– Seis latigazos y expulsión -sentenció el rector. «Expulsión», pensé aturdido, como si fuese la primera vez que oía esa palabra. «Expulsar: obligar a alguien a marcharse de un sitio.» Notaba la satisfacción de Ambrose, veía cómo emanaba de él. Por un instante temí vomitar allí mismo, delante de todos.
– ¿Se opone algún maestro a esta medida? -preguntó el rector con tono ritualista mientras yo me miraba los pies.
– Yo. -Aquella inquietante voz solo podía ser de Elodin.
– ¿Todos a favor de suspender la expulsión? -Levanté la cabeza justo a tiempo para ver cómo Elodin levantaba la mano. Y luego Elxa Dal. Y Kilvin, y Lorren, y el rector… Todos la levantaron salvo Hemme. Casi me eché a reír de sorpresa y de incredulidad. Elodin volvió a sonreírme con aquel aire infantil.
– Expulsión cancelada -dijo el rector con firmeza, y noté cómo la satisfacción de Ambrose se debilitaba hasta desaparecer por completo-. ¿Alguna acusación más? -Percibí un deje extraño en la voz del rector. Como si esperara algo.
Fue Elodin quien habló:
– Propongo que Kvothe sea ascendido a Re'lar.
– ¿Todos a favor? -Todas las manos salvo la de Hemme se levantaron al mismo tiempo-. Kvothe queda ascendido a Re'lar, con Elodin como padrino, el cinco de Barbecho. Se levanta la sesión. -Se levantó de la mesa y se encaminó hacia la puerta.
– ¿Qué? -gritó Ambrose mirando alrededor como si no supiera a quién se lo estaba preguntando. Al final echó a correr detrás de Hemme, que salía detrás del rector junto con la mayoría de los otros maestros. Me fijé en que no cojeaba tanto como antes de que empezara el juicio.
Desconcertado, me quedé allí plantado, como un idiota, hasta que Elodin se me acercó y me estrechó la mano.
– ¿Confuso? -me preguntó-. Ven a dar un paseo conmigo. Te lo explicaré.
La intensa luz de la tarde me impactó cuando salí de la fresca penumbra del Auditorio. Sin mucha maña, Elodin se quitó la túnica de maestro por la cabeza. Debajo llevaba una sencilla camisa blanca y unos pantalones de bastante mal aspecto sujetos con un trozo de cuerda deshilachada. Vi por primera vez que iba descalzo. Tenía los pies tan bronceados como los brazos y la cara.
– ¿Sabes qué significa Re'lar? -me preguntó con desenvoltura.
– Se traduce como «el que habla» -contesté.
– Sí, pero ¿sabes qué significa? -insistió.
– No, la verdad es que no -admití.
Elodin inspiró hondo.
– Había una vez una Universidad. Estaba construida sobre las ruinas de otra Universidad más antigua. No era muy grande; no había más de cincuenta personas. Pero era la mejor Universidad en muchos kilómetros a la redonda, así que la gente iba allí, estudiaba y se marchaba. Había un grupito de gente que se reunía en privado. Gente cuyo conocimiento iba más allá de las matemáticas, la gramática y la retórica.
«Formaron su propio grupo dentro de la Universidad. Lo llamaban el Arcano, y era algo muy reducido y muy secreto. Tenían un sistema jerárquico, y solo podías ascender en la jerarquía demostrando tu habilidad. Entrabas en ese grupo demostrando que podías ver las cosas tal como eran. Te convertías en E'lir, que significa «el que ve». ¿Cómo crees que te convertías en Re'lar? -Me miró, expectante.
– Hablando.
Elodin rió.
– ¡Muy bien! -Se volvió y me miró a la cara-. Pero hablando ¿qué? -Me miraba con unos ojos brillantes e intensos.
– ¿Palabras?
– Nombres -me corrigió acaloradamente-. Los nombres dan forma al mundo, y un hombre que puede pronunciarlos va camino del poder. Al principio, el Arcano era un reducido grupo de hombres que entendían las cosas. Hombres que sabían nombres poderosos. Enseñaron a unos pocos alumnos, despacio, guiándo-los con cuidado hacia el poder y la sabiduría. Y la magia. La verdadera magia. -Miró los edificios circundantes y a los alumnos que pululaban por allí-. En aquellos tiempos, el Arcano era un coñac fuerte. Ahora es un vino aguado.
