58 Nombres para un principio

Sería bonito decir que nuestras miradas se encontraron y que yo me acerqué lentamente a ella. Sería bonito decir que sonreí y que le hablé de cosas agradables en pareados cuidadosamente medidos, como el Príncipe Azul de algún cuento de hadas.

Por desgracia, la vida casi nunca tiene un guión tan meticuloso. La verdad es que me quedé allí plantado. Era Denna, la joven que había conocido hacía tanto tiempo en la caravana de Roent.

Ahora que lo pienso, solo había transcurrido medio año. No es mucho tiempo cuando te están contando una historia, pero medio año es muchísimo tiempo mientras lo vives, sobre todo si eres joven. Y nosotros éramos ambos muy jóvenes.

Vi a Denna cuando ella subía el último escalón del segundo piso del Eolio. Iba mirando el suelo, con expresión pensativa, casi triste. Se volvió y echó a andar hacia mí sin levantar la cabeza, sin verme.

Esos meses la habían cambiado. Todo lo que antes tenía de guapa lo tenía, además, de encantadora. Quizá esa diferencia se debiera únicamente a que no llevaba la ropa de viaje con que yo la había conocido, sino un vestido largo. Pero no cabía ninguna duda de que era Denna. Hasta reconocí el anillo que llevaba en el dedo, de plata con una piedra de color azul claro engarzada.

Desde el día que nos despedimos, yo había guardado pensamientos delirantes y tiernos sobre Denna escondidos en un rincón secreto de mi corazón. Me había planteado ir a buscarla a Anilin, había imaginado que volvía a encontrármela por casualidad en un camino, que ella iba a buscarme a la Universidad. Pero en el fondo sabía que esas ideas no eran más que sueños infantiles. Yo sabía la verdad: nunca volvería a verla.

Pero allí estaba, y yo no estaba preparado para ese encuentro. ¿Se acordaría de mí, del muchacho torpe al que solo había visto unos días, hacía mucho tiempo?

Denna estaba a apenas tres metros de mí cuando levantó la cabeza y me vio. Su rostro se iluminó, como si alguien hubiera encendido una vela en su interior que la hiciera resplandecer. Corrió hacia mí, cubriendo la distancia que nos separaba con tres atolondrados pasos.

Por un instante, pareció que fuera a echarse en mis brazos, pero en el último momento se paró y miró a las personas que estaban sentadas alrededor de nosotros. En el espacio de medio paso, transformó su alegre carrerilla en un comedido saludo. Lo hizo con elegancia, pero aun así tuvo que apoyar una mano en mi pecho para estabilizarse, para no caer sobre mí debido a su repentina parada.

Entonces me sonrió. Era una sonrisa dulce, cariñosa y tímida, como una flor que se abre. Era cordial, sincera y ligeramente turbada. Cuando me sonrió, sentí…

No se me ocurre cómo describirlo, de verdad. Sería más fácil mentir. Podría copiar algunas frases de cualquier historia y contaros una mentira tan familiar que no dudaríais en tragárosla. Podría decir que se me doblaron las rodillas. Que me costaba respirar. Pero eso no sería la verdad. Mi corazón no latió más deprisa, ni se paró, ni alteró su ritmo. Eso es lo que nos cuentan en las historias. Tonterías. Hipérboles. Chorradas. Y aun así…

Salid a pasear un día de principios de invierno, después del primer frío de la temporada. Buscad una charca con una fina película de hielo en la superficie, todavía limpia, intacta y transparente como el cristal. Cerca de la orilla, el hielo aguantará vuestro peso. Deslizaos un poco por él. Más allá. Al final encontraréis el sitio donde la superficie soporta vuestro peso de milagro. Entonces sentiréis lo que sentí yo. El hielo se rompe bajo vuestros pies. Mirad hacia abajo y veréis las blancas grietas recorriendo el hielo como alocadas, complicadas telarañas. No se oye nada, pero notáis la vibración a través de las plantas de los pies.

