Skarre, al que le tocaba guardia, estaba leyendo un libro de bolsillo con las piernas sobre la mesa. La portada era de lo más sangriento.
– La noche del dos de octubre -dijo Sejer secamente- hubo bronca en Las armas del Rey, y estuvimos a punto de meter a un borracho en el calabozo.
– ¿A punto?
– Sí, al parecer se libró en el último momento. Me gustaría saber su nombre.
– Si es que se registró, claro.
– Fue rescatado por un compañero. Por Egil Einarsson para más señas. Puede que esté en el informe. Lo llamaban Peddik. ¡Inténtalo!
– Lo recuerdo -dijo Skarre. Se inclinó sobre el teclado del ordenador y comenzó a buscar, mientras Sejer esperaba. Por fin era de noche, su whisky lo estaba esperando y la oscuridad acechaba en las ventanas, como si los Juzgados fueran una gran jaula de loros sobre la que alguien había puesto una manta. Todo estaba en silencio. Skarre repasaba robos, escándalos domésticos y bicicletas robadas, pulsando las teclas con los diez dedos.
– ¿Has hecho algún cursillo? -preguntó Sejer.
– Ahron -contestó-. Peter Fredrik Ahron. Tollbugate, número cuatro.
Sejer anotó el nombre, sacó el cajón interior del escritorio con la punta del zapato y puso el pie sobre él.
– Claro. Nos pusimos en contacto con él más tarde, cuando se denunció la desaparición de Einarsson. Peter Fredrik. Fuiste tú quien habló con él, si no recuerdo mal.
– Sí, es verdad. Hablé con varios de ellos. Uno se llamaba Arvesen, creo.
– ¿Recuerdas algo sobre ese Ahron?
– Desde luego. Recuerdo que no me gustó. Y que estaba bastante nervioso. Me extrañó, pues al parecer había mantenido una tremenda pelea con Einarsson, de eso me enteré más tarde, al hablar con Arvesen, pero no había material suficiente para seguir con la investigación. Habló muy bien de Einarsson. Dijo que jamás había hecho daño a nadie, y que lo que le había pasado seguro que se debió a un desafortunado malentendido.
– ¿Hiciste alguna comprobación rutinaria sobre posibles antecedentes?
– Sí, lo hice. Arvesen tenía multas de tráfico. Einarsson no tenía nada y Ahron una sentencia por conducir borracho.
– Tienes muy buena memoria, Skarre.
– Sí, no puedo negarlo.
– ¿Qué estás leyendo?
– Una novela policíaca. -Sejer enarcó las cejas-. ¿Tú no lees novelas policíacas, Konrad?
– No, por Dios, ya no. Antes sí, de vez en cuando. Cuando era más joven.
– Esta -dijo Skarre, agitando el libro- es estupenda. Completamente diferente, ¿sabes?, me resulta imposible dejarla.
– Lo dudo.
– No deberías perdértela; si quieres, te la dejo cuando la acabe.
– Gracias, pero no me interesa. Tengo en casa un montón de libros policíacos realmente buenos. Te los presto, si te interesa esa clase de libros.
– ¿Son muy viejos?
– Más o menos como tú -sonrió Sejer, dando una patada al cajón, que se cerró con un chasquido.