Estaban tumbadas en la cama de matrimonio de Maja, y a Eva le entró hipo.
– Oye -exclamó-. ¿Qué es en realidad la fosa de las Marianas?
– La mayor profundidad marina del mundo. Once mil metros de profundidad. Intenta imaginártelo, once mil metros.
– ¿Cómo sabes eso?
– Ni idea. Lo habré leído en alguna parte. En comparación, ese sucio río que atraviesa esta ciudad tiene una profundidad de ocho metros justo por debajo del puente.
– ¡Jolín, cuánto sabes!
– ¿No creerás que empleo el poco tiempo libre que me queda en leer revistas pornográficas, eh?
– Antes lo hacías.
– Sí, hace veinticinco años. A ti también te interesaban bastante.
Las dos se rieron.
– Tus cuadros son verdaderamente horrorosos -dijo Eva-. Eso sí que es prostitución. Pintar para vender. Con ese único fin.
– Necesitamos comer, ¿o no?
– Algo sí, pero no tanto.
– Pero también es útil tener teléfono y electricidad, ¿no?
– Pues…
– Puedo darte diez mil coronas.
– ¿Qué?
Eva se levantó sobre un codo tambaleándose asustada.
– Y mañana cuando vengas, te traes un cuadro. Uno bueno, uno que tases en diez mil. Te compro un cuadro. Tengo curiosidad. Tal vez llegues a ser famosa algún día. Tal vez compre una verdadera ganga.
– Esperemos que así sea.
– Vamos a poner en marcha tu negocio, Eva, ya verás. ¿Cuándo vuelve Emma a casa?
– Aún no lo sé. Suele llamarme cuando se cansa.
– Entonces puedes empezar mañana mismo. Te ayudaré a ponerte en marcha, necesitarás saber algunas cosas. ¿Te envío un taxi, digamos… a las seis? ¿Mañana por la tarde? Yo me ocuparé de la ropa y esas cosas.
– ¿Ropa?
– No puedes presentarte así vestida. Perdona, pero tu ropa no tiene nada de sexy.
– ¿Y por qué iba a ser sexy?
Maja se levantó y la miró asombrada.
– No serás tan distinta a las demás chicas, ¿no? ¿No deseas tener un hombre tú también?
– Pues sí -contestó Eva cansada-, supongo que sí.
– Entonces tendrás que dejar de vestirte como la peste negra.
– Eres realmente buena para los cumplidos.
– Lo que pasa es que en el fondo te envidio. Tú eres elegante, yo no soy más que una señora con michelines y papada.
– No, eres una chica alegre y llenita, con ganas de vivir. ¿Tienes autoestima? -preguntó Eva de repente.
– Más o menos el doble que tú, supongo.
– Sólo quería saberlo.
– Me lo estoy imaginando. Empieza a correrse el rumor sobre una artista con piernas largas. Tal vez me robes los clientes, tal vez me esté quitando a mí misma la base del sustento.
– Si tienes dos millones, no me das mucha pena.
Eva se fue a casa en un taxi que Maja había llamado. Aprovechó y pidió un coche que la llevara al día siguiente a las seis de la tarde. Luchó para meter la llave en la cerradura y se metió tambaleando en el taller, donde empezó a estudiar sus propios cuadros con mirada crítica. Debido a su estado de embriaguez, los cuadros le impresionaron sobremanera. Se tumbó contenta en el sofá y se durmió con la ropa puesta.