Eso fue lo que pasó cuando Denna me sonrió. No quiero decir que me sintiera como si me encontrase sobre una fina capa de hielo a punto de ceder bajo mi peso. No. Me sentí como el hielo mismo, resquebrajado de pronto, con grietas extendiéndose a partir del sitio donde ella me había tocado, en el pecho. La única razón por la que me sostenía era porque el millar de piezas que me componían se apoyaban unas en otras. Temía derrumbarme si me movía.

Quizá fuera suficiente decir que me cautivó una sonrisa. Y aunque parece una frase extraída de un libro de cuentos, se acerca mucho a la verdad.

Las palabras nunca se me han resistido. Más bien al contrario: a menudo me resulta muy fácil decir lo que pienso, y eso me ha creado problemas muchas veces. Sin embargo, ante Denna me quedé sin habla. No habría podido decir nada sensato aunque mi vida hubiera dependido de ello.

Automáticamente, las normas de cortesía que me había inculcado mi madre salieron en mi ayuda. Levanté una mano suavemente y agarré la que Denna tendía hacia mí, como si me la hubiera ofrecido. Entonces di medio paso hacia atrás e hice una elegante reverencia. Al mismo tiempo, me cogí con la otra mano el borde de la capa y la escondí detrás de la espalda. Fue una reverencia halagadora y cortés sin llegar a ser ridiculamente formal, y adecuada para un sitio público como aquel.

¿Qué podía hacer a continuación? Lo tradicional era besar la mano, pero ¿qué clase de beso era el idóneo? En Atur te limitabas a inclinarte sobre la mano tendida. Las damas ceáldicas, como la hija del prestamista con la que había hablado hacía un rato, esperaban que les rozaras ligeramente los nudillos y que el gesto fuera acompañado del chasquido de un beso en el aire. En Modeg apretabas los labios contra el dorso de tu propio pulgar.

Pero estábamos en la Mancomunidad, y Denna no tenía acento extranjero. Así pues, un beso directo. Apreté suavemente los labios contra el dorso de su mano durante el tiempo que tardas en respirar una vez. Tenía la piel tibia y olía vagamente a brezo.

– A sus pies, mi señora -dije irguiéndome y soltándole la mano. Por primera vez en la vida, entendí el verdadero propósito de esos saludos formales. Te dan un guión que seguir cuando no tienes ni idea de qué decir.

– ¿Mi señora? -repitió Denna, ligeramente sorprendida-. Muy bien, si insistes… -Se cogió el vestido con una mano e hizo una reverencia que resultó elegante, burlona y picara al mismo tiempo-. Tu señora.

Al oír su voz, supe que mis sospechas eran ciertas. Era mi Aloine.

– ¿Qué haces aquí arriba, en el tercer círculo, solo? -Echó un vistazo al balcón con forma de media luna-. Porque estás solo, ¿no?

– Estaba solo -puntualicé. Y como no sabía qué más decir, robé un verso de la canción que tenía reciente en la memoria-: «Ahora a la inesperada Aloine tengo a mi lado».

Denna sonrió, halagada.

– ¿Cómo que inesperada? -preguntó.

– Estaba prácticamente convencido de que ya te habías marchado.

– He estado a punto -repuso Denna con falsa arrogancia-. He esperado dos horas a que viniera mi Savien. -Suspiró trágicamente, mirando hacia arriba y hacia un lado, como la estatua de una santa-. Al final, desesperada, he decidido que lo mejor era que esta vez fuera Aloine quien buscase a su amado, y al cuerno con la historia. -Sonrió con malicia.

– «Eramos dos navios mal iluminados en la noche…» -cité.

– … «que pasaban al lado sin verse el uno al otro» -terminó Denna.

La caída de Felward-dije con algo que rayaba el respeto-. No hay mucha gente que conozca esa obra.

