23

– Sí, sí. Es el cliente de Suzie. -Rosita Martínez le devolvió las fotografías de la escena del crimen a Brown, se apartó de la frente los rizos teñidos de negro y miró a Kate, que estaba apoyada contra la pared-. ¿Fue culpa de Suzie?

– Gracias por venir -dijo Brown. Pero Rosita seguía mirando a Kate.

– No -respondió ella-. Un agente la acompañará a su casa, Rosita. Y muchas gracias.

Brown esperó a que la mujer saliera y cerró la puerta. Luego apoyó las manos en la mesa y miró a Kate.

– Muy mal.

Ella le devolvió una mirada compuesta de una parte de desafío y cuatro partes de agotamiento. Llevaba seis horas seguidas con Asuntos Internos.

– No podías llamar, ¿verdad?

– Te llamé.

– Sí, a toro pasado.

– Lo siento.

– Yo también.

– ¿Cómo está Noreen?

– Tiene un disparo en el pulmón. Y asesinaron a su marido delante de sus narices. Todavía está traumatizada, pero se pondrá bien. Debiste de asustar a Baldoni al entrar en el edificio, porque si no habría acabado con ella.

– ¿Ves? Algo hice bien.

– No todo el mundo estaría de acuerdo.

Kate ignoró la pulla.

– ¿Qué piensas? Tal vez Stokes le debía dinero a Baldoni y, como no pudo pagarle, Baldoni acabó con él.

– Eso parece. Ya conocemos el historial de Baldoni: sus conexiones con el crimen organizado, su tío, sus actividades de usurero, los asesinatos por encargo. -Floyd suspiró-. Ahora han venido los de la Brigada del Crimen Organizado a meter las narices también.

– Yo creo que tiene que haber algo más. No olvides que encontramos un cuadro de Martini junto al cadáver de Richard.

– Pues no sé qué podemos demostrar, ahora que las dos partes han muerto. -La miró con frialdad-. Los de Científica han encontrado los trozos de una fotografía flotando en el retrete, y resulta que es de nuestra primera víctima, Suzie White. No sé quién la pondría allí, si Lamar Black o Andy Stokes. Tenemos una orden de búsqueda contra Black, que ha desaparecido. Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas. Por ejemplo, qué demonios hacía Stokes en su casa. -Brown se frotó las sienes-. Lo que pienso es que tu marido se interpuso entre ellos, tal vez quiso intervenir a favor de Stokes. O también puede que simplemente fuera una equivocación, que el asesino pensara que Richard era Stokes.

Era una idea escalofriante que a Kate ya se le había ocurrido.

– Pero eso sólo tiene sentido si Baldoni no hubiera visto nunca a Stokes, cosa que parece poco probable si le había prestado dinero, ¿no?

Brown se quedó pensativo.

– Podría ser que Baldoni contratara a alguien para hacer el trabajo. Tal vez no quería hacerse cargo él mismo, sobre todo si había hecho negocios con Stokes. Demasiada relación entre ellos. Y luego el matón a sueldo confundió a Richard con Stokes.

¿Podía ser tan simple? La idea de que su marido hubiera sido asesinado por error era terrible y a la vez suponía un alivio. Kate quería creerlo así.

– Puesto que los de Crimen Organizado han entrado en el caso, podemos pasarles el asunto, a ver qué averiguan. Tal vez den con los matones a sueldo que Baldoni pudo emplear. Ah, y el forense ha encontrado un pelo en la camisa de Martini que no era suyo. Si resulta ser de Baldoni, podemos estar bastante seguros de que el asesino fue él.

– Me gustaría trabajar en ello. Cualquier cosa que nos lleve a la verdad…

– No hablarás en serio.

– Desde luego que sí.

– Tú estás fuera, McKinnon. No te lo puedo decir más claro.

– Oye, ya sé que la he fastidiado, pero…

– Déjalo. -Brown alzó una mano para interrumpirla-. No sé qué demonios creías que estabas haciendo. ¿Qué coño estabas pensando?

– Vale, no pensaba nada, ¿de acuerdo? Me salté unas cuantas normas, ¿y qué?

– ¿Unas cuantas? ¿Quieres que saque el manual y te lea las diez primeras?

– Oye, tenía que saber lo que estaba pasando. Pensaba que…

– No, si ya lo decías bien antes: no pensabas nada.

