilegibles, aunque él puede leerlas todas a la vez. Se imagina que el autor, su hermano de sangre, su ídolo, debía de estar confuso o furioso y pintó todas las palabras una y otra vez, así como están, y eso despierta en su corazón un amor enorme por él y desea poder decirle que comprende su desesperación.

Vuelve corriendo al sillón, al programa de televisión y a Kate, que en ese momento se despide.

«Muchas gracias y buenas noches.»

Y le entristece que haya terminado tan pronto y que no digan nada más de su alma gemela. Y entonces sucede algo todavía más increíble, pero es tan rápido que no está seguro de que haya ocurrido de verdad.

¿Es posible? Mira fijamente la pantalla. ¿Lo ha visto de verdad?

Y entonces sucede de nuevo. Su pelo, castaño.

«¡Dios mío!» Es sólo un destello que brilla y muere en un instante, pero esta vez está seguro de haberlo visto: su pelo, en color. No son imaginaciones suyas.

Se inclina con los nervios de punta y se frota los ojos, que están muy cansados porque se ha pasado en pie toda la noche y lleva todo el día trabajando en sus lienzos y luego viendo demasiada televisión. ¿Se están burlando de él?

«No se pierdan el programa de la próxima semana -está diciendo Kate-. Nuestro invitado será…» Pero su pelo es negro otra vez, y ahora ha aparecido un tipo mayor, descalzo, sentado en un estudio enorme rodeado de cuadros gigantescos, grises. El hombre habla con ella, con su historia-dura, está explicando que el color «lo es todo», y a él le gustaría poder meterse en la pantalla, agarrar a aquel tío del cuello y apretar hasta…

«¡Otra vez! ¡Dios mío!» Sí, tiene el pelo castaño. ¡Y los ojos azules!

Sigue mirando la pantalla, pero el momento ha pasado.

Se deja caer sobre los ajados cojines del sillón respirando agitadamente. ¿Qué está ocurriendo?

¿Cómo va a poder esperar hasta el siguiente programa? Piensa en lo que acaba de suceder, el pelo castaño y los ojos azules de Kate. Luego apaga el televisor y se sienta en la penumbra que lo envuelve como los abrazos que siempre ha deseado y nunca ha recibido. Se concentra en ella, en su historia-dura, en su hermoso y milagroso pelo castaño, y sus ojos azules, azules.

Agarra un puñado de ceras, pensando que tal vez pueda verlas como antes, pero no, nada.

Un recuerdo: su primera caja de ceras. Precisamente por las etiquetas empezó a comprender el concepto de las palabras (rojo, amarillo, azul, verde), y también por Holly, la chica de quince años que estuvo viviendo una temporada con ellos. A veces se sentaba con él, esnifando pegamento, y leía las etiquetas de las ceras, sobre todo le gustaban los nombres que sonaban más exóticos (sandía salvaje, manzana fuerte, magenta cálido). Esperaba a que él los repitiese y, cuando acertaba, aplaudía y le decía lo listo que era.

Sonríe hasta que recuerda el día que encontró a Holly en el suelo del cuarto de baño, con una aguja en el brazo y espuma alrededor de la boca.

Pero no quiere pensar en el pasado. Quiere concentrarse en el presente. Y en el futuro.

Piensa en la noche pasada, allí en el Bronx, cuando seleccionaba a su presa. Qué paciencia tuvo. Se pasó mirándola toda la noche mientras ella entraba y salía de varios coches y luego la siguió hasta las primeras horas de la mañana, cuando todavía no era de día. Podía haber ido a por ella entonces, pero ése no era el plan. El ya volverá, con el cuadro del chico. Ése es el plan.

Alza la vista, con los ojos acostumbrados a la penumbra, y mira la obra realizada en el apartamento del muchacho moreno. Vibrante, con un escarlata muy vivo y un triste cereza oscuro. Se parecía tanto a las obras de Soutine y Bacon y De Kooning (que también parecen intestinos y vísceras), aunque ya no es lo mismo. A lo mejor, la próxima vez que vea el programa de Kate vuelve a suceder aquel milagro. Entonces verá todas aquellas maravillosas reproducciones tal como eran. Tal como son.

Pasa los dedos por la pantalla negra del televisor, atrayendo la electricidad estática, y se imagina a su historia-dura, luego se acurruca en posición fetal, se mete el pulgar en la boca y, como un niño con un biberón, se pone a chupárselo con suaves ruiditos.


Kate estaba citando a Johannes Itten, un teórico del color, cuando en la pantalla surgió el cuadro de Jasper Johns que había elegido para ilustrar sus argumentos. Casi se le había olvidado, pero ahora le trajo a la memoria las obras del Bronx. Pero un instante más tarde lo sustituyó Homenaje al cuadrado, de Josef Albers, con sus cuadrados verdes concéntricos.

– Mira, es uno de los cuadros que elegí para ti -comentó Nola-. Incluso encontré las notas de Albers sobre los pigmentos verdes que había mezclado. A ver… verde viridian, verde esmeralda y verde Hooker, creo. Mi nombre de pintura favorito, sin duda.

Kate se la quedó mirando.

– ¿Qué acabas de decir de Albers?

– ¿Sobre sus mezclas de verdes?

– No, los nombres de los colores.

– Ah, el viridian, el esmeralda y el Hooker, ¿no?

– Sí. -¿Qué intentaba averiguar? Verde Hooker. Verde viridian. Los distintos fabricantes daban a las pinturas nombres muy serios y muy técnicos. Eso era. Nadie llamaba a un pigmento sandía silvestre ni frambuesa.

– Sandía silvestre -dijo en voz alta.

– ¿Cómo dices?

– Sandía silvestre. ¿Dónde podría encontrar un color con ese nombre? ¿Tal vez en los muestrarios que utilizan los decoradores?

– En las Crayolas.

– ¿Las Crayolas? ¿Eso no son ceras?

– Sí. Creo que me sé casi todos los nombres de memoria. -Nola cerró los ojos-. Azul cielo, solidago, mora.

– ¿Y sandía silvestre?

– Creo que ése estaba en la caja de setenta y dos colores, junto con el magenta cálido, el azul ventisca y el alboroto. -Nola movió la cabeza-. No, creo que el alboroto salió un poco más tarde, en la caja de ochenta colores.

Alboroto. Kate se acordaba muy bien de aquel nombre.

– ¿Qué es el alboroto?

– Un tono de rojo violáceo, más o menos como el escarlata Alizarin de los óleos.

Nombres de ceras. ¿Qué demonios significaba aquello? ¿Es que se enfrentaban a un niño?

Kate se quedó mirando el televisor, su rostro reducido a píxeles de colores, moviendo la boca. Pero, absorta en sus pensamientos, ya no escuchaba lo que estaba diciendo.

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