– Yo no soy mucha gente -replicó ella.

– No lo olvidaré. -Incliné la cabeza con exagerada deferencia, y Denna dio un bufido burlón. Lo ignoré, y continué en un tono más serio-: No sé cómo darte las gracias por ayudarme esta noche.

– ¿No sabes cómo? -dijo ella-. Pues es una lástima. ¿Qué estarías dispuesto a hacer?

Sin pensármelo dos veces, me llevé una mano al cuello de la capa y desenganché el caramillo de plata.

– Solo esto -dije, ofreciéndoselo.

– Yo… -titubeó Denna, desconcertada-. No lo dirás en serio.

– Sin ti no lo habría ganado -argumenté-. Y no tengo ninguna otra cosa de valor, a menos que quieras mi laúd.

Los oscuros ojos de Denna escudriñaron mi rostro, como si no supiera decidir si me estaba burlando de ella o no.

– Me parece que no puedes regalar tu caramillo…

– Sí puedo -la contradije-. Stanchion me ha comentado que si lo perdía o lo regalaba, tendría que ganarme otro. -Tomé su mano, le abrí los dedos y le puse el caramillo de plata en la palma-. Eso significa que puedo hacer lo que quiera con él, y quiero regalártelo a ti.:

Denna miró el caramillo que tenía en la mano; luego clavó su mirada en mí con atención, como si no me hubiera visto hasta entonces. Durante un momento fui muy consciente de mi aspecto. Mi capa estaba deshilachada y, aunque vestía mis mejores ropas, parecía un desharrapado.

Bajó la mirada de nuevo y lentamente cerró la mano donde sostenía el caramillo. Luego alzó la vista, con una expresión indescifrable.

– Creo que podrías ser una persona maravillosa -dijo.

Inspiré, pero Denna se me adelantó:

– Sin embargo -agregó-, esto es un agradecimiento desproporcionado. Es una recompensa exagerada por la ayuda que yo pueda haberte ofrecido. Si lo aceptara, quedaría en deuda contigo. -Me cogió una mano y me puso el caramillo en la palma-. Prefiero que estés tú en deuda conmigo. -De pronto sonrió-. Así, todavía me debes un favor.

De pronto, el ruido en la estancia disminuyó notablemente. Miré alrededor, desconcertado, porque había olvidado dónde estaba. Denna se llevó un dedo a los labios y señaló por encima de la barandilla, hacia el escenario. Nos acercamos más al borde, miramos hacia abajo y vimos a un anciano con barba blanca abriendo un estuche de forma extraña. Aspiré de golpe, sorprendido, al ver el instrumento que había en el estuche.

– ¿Qué es eso? -me preguntó Denna.

– Es un laúd de corte, muy antiguo -respondí, incapaz de disimular mi asombro-. Es la primera vez que veo uno.

– ¿Eso es un laúd? -Denna movió los labios sin articular ningún sonido-. Cuento veinticuatro cuerdas. ¿Cómo se puede tocar un instrumento así? Tiene más cuerdas que algunas arpas.

– Antes los hacían así. Antes de las cuerdas de metal, antes de que aprendieran a sujetar un mástil largo. Es increíble. En ese cuello de cisne hay más ingeniería que en tres catedrales juntas. -El anciano se apartó la barba y se puso cómodo en el asiento-. Espero que lo haya afinado antes de subir al escenario -añadí en voz baja-. Si no, tendremos que esperar una hora mientras ajusta las clavijas. Mi padre decía que los trovadores de antes pasaban dos días encordando y dos horas afinando para obtener dos minutos de música de un laúd de corte.

El anciano solo tardó unos cinco minutos en afinar el instrumento. Y entonces se puso a tocar.

Me avergüenza tener que reconocerlo, pero no recuerdo nada de la canción. Pese a que jamás había visto un laúd de corte, ni lo había escuchado, mi mente estaba tan confundida por la aparición de Denna que no podía asimilar nada más. Mientras estábamos apoyados en la barandilla, lado a lado, de vez en cuando la miraba de refilón.

