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FBI de Manhattan. Un edificio aerodinámico, tranquilo, sin olor a café malo, sin pintura desconchada, sin delincuentes reclamando a gritos sus derechos.

Kate recorrió el pasillo hasta encontrar la puerta que buscaba. Estaba entreabierta y ella se asomó. Lo vio inclinado, metiendo una carpeta en un cajón y sosteniendo una ficha con los dientes.

El agente Marty Grange alzó la vista, dio un respingo y la ficha se le cayó de la boca. Se enderezó deprisa, alisándose unos pantalones impecables.

Kate inhaló, casi sorprendida de estar allí, pensando que debía de haber perdido la cabeza.

– Necesito un favor -le dijo sin más.

– ¿Un favor?

– Sí.

– ¿Y bien? -Se miraron a los ojos, pero él se apresuró a desviar la vista.

– Me gustaría ver el expediente del FBI sobre Angelo Baldoni. Usted mencionó que llevaban años recopilando datos sobre él.

– ¿Y quiere que yo se lo dé?

– Sí.

– ¿Y eso por qué? -Grange miró la ficha que se había caído a! suelo y fue a recogerla justo al mismo tiempo que Kate. Los dos se inclinaron a la vez y quedaron cara a cara, casi tocándose las narices, durante un instante.

Por fin Kate se enderezó con la ficha en la mano.

– La rapidez lo es todo -dijo con una sonrisa.

Grange tomó la ficha, pero no parecía saber que hacer con ella.

– Te estoy pidiendo ayuda -le dijo Kate, tocándolo-. No me gusta nada como ha terminado el caso de mi marido.

– ¿Y quiere abrirlo de nuevo?

– No, quiero cerrarlo, pero me gustaría saber lo que pasó de verdad. ¿Tú no? ¿Y el FBI?

Grange reflexionó.

– ¿Y cree que el expediente de Baldoni serviría de algo?

– Tal vez. -Kate se acercó un paso. Grange captó su perfume y notó un espasmo en los músculos.

– De acuerdo, le daré el expediente.

– ¿De verdad? -repuso Kate, sorprendida.

– No es nada del otro mundo. -Lo cual era cierto, sobre todo si pensaban retirarle como él sospechaba. «Que les den por el culo, después de todos estos años.»

Kate seguía allí, muy cerca de él, y Grange pensó que si no se apartaba tendría que ir al servicio para echarse agua fría en la cara, tal vez en todo el cuerpo. El sudor comenzaba a perlarle la frente.

– ¿Es todo? -preguntó, pasándose el dorso de la mano por la frente.

– Pues la verdad es que no. No sé si… Vaya, que ya puestos, ¿no podrías conseguirme también el expediente de Giulio Lombardi?

– Joder, McKinnon, ¿que quieres acceso libre a los archivos del FBI?

– No estaría mal. -Soltó una risita y se remetió el pelo detrás de las orejas.

Grange se oyó contestar:

– De acuerdo.

Entonces Kate le agarró la mano para estrechársela y Grange supo que si ella le pidiera que fuese a la Casa Blanca y matara de un tiro al perro del presidente, también contestaría «De acuerdo».

– Eres un cielo -dijo Kate. Jamás se hubiera imaginado que iba a decir algo así a Marty Grange.

Una sonrisa danzó en los labios del agente.

– Te llevo los expedientes a tu casa. ¿La dirección?

– Central Park West, 145. Pero puedo venir yo a recogerlos. No quiero crearte problemas. ¿Cuándo los tendrías?

Grange consultó su reloj.

– En un par de horas. -Pensó en la perspectiva de pasar otra noche solitaria en su apartamento de una habitación, bebiendo cerveza. Respiró hondo y dijo con tono de indiferencia-: De todas maneras tengo que ir por esa zona, así que no me importa llevártelos.

– No hace falta, de verdad…

– No se hable más. Ya te he dicho que… eh… que tengo que ir al Upper West Side de todas formas. -Era mentira. No tenía que ir a ningún sitio.