– Tenía que averiguar la verdad. Tenía miedo de que… -Kate se interrumpió. No quería mentirle a Floyd-. Lo hice por Richard. He hecho la promesa de que… -De pronto movió una mano frente a su rostro-. Mira, déjalo. Da igual.

– Tienes razón, da lo mismo. -Brown suavizó el tono-. Yo te entiendo, McKinnon. Si dependiera de mí, puede que te mantuviera en el caso. Pero Grange no lo permitirá de ninguna manera. Y tiene la sartén por el mango.

– Ya, para compensar que tiene la polla pequeña.

– No tiene gracia.

– No pretendía ser graciosa -le espetó Kate-. Oye, Baldoni venía hacia mí con una pistola en la mano, joder. Si llego a vacilar un segundo, me habría matado. ¿Estaría entonces más contento Grange?

– Probablemente.

– Los de Asuntos Internos han aceptado mi versión. ¿Por qué no la iba a aceptar Grange?

– Porque nadie le obliga. No es de Asuntos Internos, ni siquiera pertenece a la policía de Nueva York. Grange te tiene entre ceja y ceja. Se le ha ocurrido la peregrina idea de que le tendiste una trampa a Stokes, de que llevaste allí a Angelo Baldoni a propósito.

– ¿Y por qué iba a hacer yo eso?

– Porque Grange cree… -Vaciló-. Cree que estás intentando encubrir el asesinato de Richard.

– ¿Qué? -Kate se quedó sin aliento-. ¡Pero qué dices! Precisamente si hay alguien que quiere averiguar la verdad, que necesita saber quién mató a Richard, soy yo. ¿Por qué iba a querer encubrir el crimen?

Brown se pasó la mano por la frente.

– Es lo que harías si tuvieras algo que ver… si hubieras contratado a alguien para que matara a Richard. Y Grange piensa que…

Kate estalló en carcajadas, pero se frenó en seco.

– Un momento. Lo estás diciendo en serio.

– Es cosa de Grange. Ya conoces la primera regla en un caso de homicidio: interrogar al cónyuge. -Suspiró-. Míralo desde el punto de vista de Grange. Estás trabajando en el caso de tu marido. Encuentras una pista: el socio de Richard. Entrevistas a la mujer, obtienes una información que evidentemente no quieres contarme y…

– Eso no es verdad. Yo sólo quería…

– Déjame terminar. No llamas para pedir refuerzos. Sigues a la mujer, que te lleva hasta el marido, que puede saber algo de la muerte de Richard. Te sigue un conocido asesino a sueldo, que probablemente mató al artista que pintó el cuadro encontrado junto al cadáver de tu esposo. El matón se carga al socio de tu marido y luego tú te lo cargas a él. No queda nadie que pueda hablar. Así es como Grange lo ve: que ayudaste a eliminar a todos los que pudieran conocer la verdad sobre la muerte de Richard.

– ¡Joder! ¿Crees que no me gustaría que quedase alguien a quien interrogar?

– No importa lo que yo crea. -Brown frunció el entrecejo-. Grange mencionó también el hecho de que Richard tuviera un seguro de vida de cinco millones de dólares, lo cual no nos ayuda precisamente.

– ¿Crees que me importa el dinero? Joder, mi marido está muerto y… -Se levantó apresuradamente. No quería que Brown viera las lágrimas que se agolpaban en sus ojos-. No tengo por qué escuchar esta mierda.

Brown la retuvo por la muñeca.

– Oye, que me la estoy jugando contándote esto.

Kate se dejó caer de nuevo en la silla, asimilando de pronto las palabras de Floyd. Tenía razón. Había logrado exactamente lo contrario de lo que pretendía.

– Mira, lo bueno de todo esto es que Grange no tiene pruebas de nada. Lo único que puede hacer de momento es apartarte del caso.

– Ya, genial.

– Seguro que el tío sabe que todo eso son chorradas, pero nunca le ha gustado que estuvieras metida en esto, siendo mujer y además civil, y puesto que ya has realizado tu contribución, es decir, interpretar las pinturas del psicópata, por lo que a él respecta ya no te necesitamos. -Le apretó la mano un instante y luego volvió a frotarse las sienes-. No quiero que le proporcionemos nada más en lo que pueda hurgar, ¿de acuerdo?

Kate sacó su pastillero y puso un par de excedrinas en la mano de Brown.

– ¿Y qué pasa con nuestro pintor asesino?

– ¿Qué pasa?

– Puede que no me creas, pero estoy tan comprometida con ese caso como con el de Richard.

