Capítulo 5

Sejer dejó la carpeta de Einarsson en su sitio en el archivador. La puso al lado del caso Durban, pensando que Maja Durban y Egil Einarsson se harían compañía. Ambos estaban muertos, pero nadie sabía por qué. Se recostó en el respaldo del sillón, cruzó sus largas piernas, las puso sobre el escritorio, se palpó el bolsillo trasero del pantalón y sacó la cartera. Entre el carné de conducir y la licencia de saltar en paracaídas encontró la foto de su nieto Matteus. Acababa de cumplir cuatro años, sabía casi todas las marcas de coches y ya había tenido su primera pelea a brazo partido, que lamentablemente había perdido. Se llevó una gran sorpresa aquella vez que acudió al aeropuerto de Oslo a recoger a su hija Ingrid y a su yerno Erik, que habían pasado tres años en Somalia, ella como enfermera y él como médico de la Cruz Roja. Ingrid estaba en lo alto de la escalerilla del avión, con el pelo aclarado por el sol y dorada por todas partes. Por un instante enloquecido fue como ver a Elise el día que se conocieron. Llevaba al niño en brazos. Tenía entonces cuatro meses, era de color chocolate, con el pelo rizado y los ojos más negros que jamás había visto. En realidad los somalíes son gente hermosa, pensó. Y observó la foto un instante antes de volver a guardarla. El barracón estaba en silencio, y también el gran edificio de al lado. Metió dos dedos por debajo de la manga de la camisa y se rascó el codo. La piel se le caía como si fuera caspa. Debajo había una nueva piel rosada que también caía como la caspa. Cogió la chaqueta del respaldo de la silla, cerró, y pasó a toda velocidad por la recepción, donde estaba la señora Brenningen. Esta dejó inmediatamente el libro que estaba leyendo. Había llegado a una prometedora escena de amor, la reservaría para cuando se hubiera acostado. Intercambiaron unas cuantas palabras, él le dijo adiós con la cabeza y se encaminó hacia Rosenkrantzgate, donde vivía la viuda de Egil Einarsson.

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