Denna no me había llamado por mi nombre, ni había mencionado nuestro anterior encuentro en la caravana de Roent. Eso significaba que no se acordaba de mí. Supongo que no me extrañó que hubiera olvidado a un muchacho andrajoso al que solo había visto unos días en el camino. Sin embargo, me dolió un poco, porque yo llevaba meses pensando en ella. Pero no había forma de mencionarlo sin parecer un poco ridículo. Era mejor empezar de nuevo y confiar en dejar más huella en su memoria la segunda vez.

La canción terminó sin que me diera cuenta, y aplaudí con entusiasmo para compensar la poca atención que le había dedicado.

– Antes he pensado que te habías equivocado cuando has doblado el estribillo -me dijo Denna cuando la gente dejó de aplaudir-. No podía creer que de verdad quisieras que una desconocida cantara contigo. No he visto hacer eso en ningún sitio, salvo alrededor de las fogatas, por la noche.

Me encogí de hombros.

– Todo el mundo me decía que aquí es donde actúan los mejores músicos. -Hice un amplio gesto con una mano hacia ella-. Confiaba en que hubiera alguien que supiera la parte de Aloine.

Denna arqueó una ceja.

– Te ha ido de un pelo -dijo-. He esperado a que alguien se pusiera a cantar. Me daba un poco de vergüenza hacerlo yo.

La miré con gesto de extrañeza.

– ¿Por qué? Tienes una voz preciosa.

Denna sonrió, turbada.

– Solo había oído esa canción dos veces. No estaba segura de si la recordaría entera.

– ¿Dos veces?

Denna asintió.

– Y la segunda vez fue hace solo un ciclo. Una pareja la cantó en una cena a la que fui, en Aetnia.

– ¿Lo dices en serio? -pregunté, incrédulo.

Denna asintió con la cabeza como si la hubieran pillado diciendo una mentira piadosa. El oscuro cabello le tapó la cara, y ella se lo apartó distraídamente.

– Está bien, supongo que oí ensayar a la pareja antes de la cena…

Sacudí la cabeza. No podía creerlo.

– Es asombroso. La melodía es sumamente difícil. Y recordar toda la letra… -Me admiré en silencio unos momentos, sin parar de sacudir la cabeza-. Tienes un oído increíble.

– No eres el primero que me lo dice -replicó Denna con ironía-. Pero creo que eres el primero que me lo dice mirándome las orejas. -Miró hacia abajo de manera elocuente.

Cuando empezaba a ruborizarme, oí una voz que me resultó familiar detrás de nosotros.

– ¡Estás aquí! -Me volví y vi a Sovoy, mi alto y apuesto amigo, y compinche en Simpatía Avanzada.

– Sí, aquí estoy -dije, sorprendido de que Sovoy me buscara. Y también sorprendido de que tuviera la poca gracia de interrumpirme cuando estaba hablando en privado con una joven.

– Pues ya estamos todos. -Sovoy me sonrió. Se acercó a nosotros y, con toda tranquilidad, rodeó a Denna por la cintura con un brazo. La miró arrugando la frente, fingiendo enfado-. Recorro los pisos de abajo tratando de ayudarte a encontrar a tu cantante, y resulta que estáis los dos aquí arriba, hablando como si fuerais viejos amigos.

– Nos hemos encontrado por casualidad -dijo Denna, y le puso una mano sobre la que él tenía apoyada en su cadera-. Sabía que vendrías aunque solo fuera para recuperar tu copa… -Apuntó con la cabeza hacia una mesa cercana, donde había dos copas de vino.

Denna y Sovoy se dieron la vuelta y, cogidos del brazo, volvieron a su mesa. Denna giró la cabeza e hizo un gesto con las cejas. Yo no tenía ni la más remota idea de qué significaba esa expresión.

