Jan Henry se había escondido en el garaje. Sudaba intentando doblar las perneras del mono que le había regalado Sejer. Cuando acabó, se miró en un viejo cristal de una ventana medio rota que estaba apoyada contra la pared.
Emma Magnus se encontraba en el cuarto de huéspedes de la casa de su padre, donde tenía su cama. Miraba a su alrededor con cara desconcertada.
– Quiero dormir con vosotros -suplicó.
– No hay sitio para tu cama -contestó desesperado su padre.
– Pero puedo dormir con vosotros -lloriqueó la niña-. No me importa estar en medio.
Larsgård había sido llevado en una ambulancia al hospital. Los conductores echaron un rápido vistazo a la casa, por si hubiera un perro o un gato que corrieran el riesgo de quedarse encerrados. Registraron todas las habitaciones, incluido el sótano, en donde no había más que viejos trastos: una lavadora estropeada, manzanas podridas y un montón de viejos botes de pintura.
Eva Magnus se había tapado la cabeza con la manta. Allí dentro todo estaba oscuro y pronto llegó el calor. No había ningún pensamiento en su cabeza.
Karlsen y Sejer caminaban en silencio por el pasillo y llegaron al patio trasero, donde estaban los coches. Karlsen señaló un Ford Mondeo.
– ¿Qué crees que aplicarán a Magnus? -preguntó mirando a Sejer.
– Homicidio premeditado, me temo, dos treinta y nueve.
Suspiró profundamente. Tenía una sensación de pesadez en el estómago. Los niños inventaban tantas cosas… Se olvidaban de la hora, no tenían sentido de la responsabilidad y cualquier cosa era posible, no tenía por qué haber sucedido nada grave, probablemente sería una tontería. Eso esperaban cuando se acercaron al coche. Pero instintivamente, como si hubieran recibido una señal, los dos aceleraron el paso.