Esperé hasta estar seguro de que el maestro había terminado de hablar.
– Maestro Elodin, ¿qué pasó ayer? -Contuve la respiración y confié, contra todo pronóstico, en que Elodin me diera una respuesta inteligible.
El maestro me lanzó una mirada burlona.
– Pronunciaste el nombre del viento -dijo, como si la respuesta fuera obvia.
– Pero ¿qué significa eso? Y ¿a qué se refiere cuando dice «nombre»? ¿Es solo un nombre, como «Kvothe» o «Elodin»? ¿O es algo más parecido a «Táborlin sabía los nombres de muchas cosas»?
– Ambas cosas -respondió al mismo tiempo que saludaba a una atractiva joven que estaba asomada a la ventana de un segundo piso.
– Pero ¿cómo puede un nombre hacer algo así? «Kvothe» y «Elodin» no son más que sonidos que producimos, no tienen ningún poder por sí mismos.
Al oír eso, Elodin arqueó las cejas.
– ¿En serio? Espera y verás. -Miró hacia el final de la calle-. ¡Nathan! -gritó. Un chico se dio la vuelta y miró hacia donde estábamos nosotros. Era uno de los recaderos de Jamison-. ¡Ven aquí, Nathan!
El chico se nos acercó y miró a Elodin.
– ¿Sí, señor?
Elodin le dio su túnica de maestro al alumno.
– ¿Puedes llevar esto a mis habitaciones, Nathan?
– Por supuesto, señor. -El chico cogió la túnica y se marchó a toda prisa.
Elodin me miró.
– ¿Lo ves? Los nombres con que nos dirigimos unos a otros no son Nombres. Pero también tienen cierto poder.
– Eso no es magia -protesté-. Ese chico tenía que hacerle caso porque usted es un maestro.
– Y tú eres un Re'lar -repuso él, implacable-. Llamaste al viento y el viento te escuchó.
Intenté comprenderlo.
– ¿Insinúa que el viento está vivo?
Elodin hizo un gesto impreciso.
– En cierto sentido, sí. La mayoría de las cosas tiene vida, de un modo u otro.
Decidí cambiar de táctica.
– ¿Cómo llamé al viento si no sabía cómo hacerlo?
Elodin dio una fuerte palmada.
– ¡Esa es una excelente pregunta! La respuesta es que todos tenemos dos mentes: una mente despierta y una mente dormida. Nuestra mente despierta es la que piensa, habla y razona. Pero la mente dormida es más poderosa. Ella ve en lo más profundo de las cosas. Es la parte de nosotros que sueña. Lo recuerda todo. Nos proporciona intuición. Tu mente despierta no entiende la naturaleza de los nombres. Pero tu mente dormida sí. Ella ya sabe muchas cosas que tu mente despierta ignora.
Elodin me miró.
– ¿Recuerdas cómo te sentiste después de pronunciar el nombre del viento?
Asentí; no era un recuerdo agradable.
– Cuando Ambrose rompió tu laúd, hizo despertar a tu mente dormida, que, como un gran oso que hubiera estado hibernando y al que hubieran pinchado con un hierro al rojo, se irguió y rugió el nombre del viento. -Se puso a manotear en el aire, atrayendo miradas de extrañeza de los estudiantes que pasaban por allí-. Después, tu mente despierta no sabía qué hacer con aquel oso furioso.
– ¿Qué hizo usted? No recuerdo lo que me susurró al oído.
– Era un nombre. Era un nombre para aplacar al oso enfurecido, para volverlo a dormir. Pero ya no está profundamente dormido. Tenemos que despertarlo poco a poco y lograr que lo domines.
– ¿Por eso propuso cancelar mi expulsión?
Elodin le quitó importancia con un ademán.