– Lo siento -replicó Brown tomándose las pastillas-, pero ya no.


Kate iba tan deprisa por el pasillo que las paredes de color verde grisáceo eran un puro borrón. Algunos agentes y detectives se la quedaban mirando con lástima, o eso pensó ella («Pobrecita, su marido estaba metido en la mafia y le mataron»), mientras que otros no podían disimular el gusto que les daba saber que habían jodido a la niña bien.

Las nubes omnipresentes parecían más opresivas que nunca cuando salió de la comisaría.

Consecuencias. Sabía que iba a haber consecuencias, pero no se esperaba aquello. La habían apartado del caso. Le dolía la cabeza. Necesitaba un par de excedrinas y dormir. Sí, dormir. Pero ¿cómo iba a dormir ahora que estaba jodida del todo?

Pensó en acudir de nuevo a Tapell. Pero si la jefa la respaldaba de nuevo, todo el mundo sabría que había gato encerrado. Y desde luego no quería exponer a Tapell. Era demasiado tarde.

– Kate.

Mitch Freeman le tocó el brazo y la detuvo suavemente. Kate no quería hablar con el psiquiatra ni con nadie.

– Oye… -Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba, esbozando casi una sonrisa antes de caer de nuevo.

– Así que ya te has enterado, ¿eh? Me han echado del caso.

Freeman asintió, apartándose el pelo de la frente.

– ¿Tienes tiempo para un café?

Kate suspiró. No quería hablar y a la vez tenía ganas de hablar durante horas.

– Por lo visto tengo todo el tiempo del mundo.

Recorrieron en silencio varias manzanas.

Entraron en un café de la Novena Avenida y se sentaron en una mesa pequeña. Freeman pidió dos cafés con leche y unos cruasanes de almendras. Aunque Kate no tenía hambre, tampoco dijo nada.

– Pareces cansada -comentó él-. ¿Duermes bien?

– No mucho. El Ambien me ayuda un poco.

– Ah, un hipnótico.

– ¿Cómo?

– Sí, el Ambien está clasificado como droga hipnótica. A diferencia de los antiguos somníferos, que te tumban, el Ambien te relaja, pero uno tiene que dejarse llevar, tumbarse, cerrar los ojos, creer que se dormirá.

– Pero no consumas Ambien si no cuentas con siete u ocho horas por delante o terminarás con lo que se llama «amnesia del viajero».

– ¿Qué es eso?

– Es lo que les ocurre a los que toman píldoras para dormir cuando viajan en avión y tienen que despertar al cabo de pocas horas para desembarcar mientras la droga todavía está en su organismo. No es nada bueno, te lo aseguro. Estás despierto, pero al mismo tiempo dormido. -Freeman miró a Kate por encima de las gafas-. Eres más propenso a la sugestión, casi como si estuvieras hipnotizado. Y luego no te acuerdas de nada.

– Vale, no tomaré Ambien a menos que vaya a dormir toda la noche. Te lo prometo.

Freeman sonrió y se puso serio de nuevo.

– Nunca incrementes la dosis -le advirtió-. Los hipnóticos actúan con una sustancia química del cerebro conocida como GABA, un neurotransmisor, y éstos controlan la comunicación entre las células cerebrales haciendo que aumente o disminuya su actividad eléctrica.

– Suena muy complicado.

– Has de saber que los somníferos, además de suponer una ayuda para millones de personas que sufren de insomnio, pueden provocar, en caso de no estar correctamente prescritos, no sólo problemas de memoria sino alteraciones en el comportamiento.

– Tienes mi palabra, doctor -prometió Kate llevándose una mano al pecho.

Kate ya no sabía si alguna vez podría dormir.

Se quedaron callados un momento.

– Podrían haberte matado -dijo Freeman por fin, después de que la camarera les sirviera.

– No estaba pensando en mí.

– Pues igual ya te toca.

Kate levantó la taza con ambas manos y notó el calor en la cara.

– Eso no me preocupa.

– ¿El qué no te preocupa? -Los cálidos ojos azules de Freeman la miraron fijamente.

– ¿Estás intentando psicoanalizarme, doctor?

– Sólo un poco. -Casi sonrió-. Dime, ¿qué es lo que no te preocupa exactamente?

– Lo que me pase.

– A ningún psiquiatra le gusta oír eso.

– No soy tu paciente, Mitch.

– Ya lo sé, pero… -Miró un momento su cruasán y luego alzó la vista de nuevo-. Lo siento, no puedo evitarlo.