Sovoy me hizo señas para que me sentara con ellos y trajo una silla para que pudiera sentarme.

– No podía creer que fueras tú el que estaba actuando -me dijo-. Me pareció reconocer tu voz, pero… -Hizo- un ademán abarcando el último piso del Eolio-. El tercer círculo proporciona una cómoda intimidad para los jóvenes amantes, pero por otra parte, las vistas del escenario dejan mucho que desear. No sabía que tocaras. -Le puso un largo brazo sobre los hombros a Denna y sonrió con su encantadora sonrisa, que se reflejaba en sus azules ojos.

– De vez en cuando -dije con ligereza al sentarme.

– Has tenido suerte de que haya escogido el Eolio esta noche -dijo Sovoy-. Si no, solo te habrían acompañado ecos y grillos.

– Entonces estoy en deuda contigo -le dije con una cortés inclinación de cabeza.

– Devuélveme el favor formando pareja con Simmon la próxima vez que juguemos a esquinas -dijo él-. Así serás el que se coma la prenda cuando ese atolondrado pida la carta alta teniendo solo una pareja.

– Hecho -dije-. Aunque será duro. -Me volví hacia Den-na-. ¿Y tú? Te debo un gran favor. ¿Cómo puedo devolvértelo? Pídeme lo que quieras y lo haré. Cualquier cosa que esté al alcance de mis habilidades.

– Cualquier cosa que esté al alcance de tus habilidades -repitió ella, juguetona-. Veamos, ¿qué sabes hacer, además de tocar tan bien que Tehlu y todos sus ángeles llorarían si te oyeran?

– Supongo que podría hacer cualquier cosa -dije con soltura-. Si me lo pidieras tú.

Denna rió.

– Es peligroso decirle eso a una mujer -intervino So voy-. Y sobre todo a esta. Te pedirá que vayas al otro extremo del mundo a buscarle una hoja del árbol cantor.

Denna inclinó la silla hacia atrás y me miró con una mirada peligrosa.

– Una hoja del árbol cantor -murmuró-. No estaría nada mal. ¿Serías capaz de traerme una?

– Sí -afirmé, y me sorprendió darme cuenta de que era verdad.

Me miró como si se lo estuviera planteando seriamente; entonces sacudió la cabeza.

– No sería capaz de enviarte tan lejos. Tendré que guardarme ese favor para otro día.

Suspiré.

– Así que quedo en deuda contigo.

– ¡Oh, no! -exclamó Denna-. Otra carga para el corazón de mi Savien…

– La carga más pesada que soporta mi corazón es que temo que nunca sabré tu nombre. Podría seguir pensando en ti como Fe-lurian -dije-. Pero eso daría pie a desafortunadas confusiones.

Denna me miró como evaluándome.

– ¿Felurian? Podría gustarme eso si no pensara que eres un mentiroso.

– ¿Mentiroso? -protesté, indignado-. Lo primero que he pensado al verte ha sido: «¡Felurian! ¿Qué he hecho? La adulación de mis pares ha sido una pérdida de tiempo. Si pudiera recordar los momentos que he desperdiciado, solo podría esperar pasarlos de una manera más sabia, y calentarme con una luz que rivaliza con la luz del día».

Denna sonrió.

– Un mentiroso y un ladrón. Eso lo has robado del tercer acto de Daeonica.

Pero ¿cómo? ¿También conocía Daeonica}

– Me confieso culpable -concedí-. Pero eso no significa que no sea verdad.

Sonrió a Sovoy y luego me miró.

– Los halagos están muy bien, pero con ellos no conseguirás que te revele mi nombre. Sovoy me ha comentado que estudiáis juntos en la Universidad. Eso significa que tonteas con fuerzas oscuras que es mejor dejar en paz. Si te digo mi nombre, tendrás un poder terrible sobre mí. -Sus labios estaban serios, pero su sonrisa se insinuaba alrededor de las comisuras de sus ojos y en la forma de ladear la cabeza.