– Vale, gracias. -Kate sonrió. Una sonrisa sincera-. Y…

– ¿Ahora qué? ¿Otro expediente?

– No.

– Bien.

– Pero… -Kate meneó la cabeza-. No, es igual.

– ¿Qué? -Grange tuvo el horrible presentimiento de que McKinnon iba a pedirle que no fuera a su casa, cuando ahora era lo único que deseaba hacer en el mundo: estar un rato con ella en su apartamento-. Ya te he dicho que te llevaré los expedientes.

– No, no es eso. Es que… bueno, hay otra cosa pero… no, ya he pedido demasiado.

– Te he dicho que hables, ¿no?

– Es lo del detective privado, el que estuvo siguiendo a Andrew Stokes. ¿Recuerdas que su mujer lo mencionó? Creo que podría ayudarnos, pero no dirá nada sin una orden judicial.

– O sea que ya has hablado con él.

– Me temo que sí. Ya sé lo que estás pensando, que no…

– ¿Cómo sabes lo que estoy pensando? -Grange se secó las manos húmedas en los pantalones-. ¿Dónde tiene el despacho ese detective?

– Cerca del centro. Entre la calle Cuarenta y seis y la Seis.

A una manzana del apartamento al que Grange no tenía ningunas ganas de volver.

– Haré unas llamadas para que los expedientes estén listos cuando volvamos -dijo.


– La oficina no es gran cosa -comentó Grange, en voz bastante alta para que lo oyera la recepcionista y esposa de Baume.

– Eugene está ocupado en este momento -dijo ella.

Kate se inclinó sobre la mesa con una sonrisa.

– Perdone, pero es muy importante y…

Grange no se molestó en esperar. Fue directamente a abrir la puerta del despacho de Baume.

El detective alzó la cabeza y vio a Kate.

– ¿Ha traído una orden?

– Pues no, pero…

– Ya le advertí que sin una orden no puedo decir nada. Se trata de información confidencial, protegida por el artículo H de…

Grange plantó las manos en la mesa de Baume.

– Olvídese del artículo H, Q, P o M de mierda.

– ¿Quién es usted? -Baume miró aquellos ojos oscuros y fríos que Kate había sentido sobre ella tantas veces. Ahora se daba cuenta de que era un gesto que Grange había perfeccionado, su manera de protegerse-. Ya le he dicho a su amiga que necesito una orden judicial.

A Grange le gustó eso de «su amiga», pero estampó su placa del FBI contra la mesa.

– Últimamente el FBI ha estado colaborando con el Departamento de Trabajo, inspeccionando pequeños negocios, sobre todo agencias de detectives privados. Le sorprendería saber cuántas hemos tenido que cerrar.

Baume suspiró.

– ¿Cuál era el expediente que querían?

– Stokes -contestó Kate-. Andrew Stokes.

Baume se deslizó hacia atrás en su silla con un chirrido de ruedecillas, abrió el último cajón de un archivador metálico y sacó una carpeta que dejó en la mesa.

Kate la cogió y comenzó a hojear una serie de fotografías en blanco y negro.

– Hable -ordenó Grange.

– ¿De qué?

– De Stokes. No me gusta leer. Y no se deje nada.

Baume suspiró de nuevo.

– Estuve siguiéndolo un mes. Era todo un crápula, aunque tenía un buen trabajo y vivía en un buen barrio. Le iban las putas, el juego, las drogas. Menudo elemento. A veces compraba la droga en la calle. Por ahí tengo una foto. A su esposa no le importaba nada de eso, sólo las chicas, las putas.

Kate seguía mirando las fotos. Todas eran bastante granulosas, tomadas con un teleobjetivo a bastante distancia, pero aun así reconoció a Suzie White.

– Su puta favorita -comentó Baume, señalando la foto de Suzie-. A Stokes le volvía loco. Solía recogerla en el centro para llevársela a un hotel un par de veces a la semana.

– ¿En el centro? -preguntó Kate.