– ¿Qué quieres que diga? ¿Que siento haber seguido a Noreen Stokes? ¿Que siento que hayan matado a Andy Stokes y que Baldoni esté muerto también? Pues sí, lo siento. Siento… -Respiró hondo, haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas-. Siento haber fallado.

– ¿A quién le has fallado?

– Déjalo. Da igual.

Freeman intentó mirarla a los ojos, pero ella apartó la vista.

– Kate, no es culpa tuya que Richard muriera.

– Eso ya lo sé.

– ¿Ah, sí?

¿Lo sabía? Le parecía que habían muerto muchas personas queridas sin que ella pudiera evitarlo.

– Son cosas que pasan, Kate -insistió él-. A veces ocurren cosas terribles que no podemos dominar y…

– Pero yo sí puedo. Quiero decir que debería, que necesito…

– No, no puedes. Nadie puede controlar el destino.

El destino. Aquella palabra le resonó en la mente. ¿Acaso ése era su destino?

– Sé que intentas ayudarme, Mitch, pero por favor, déjalo. Lo único que he dicho es que no me importa lo que me pase. ¿Tan malo es?

– ¿Las tendencias suicidas? Pues sí, malísimas. Es evidente que te colocaste en una situación de peligro.

– Yo sólo buscaba respuestas.

– Sin pensar en tu propia seguridad. -La miró-. Vas a tener que tomar una decisión, ¿sabes?

– ¿Qué decisión?

Freeman le sostuvo la mirada.

– Si quieres vivir o morir.

Nada más oírlo, Kate supo la respuesta: no le importaba una cosa u otra.

– Por favor, deja de analizarme, ¿quieres?

– Muy bien. Pero ¿por qué no te ausentas una temporada? Date tiempo para sentir tu pena.

¿Pena por qué? ¿Por su fracaso? ¿Por su incapacidad para encontrar respuestas? ¿Por un marido al que posiblemente no llegó a conocer? ¿Por su muerte? ¿Por su pérdida? ¿Por qué, exactamente? Kate compuso una expresión fría.

– Pues sí, parece que tendré que irme. Supongo que podría llamarse jubilación anticipada. -Esbozó una sonrisa forzada, pero Freeman no se la devolvió.


El olor a antiséptico no conseguía enmascarar el hedor a enfermedad y desechos humanos. A través de las puertas entreabiertas se veían fugaces imágenes de los enfermos, algunos, los más afortunados, con visitas que intentaban entretenerlos, otros a solas en sus camas, esperando a alguna enfermera sobrecargada de trabajo que tal vez no llegara nunca hasta ellos.

Kate odiaba los hospitales más que ninguna otra cosa. Echó a andar deprisa por el pasillo, sin saber muy bien por qué tenía que ver a Noreen Stokes, sin imaginarse lo que iba a decirle. ¿Qué la impulsaba a hacerlo? ¿El sentimiento de culpa o sus ansias de conocer una verdad que seguía eludiéndola? Probablemente ambas cosas. Además, si aguardaba siquiera un par de horas más, le sería denegado el acceso como policía.

Tal como esperaba, había un agente en la puerta. Al fin y al cabo Noreen había sido testigo de un asesinato de la mafia.

Kate mostró su placa, agradeciendo que Brown se hubiera olvidado de pedírsela.

El agente la miró mientras ella abría la puerta.

Las cortinas estaban echadas y el fluorescente lo teñía todo de un enfermizo tono verdoso.

Noreen estaba medio incorporada en la cama, con los brazos sobre las mantas que la cubrían hasta el cuello. Tenía un gotero en el brazo. Su piel era sólo un poco más oscura que la sábana.

Volvió la cabeza sorprendida al ver a Kate y cerró los ojos, como si así pudiera hacerla desaparecer.

Kate se acercó.

– ¿Cómo estás?

Noreen no respondió, aunque los párpados le temblaron. Kate se sorprendió una vez más al ver sus capilares, ahora incluso más marcados bajo la piel traslúcida, fina como un velo.

– Lo siento -dijo.

Los ojos de Noreen se abrieron como los de una muñeca.

– ¿De verdad?

– Sí.

– Llevaste a un hombre para que matara a mi marido ¿y dices que lo sientes? -Su voz era un ronco susurro, pero cargado de odio.

– Baldoni te seguía a ti, no a mí, Noreen. -Era lo que Kate quería creer, aunque no estaba del todo segura.

