Capítulo 47

La casa de Rosenkrantzgate 16 estaba recién pintada y más verde que nunca.

Sejer aparcó junto al garaje y estaba sacando un pie del coche cuando vio a Jan Henry sentado en el columpio. El niño permaneció un momento allí sentado, esperando tímidamente, pero al final se acercó a pasos lentos.

– Creía que ya no vendrías.

– ¡Pero si te lo había prometido! ¿Qué tal?

– Bien.

Se encogió de hombros y cruzó las piernas.

– ¿Está tu madre?

– Sí.

– ¿Te han llevado de paseo en la moto?

– Sí. Pero tu coche era mejor. En la moto se nota mucho el viento -añadió.

– Espérame aquí fuera, Jan Henry, tengo algo para ti.

Sejer fue hacia la casa y el niño volvió a sentarse en el columpio. Jorun Einarsson abrió la puerta. Llevaba unos leotardos, o tal vez fueran eso que llamaban mallas, pensó, con un jersey grande por encima. Tenía el pelo más rubio que nunca.

– Ah, es usted.

Sejer saludó educadamente. La mujer retrocedió y lo invitó a entrar. El se detuvo en el salón, tomó aliento y la miró con semblante serio.

– No tengo más que una pregunta que hacerle. Se la haré y me iré enseguida. Piénseselo bien antes de contestar, es importante.

Ella asintió con la cabeza.

– Sé que Einarsson era muy especial en todo lo referente a su coche, que lo cuidaba y mantenía en excelente estado. También sé que no se lo dejaba a nadie. ¿Es así?

– ¡Ya lo creo! Estaba muy apegado a ese coche. En el trabajo incluso le tomaban el pelo.

– Y sin embargo… ¿Alguna vez, excepcionalmente, prestó el coche a alguien? ¿Sabe usted si se lo prestó a alguien aunque sólo fuera una vez?

La mujer vaciló:

– Pues sí, alguna vez se lo prestaba a uno de sus amigos de la fábrica. Solía ir mucho con él, uno que no tenía coche.

– ¿Sabe usted su nombre?

– Mm. Me da un poco de miedo mencionar nombres -dijo, como si.olfateara un peligro que no entendía-. De vez en cuando se lo dejaba a Peddik. Peter Fredrik.

– ¿Ahron?

– Sí.

Sejer asintió con la cabeza. Volvió a mirar la foto de boda de los Einarsson y se fijó en el pelo rubio del novio.

– Volveré -dijo en voz baja-. Discúlpeme, pero estos casos llevan mucho tiempo y aún quedan unas cuantas cosas por aclarar.

La señora Einarsson inclinó la cabeza y lo acompañó hasta la puerta. Jan Henry se levantó del columpio de un salto y fue corriendo hacia él. Ya no parecía tan tímido.

– Has tardado muy poco.

– Sí -dijo Sejer pensativo-. Ahora tengo que ir a buscar rápidamente a un tipo. Acompáñame al coche.

Abrió el maletero y sacó una bolsa de plástico.

– Un mono de engrasar. Es para ti. Te estará muy grande, pero ya crecerás.

– ¡Ah! -Los ojos del niño se humedecieron-. ¡Y con un montón de bolsillos! Pronto me estará bien, mientras tanto puedo doblármelo por abajo.

– Es una buena idea.

– ¿Cuándo volverás?

– No tardaré mucho.

– Tendrás muchas cosas que hacer, ¿no?

– Bastantes. Pero a veces libro, ¿sabes? Si te apetece, otro día podemos dar otro paseo en el coche.

Jan Henry no contestó. Miró la calle; el bramido de una gran moto rompió el silencio. Era una BMW.

– Ahí llega Peddik.

Jan Henry saludó con la mano. Sejer se volvió para ver al hombre del traje de cuero negro, que paró la moto al lado del aparcamiento de bicicletas y se quitó el casco. Era un hombre de pelo rubio y largo, y una pequeña coleta en la nuca. Al bajarse la cremallera de la chaqueta dejó a la vista una prominente barriga. En realidad se parecía un poco a Einarsson. Y con poca luz, podrían haberse incluso confundido.

Sejer no apartó la vista de él hasta que el hombre empezó a moverse en el asiento de la moto. Entonces sonrió, saludó con la cabeza y se metió en su coche.

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