– Sí. En la esquina de la Décima Avenida y la Treinta y nueve. Me acuerdo porque yo solía parar un momento para tomarme una magdalena en el sitio ese tan famoso de la esquina, el Cupcake Café. Por eso apodé Magdalena a la puta. Menos mal que el caso duró sólo un mes, porque si no habría engordado diez kilos. -Soltó una risita, pero nadie le imitó-. Otras veces Magdalena se encontraba con Stokes en una esquina cerca del bufete de abogados donde trabajaba él. Por ahí está el nombre.

– Rothstein & Associates -logró decir Kate.

– Sí, eso es. Magdalena trabajaba por esa zona para ese tío -prosiguió Baume, señalando otra foto.

– Angelo Baldoni -dijo Kate, y miró a Grange-. Así que Baldoni era el chulo de Suzie White en el centro, el listillo que mencionó Lamar Black.

– Ese tipo, Baldoni, tenía un grupito de chicas, muy jóvenes todas -explicó Baume-. Yo le veía muchas veces pidiéndoles el dinero. Y también las maltrataba, el muy cerdo. Al principio no sabía quién era, pero cuando me enteré… qué coño, ya no quise saber nada más del caso. -Miró a Grange-. ¿Conoce usted a Baldoni?

– Sí.

– Me han dicho que ha muerto. Un hijo de puta menos, ¿eh? -El detective hojeó un momento las fotos y sacó una-. ¿Y éste? ¿Saben quién es? -preguntó, señalando la imagen borrosa de dos hombres saliendo de un bar. Uno de ellos era Stokes.

– Giulio Lombardi.

– Bingo. Stokes trataba con mafiosos. Joder. En cuanto me di cuenta dejé el caso. No pensaba jugármela con tipos como Giulio Lombardi.

– Bien hecho. -Grange tomó las fotos-. ¿Hay alguna en la que aparezcan juntos Lombardi y Baldoni?

Baume negó con la cabeza.

– Sólo sale Stokes con uno o con otro. Baldoni era el que le suministraba las drogas, tanto en la calle como en su casa. Un par de veces vi a Baldoni subir a Rothstein & Associates con una bolsa marrón.

Kate respiró hondo.

– ¿Y qué sabe del jefe del bufete, Richard Rothstein?

– Nada. Lo veía entrar y salir del edificio, pero no me pagaban para vigilarle.

– ¿Vio alguna vez a Rothstein con Lombardi o Baldoni? -preguntó Grange.

– No, nunca.

Kate suspiró.

Grange señaló otra foto.

– ¿Dónde la hizo?

Baume pensó un momento.

– Fue la última del carrete. Me acuerdo porque me jodió bastante que se terminara. Iba siguiendo a Stokes, que acababa de encontrarse con Baldoni. Luego apareció ese tipo, y no sé si fue Stokes o Baldoni el que se reunió con él. No me acuerdo. Ya les digo que se me terminó el carrete. Y además, ése fue el último día, porque no quería involucrarme en un caso relacionado con la mafia, de manera que lo dejé tal cual.

– ¿Le importa que me quede con esto? -dijo Grange, metiéndose la fotografía en el bolsillo.

– ¿Para qué pregunta si le va a dar igual?

– También es verdad. -Grange se inclinó hacia Kate-. Mejor te llevas todo el expediente. No creo que al señor Baume le sirva de mucho.


– Has estado genial -dijo Kate una vez fuera, dándole un apretón en el brazo. Grange lanzó un resuello que se perdió en el ruido del tráfico-. ¿Quién era el hombre de la foto?

Grange se sacó la instantánea del bolsillo.

– Nada más y nada menos que Charlie D'Amato, también llamado Charlie D. Un jefe muy famoso del mundo del crimen, un capo bastone.

Kate miró la imagen. El hombre parecía rondar los setenta, pelo blanco, rostro afable como de abuelo simpático.

– ¿Y eso qué significa? ¿Como un padrino?

– Más bien un vicepresidente. Pero aun así muy poderoso, y muy peligroso, aunque cumple cadena perpetua en Sing Sing.

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