– Eso es cierto -dije también con seriedad-. Pero te voy a proponer un trato. Te diré mi nombre a cambio del tuyo. Así, tú también tendrás poder sobre mí.

– Serías capaz de venderme mi propia camisa -repuso Denna-. Sovoy sabe cómo te llamas. Suponiendo que no me lo haya dicho ya, podría sonsacárselo sin ninguna dificultad.

– Cierto -confirmó Sovoy, que parecía aliviado de que nos hubiéramos acordado de que estaba allí. Le cogió una mano a Denna y se la besó.

– Sovoy puede decirte mi nombre -dije con desdén-, pero no puede dártelo. Eso solo puedo hacerlo yo. -Puse una mano, plana, encima de la mesa-. Mi oferta sigue en pie: mi nombre a cambio del tuyo. ¿Aceptas? ¿O me veré a obligado a pensar siempre en ti como una Aloine, y nunca como en ti misma?

Denna desvió la mirada hacia uno y otro lado.

– Está bien -dijo-. Pero primero tendrás que darme tú el tuyo.

Me incliné hacia delante y le hice señas para que me imitara.

Denna le soltó la mano a Sovoy y acercó una oreja. Con la debida solemnidad, susurré mi nombre en su oído: «Kvothe». Denna olía débilmente a flores; supongo que era perfume, pero debajo de ese olor estaba su propio olor: a hierba verde, como el camino tras una fina lluvia primaveral.

Denna se recostó de nuevo en la silla y se quedó pensativa.

– Kvothe -dijo al final-. Te pega. Kvothe. -Sus ojos chispearon, como si ocultara un secreto. Lo dijo despacio, como saboreándolo, y luego asintió-. ¿Qué significa?

– Significa muchas cosas -contesté con mi mejor voz de Tá-borlin el Grande-. Pero no lograrás distraerme tan fácilmente. He pagado, y ahora estoy en tus manos. ¿Vas a darme tu nombre, para que pueda llamarte por él?

Denna sonrió y volvió a inclinarse hacia delante. Yo me incliné también. Ladeé la cabeza y noté la caricia de un mechón de su cabello.

– Dianne -dijo, y su cálido aliento fue como una pluma rozándome la oreja-. Dianne.

Nos recostamos ambos en nuestros respectivos respaldos. Me quedé callado, y Denna dijo:

– ¿Y bien?

– Ya lo tengo -dije-. Puedes estar segura.

– Entonces dilo.

– Me lo reservo -la tranquilicé, sonriendo-. Estos regalos no se deben derrochar.

Me miró y cedí.

– Dianne -dije-. Dianne. También te pega.

Nos miramos largo rato, y entonces reparé en que Sovoy me miraba de hito en hito.

– Tengo que bajar -dije levantándome apresuradamente de la silla-. He quedado con unas personas importantes. -Nada más pronunciarlas, mis torpes palabras chirriaron en mis oídos, pero no se me ocurrió ninguna forma de retirarlas sin quedar como un imbécil.

Sovoy se levantó y me estrechó la mano; no cabe duda de que se alegraba de librarse de mí.

– Te felicito por tu actuación, Kvothe. Hasta pronto.

Me volví y vi que Denna también se había levantado. Me miró a los ojos y sonrió.

– Yo también espero verte pronto. -Me tendió una mano.

Esgrimí mi mejor sonrisa.

– Siempre queda la esperanza. -Pretendía ser una frase ocurrente, pero se volvió casi grosera en cuanto salió de mis labios. Tenía que marcharme antes de que me pusiera aún más en ridículo. Le estreché rápidamente la mano a Denna y la noté un poco fría. Suave, delicada y fuerte. No se la besé, porque Sovoy era amigo mío, y no está bien hacerle eso a un amigo.

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