10 Alar y piedras

Ben cogió del suelo un pedrusco algo más grande que su puño. -¿Qué pasará si suelto esta piedra?

Pensé un poco. Las preguntas aparentemente sencillas que surgían durante las lecciones casi nunca eran sencillas. Al final di la respuesta obvia:

– Probablemente caerá.

Ben arqueó una ceja. Llevaba varios meses entretenido con mi educación y no había tenido muchas ocasiones de quemárselas.

– ¿Probablemente? Hablas como un sofista, hijo. ¿Acaso no cae siempre una piedra cuando la sueltas?

Le saqué la lengua.

– No intentes liarme. Eso es una falacia. Tú mismo me lo has enseñado.

Ben sonrió.

– De acuerdo. ¿Te parece bien decir que crees que caerá?

– Sí, me parece bien.

– Quiero que creas que cuando la suelte, caerá hacia arriba. -Su sonrisa se ensanchó.

Lo intenté. Era como hacer gimnasia mental. Al cabo de un rato hice un gesto de asentimiento.

– Vale.

– ¿Estás convencido?

– No mucho -admití.

– Quiero que creas que esta piedra flotará. Tienes que creerlo con una fe capaz de sacudir árboles y de mover montañas. -Hizo una pausa y cambió de táctica-. ¿Crees en Dios?

– ¿En Tehlu? Más o menos.

– Eso no basta. ¿Crees en tus padres?

Esbocé una sonrisa.

– A veces. Ahora no los veo.

Ben dio un resoplido y cogió la vara que utilizaba para espolear a Alfa y a Beta cuando se ponían vagos.

– ¿Crees en esto, E'lir? -Solo me llamaba E'lir cuando consideraba que mi actitud era excesivamente obstinada. Levantó la vara para que yo la inspeccionara.

Había un destello de malicia en sus ojos. Decidí no tentar a la suerte.

– Sí.

– Bien. -Golpeó el costado del carromato con la vara, produciendo un fuerte crac. Al oír el ruido, Alfa torció una oreja; no estaba segura de si iba dirigido a ella o no-. Esa es la clase de fe que necesito. Cuando suelte esta piedra, saldrá flotando, libre como un pájaro.

Blandió un poco la vara.

– Y no me vengas con filosofías de pacotilla, o haré que te lamentes de haberte aficionado a esos jueguecillos.

Asentí con la cabeza. Puse la mente en blanco mediante uno de los trucos que ya había aprendido, y me concentré en creer. Empecé a sudar.

Pasados unos diez minutos, volví a hacer un gesto de asentimiento.

Ben soltó la piedra, que cayó al suelo.

Empezó a dolerme la cabeza.

Ben recogió la piedra.

– ¿Crees que ha flotado?

– ¡No! -Me froté las sienes, enfurruñado.

– Bien. No ha flotado. Nunca te engañes y percibas cosas que no existen. Ya sé que es una tentación, pero la simpatía no es un arte para los débiles de voluntad.

Volvió a coger la piedra.

– ¿Crees que flotará?

– ¡No ha flotado!

– No importa. Inténtalo otra vez. -Agitó la piedra-. El Alar es la piedra angular de la simpatía. Si pretendes imponerle tu voluntad al mundo, debes controlar tu capacidad de creer.

Lo intenté y lo intenté. Era lo más difícil que había hecho jamás. Me llevó casi toda la tarde.

Al final Ben consiguió soltar la piedra y que yo mantuviese mi firme creencia de que no caería, pese a que todo indicara lo contrario.

Oí el golpe de la piedra contra el suelo y miré a Ben.

– Ya lo entiendo -dije con calma y con una buena dosis de pedantería.

Ben me miró con el rabillo del ojo, como si no me creyera del todo pero no quisiese admitirlo. Con aire ausente, golpeteó la piedra con una uña, luego se encogió de hombros y la levantó en alto.

– Quiero que creas que, cuando la suelte, esta piedra caerá y no caerá. -Se sonrió.


Esa noche me acosté tarde. Me sangraba la nariz y sonreía de satisfacción. Mantuve ambas creencias en mi mente y dejé que su disonancia me calmara hasta quedarme dormido.

Pensar en dos cosas distintas a la vez, además de resultar asombrosamente eficaz, era muy parecido a cantar uno mismo las dos voces de una canción. Se convirtió en uno de mis juegos favoritos. Después de dos días practicando, podía cantar un trío. Poco después, había conseguido el equivalente mental a hacer desaparecer cartas y hacer malabarismos con puñales.

Hubo muchas lecciones más, pero ninguna resultó tan fundamental como la del Alar. Ben también me enseñó el Corazón de Piedra, un ejercicio mental que te permitía apartar tus emociones y tus prejuicios y pensar con lucidez en lo que quisieras. Ben aseguraba que un hombre que dominara de verdad el Corazón de Piedra podía ir al funeral de su hermana sin derramar ni una sola lágrima.

También me enseñó un juego llamado «buscar la piedra». El juego consistía en hacer que una parte de tu mente escondiera una piedra imaginaria en una habitación imaginaria. Luego, otra parte de tu mente tenía que encontrarla.

En la práctica, mediante esa técnica se desarrolla un valioso control mental. Si aprendes a jugar a «buscar la piedra», consigues un Alar duro como el hierro, que es lo que necesitas para practicar la simpatía.

Sin embargo, aunque pensar en dos cosas a la vez resulta enormemente útil, el entrenamiento que se precisa para dominar esa habilidad es cuando menos frustrante, y a veces, muy perturbador.

Recuerdo una ocasión en que busqué la piedra durante casi una hora antes de consentir en preguntarle a la otra mitad de mí dónde la había escondido. Pues bien, resulta que no había escondido la piedra. Solo quería saber cuánto rato buscaría antes de rendirme. ¿Alguna vez has estado a la vez enfadado y contento contigo mismo? Es un sentimiento interesante, por no decir más.

En otra ocasión pedí pistas, y acabé burlándome de mí mismo. No es de extrañar que muchos arcanistas sean un poco excéntricos, por no decir que están absolutamente chalados. Como había dicho Ben, la simpatía no es para los débiles de voluntad.

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