30 La cubierta rota

El letrero de la jamba de la puerta rezaba la cubierta rota. Lo interpreté como una señal auspiciosa y entré.

Había un hombre sentado detrás de un mostrador. Deduje que era el propietario. Era alto y delgado, con calva incipiente. Tenía en las manos un libro de contabilidad, y levantó la vista con cierta expresión de fastidio. Decidí reducir al mínimo las sutilezas; fui hacia el mostrador y puse mi libro encima.

– ¿Cuánto me daría por esto?

El hombre lo hojeó con aire de profesional, palpando el papel y examinando la calidad de la encuademación. Se encogió de hombros y dijo:

– Un par de iotas.

– ¡Vale mucho más! -protesté, indignado.

– Vale lo que te den por él -replicó sin alterarse-. Te doy una y media.

– Dos talentos, y tengo la opción de volver a comprarlo dentro de un mes.

El tipo dio una breve y acartonada risotada.

– Esto no es una casa de empeños. -Empujó el libro hacia mí con una mano y cogió su pluma con la otra.

– ¿Veinte días?

Vaciló un momento; le echó otro rápido vistazo al libro y sacó su bolsa de dinero. Extrajo dos pesados talentos de plata. Hacía mucho, muchísimo tiempo que yo no veía tanto dinero junto.

Me acercó las monedas deslizándolas por el mostrador. Contuve el impulso de agarrarlas de inmediato y dije:

– Necesito un recibo.

Esa vez me lanzó una mirada tan dura y tan larga que empecé a ponerme un poco nervioso. Entonces caí en la cuenta del aspecto que debía de ofrecer, cubierto de la suciedad acumulada en las calles durante un año, tratando de obtener un recibo por un libro que, evidentemente, había robado.

Al final, el tipo se encogió de hombros y garabateó algo en un trozo de papel. Trazó una línea y la señaló con la pluma:

– Firma aquí.

Leí lo que había escrito:


Yo, el abajo firmante, atestiguo que no sé leer ni escribir.


Miré al librero, que permaneció imperturbable. Mojé el plumín y, con mucho cuidado, escribí «A. I.», como si fueran mis iniciales.

El tipo agitó el trozo de papel para que se secara la tinta y me acercó el «recibo».

– ¿Qué significa la «A»? -me preguntó esbozando una sonrisa.

– Anulación -contesté-. Significa invalidar algo, hacer que resulte nulo. Generalmente, un contrato. La «I» es de Incineración. Que consiste en arrojar a alguien al fuego. -El tipo me miró sin comprender-. La incineración es el castigo por falsificación en Junpui. Creo que los recibos falsos entran en esa categoría.

No hice el menor ademán de tocar el dinero ni el recibo. Se produjo un tenso silencio.

– No estamos en Junpui -argumentó el individuo controlando la expresión de su rostro.

– Cierto -admití-. Tiene usted dotes para la malversación. Quizá debería añadir una «M».

El hombre dio otra fuerte risotada y sonrió.

– Me has convencido, joven maestro. -Sacó otro trozo de papel y me lo puso delante-. Escribe tú el recibo, y yo lo firmaré.

Cogí la pluma y escribí: «Yo, el abajo firmante, me comprometo a devolver el libro Retórica y lógica con la inscripción "Para Kvothe" al portador de esta nota a cambio de dos peniques de plata, con la condición de que presente este recibo antes del día…».

Levanté la cabeza.

– ¿Qué día es hoy?

– Odren. Treinta y ocho.

Hacía tiempo que había abandonado la costumbre de contar los días. En la calle, todos los días se parecen, solo que la gente está un poco más borracha los Hepten, y un poco más generosa los Duelos.

Pero si estábamos a treinta y ocho, solo tenía cinco días para llegar a la Universidad. Ben me había dicho que las admisiones terminaban en Prendido. Si llegaba tarde, tendría que esperar dos meses a que empezara el siguiente bimestre.

Puse la fecha en el recibo y tracé una línea para que firmara el librero. Me miró con expresión de desconcierto cuando le puse el papel delante. Es más, no se fijó en que en el recibo decía «peniques» en lugar de «talentos». Los talentos valían mucho más. Eso significaba que el librero acababa de comprometerse a devolverme el libro por menos dinero que por el que él lo había comprado.

Mi satisfacción disminuyó cuando comprendí que todo aquello era una estupidez. Ya fueran peniques o talentos, yo no iba a tener suficiente dinero para recuperar el libro pasados dos ciclos. Si todo iba bien, ni siquiera estaría en Tarbean al día siguiente.

Pese a ser inútil, el recibo me ayudó a calmar el dolor que me producía separarme del último objeto de mi infancia que conservaba. Soplé sobre el papel, lo doblé con cuidado, me lo metí en un bolsillo y cogí mis dos talentos de plata. Me llevé una sorpresa cuando el librero me tendió la mano.

Sonrió con aire arrepentido y dijo:

– Perdona lo de la nota. Es que no me ha parecido que fueras a volver. -Se encogió de hombros-. Toma. -Me puso una iota de cobre en la mano.

Decidí que el tipo no era tan mala persona. Le devolví la sonrisa y, por un instante, casi me sentí culpable por lo que había escrito en el recibo.

También me sentí culpable por las tres plumas que le había robado, pero el malestar solo me duró unos segundos. Y como no había ninguna forma conveniente de devolvérselas, antes de marcharme le robé un tintero.

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