– ¿Esa es tu manera de disculparte?

– Sólo quería hablar, Noreen, contigo y con Andy. Yo sólo quería algunas respuestas, necesitaba averiguar qué ha pasado.

– ¿Qué ha pasado? Te voy a decir lo que ha pasado. Tu marido condenó a muerte a Andy, y tú ayudaste a ejecutarlo.

– Eso no es verdad. No…

– ¿No querías respuestas? Pues te las voy a dar. -Noreen respiró hondo y su mano frágil, amoratada por la aguja del suero, tembló sobre la sábana-. Tu marido acumulaba deudas, unas deudas terribles. Había puesto en peligro el bufete y Andy sólo intentaba ayudar. -Respiró de nuevo. Su rostro había perdido todo el color, excepto el púrpura de las venillas que palpitaban bajo su piel casi transparente-. Baldoni le debía a Andy un favor, porque Andy había ganado el juicio de su tío, de manera que Baldoni le dio a Richard el dinero que necesitaba para que el bufete no se hundiera.

Kate la escuchaba como si hablara un idioma extranjero que ella tuviera que traducir: ¿que Richard se había endeudado tanto que había tenido que recurrir a la mafia?

– Richard prometió devolverlo todo, pero no lo hizo. Él ya sabía cuáles serían las consecuencias…

De nuevo aquella palabra: consecuencias…

– Pero no hizo caso. Y ahora… los dos están muertos.

– Richard nunca habría… ¿Cómo sabes tú eso?

– Andy me lo contó todo. Richard acudió a él suplicándole que le ayudara, y Andy lo hizo. -Noreen tomó aliento-. Cuando mataron a Richard, Andy supo que él sería el siguiente. Naturalmente, no podía conseguir el dinero, de manera que tenía que escapar. -Noreen la miró con rabia y tristeza-. Y no te bastó con que mataran a tu marido, tenías que asegurarte de que Andy se fuera con él. Tú no querías saber la verdad.

– Sí quiero saberla. -Los pensamientos le zumbaban en la cabeza como mosquitos. ¿Era cierto? ¿Quería averiguar lo sucedido?-.

Te equivocas, lo que dices no es verdad. Richard me lo habría contado…

– Andy me dijo que no te escuchara, que no hablara contigo, que tú sólo defenderías a tu marido… que le creerías a pesar de todo.

¿Creía en su marido? ¿Seguía creyendo en Richard? Se tocó sin darse cuenta la cadenilla de oro que llevaba al cuello hasta encontrar la alianza de Richard. Intentó concentrarse.

– ¿Conocía Andy a una joven llamada Suzie White?

– ¿A quién? -preguntó Noreen.

– Ha sido asesinada y…

– Ahora estás diciendo que Andy era un asesino.

– Yo no he dicho eso. Sólo te he preguntado si la conocía.

– ¿Y yo cómo iba a saberlo?

– Ya sé que esto no es fácil, Noreen, para ninguna de las dos, pero el apartamento donde Andy se alojaba pertenecía a un tal Lamar Black, un chulo, además de traficante de drogas. Suzie White trabajaba para él, era una prostituta. Y creo que Andy la conocía.

– ¡Cómo te atreves! -le espetó Noreen con dureza.

– Lo siento. Pero una vez contrataste a un detective… -Vaciló. Sabía que aquello le iba a doler-. Para seguir a tu marido y…

Noreen comenzó a respirar agitadamente, inhalando rápidas bocanadas de aire.

– Según el forense, Andy tenía en la sangre heroína y cocaína…

Noreen se incorporó en la cama tan bruscamente que la aguja del suero salió volando y la sangre le manó de la mano. El tubo del suero se agitó en el aire como una serpiente escupiendo un pálido veneno líquido.

– ¡Fuera de aquí! ¡Fuera!

– Quiero saber la verdad, Noreen. ¿Tú no?

– ¿La verdad? Tú no quieres saber nada. Vete. -Noreen no dejaba de apretar el botón para llamar a la enfermera.

– Noreen…

– ¡Que te vayas!

Kate fue a decir algo, pero una enfermera irrumpió en la habitación seguida del policía de guardia, que la agarró del brazo y la sacó de allí. Cuando se volvió desde el pasillo Kate vio, por la puerta entornada, que la enfermera intentaba encontrar una vena decente en la mano amoratada de Noreen. Excepto por el suave movimiento de su pecho, Noreen se había quedado tan quieta como si estuviera muerta.

Загрузка...