– No existía un riesgo real de que te expulsaran. No eres el primer alumno que pronuncia el nombre del viento en un momento de ira, aunque eso es algo que no sucedía desde hace muchos años. A menudo, una emoción muy intensa despierta a la mente dormida por primera vez. -Sonrió-. Yo descubrí el nombre del viento cuando estaba discutiendo con Elxa Dal. Cuando lo grité, sus braseros explotaron formando una nube de cenizas y rescoldos. -Rió entre dientes.
– ¿Qué hizo Elxa Dal para enfadarlo tanto?
– Se negó a enseñarme los vínculos avanzados. Yo tenía catorce años y era E'lir. Me dijo que tendría que esperar hasta que fuera Re'lar.
– ¿Hay vínculos avanzados?
Me sonrió.
– Secretos, Re'lar Kvothe. En eso consiste ser arcanista. Ahora que ya eres Re'lar, tienes derecho a saber ciertas cosas que hasta ahora se te ocultaban. Los vínculos simpáticos avanzados, la naturaleza de los nombres… Nociones de runas dudosas, si Kilvin considera que estás preparado.
La esperanza brotó en mi pecho.
– ¿Significa eso que ya puedo entrar en el Archivo?
– Ah -dijo Elodin-. No. Ni mucho menos. Verás, el Archivo es el dominio de Lorren, su reino. Esos secretos no puedo revelártelos.
Al hablar Elodin de secretos, mi mente rescató uno que llevaba meses torturándome. El secreto que había en el fondo del Archivo.
– ¿Y la puerta de piedra del Archivo? -pregunté-. La puerta de las cuatro placas. Ahora que ya soy Re'lar, ¿puede decirme qué se esconde detrás?
Elodin soltó una risotada.
– Ah, no. Ni hablar. Tú no buscas secretos insignificantes, ¿verdad? -Me dio una palmada en la espalda, como si yo acabara de contarle un chiste buenísimo-. Valaritas. Dios mío. Todavía recuerdo lo que sentía plantado ante esa puerta, haciéndome preguntas.
Volvió a reír.
– Tehlu misericordioso, me moría de curiosidad. -Sacudió la cabeza-. No. No puedes abrir la puerta de las cuatro placas. Pero -me miró con complicidad- como ya eres Re'lar… -Miró a uno y otro lado, como si temiera que alguien pudiera oírnos, y se acercó más a mí-. Como ya eres Re'lar, admitiré que existe. -Me guiñó un ojo con solemnidad.
Pese a lo desilusionado que estaba, no pude evitar sonreír. Seguimos paseando en silencio; dejamos atrás la Principalía, Anker's…
– Maestro Elodin…
– ¿Sí? -Siguió con la mirada la carrera de una ardilla que cruzó la calle y trepó por un árbol.
– Sigo sin entender lo de los nombres.
– Yo te enseñaré a entender -dijo-. La naturaleza de los nombres no se puede describir; solo se puede experimentar y entender.
– ¿Por qué no se puede describir? -pregunté-. Si entiendes una cosa, puedes describirla.
– ¿Tú puedes describir todo lo que entiendes? -Me miró de soslayo.
– Por supuesto.
Elodin señaló calle abajo.
– ¿De qué color es la camisa de ese chico?
– Azul.
– ¿Qué quiere decir azul? Descríbelo.
Reflexioné un momento, pero no encontré la forma de describirlo.
– Entonces, ¿azul es un nombre?
– Es una palabra. Las palabras son pálidas sombras de nombres olvidados. Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí.
Estaba muy confuso.
– Sigo sin comprender.
Elodin me puso una mano en el hombro.
– Utilizar palabras para hablar de palabras es como utilizar un lápiz para hacer un dibujo de ese lápiz sobre el mismo lápiz. Imposible. Desconcertante. Frustrante. -Alzó ambas manos por encima de la cabeza, como si tratara de tocar el cielo-. ¡Pero hay otras formas de entender! -gritó riendo como un niño pequeño. Alzó ambos brazos hacia el cielo sin nubes, sin dejar de reír-. ¡Mira! -gritó echando la cabeza hacia atrás-. ¡Azul! ¡Azul! ¡Azul!