59 Lo que se sabe

Con el tiempo, y con considerable ayuda de Deoch y de Wiiem, me emborraché.

Y así es como esa noche tres alumnos emprendieron el regreso, un tanto errático, a la Universidad. Mirad cómo van, tambaleándose ligeramente. No se oye nada, y cuando la campana de la torre da la hora, esta no rompe el silencio sino que lo sostiene. Los grillos también respetan el silencio. Sus cantos son como cuidadosas puntadas en su tela, casi demasiado pequeñas para ser vistas.

La noche los envuelve como cálido terciopelo. Las estrellas, luminosos diamantes en el cielo sin nubes, tiñen el camino por el que andan de un gris plateado. La Universidad e Imre son el centro del conocimiento y el arte, el más fuerte de los cuatro rincones de la civilización. Aquí, en el camino que las une, solo hay árboles centenarios y larga hierba mecida por el viento. Es una noche perfecta, un tanto salvaje, casi aterradoramente hermosa.

Los tres muchachos, uno moreno, uno rubio y uno como el fuego, no se fijan en la noche. Quizá una parte de ellos sí lo haga, pero son jóvenes y están borrachos y ocupados sabiendo en el fondo de sus corazones que nunca crecerán ni morirán. También saben que son amigos, y comparten cierto amor que nunca los abandonará. Los muchachos saben muchas otras cosas, pero quizá ninguna tan importante como esa. Quizá tengan razón.

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