Capítulo 2 6

Estaban tumbadas en la cama de matrimonio de Maja, y a Eva le entró hipo.

– Oye -exclamó-. ¿Qué es en realidad la fosa de las Marianas?

– La mayor profundidad marina del mundo. Once mil metros de profundidad. Intenta imaginártelo, once mil metros.

– ¿Cómo sabes eso?

– Ni idea. Lo habré leído en alguna parte. En comparación, ese sucio río que atraviesa esta ciudad tiene una profundidad de ocho metros justo por debajo del puente.

– ¡Jolín, cuánto sabes!

– ¿No creerás que empleo el poco tiempo libre que me queda en leer revistas pornográficas, eh?

– Antes lo hacías.

– Sí, hace veinticinco años. A ti también te interesaban bastante.

Las dos se rieron.

– Tus cuadros son verdaderamente horrorosos -dijo Eva-. Eso sí que es prostitución. Pintar para vender. Con ese único fin.

– Necesitamos comer, ¿o no?

– Algo sí, pero no tanto.

– Pero también es útil tener teléfono y electricidad, ¿no?

– Pues…

– Puedo darte diez mil coronas.

– ¿Qué?

Eva se levantó sobre un codo tambaleándose asustada.

– Y mañana cuando vengas, te traes un cuadro. Uno bueno, uno que tases en diez mil. Te compro un cuadro. Tengo curiosidad. Tal vez llegues a ser famosa algún día. Tal vez compre una verdadera ganga.

– Esperemos que así sea.

– Vamos a poner en marcha tu negocio, Eva, ya verás. ¿Cuándo vuelve Emma a casa?

– Aún no lo sé. Suele llamarme cuando se cansa.

– Entonces puedes empezar mañana mismo. Te ayudaré a ponerte en marcha, necesitarás saber algunas cosas. ¿Te envío un taxi, digamos… a las seis? ¿Mañana por la tarde? Yo me ocuparé de la ropa y esas cosas.

– ¿Ropa?

– No puedes presentarte así vestida. Perdona, pero tu ropa no tiene nada de sexy.

– ¿Y por qué iba a ser sexy?

Maja se levantó y la miró asombrada.

– No serás tan distinta a las demás chicas, ¿no? ¿No deseas tener un hombre tú también?

– Pues sí -contestó Eva cansada-, supongo que sí.

– Entonces tendrás que dejar de vestirte como la peste negra.

– Eres realmente buena para los cumplidos.

– Lo que pasa es que en el fondo te envidio. Tú eres elegante, yo no soy más que una señora con michelines y papada.

– No, eres una chica alegre y llenita, con ganas de vivir. ¿Tienes autoestima? -preguntó Eva de repente.

– Más o menos el doble que tú, supongo.

– Sólo quería saberlo.

– Me lo estoy imaginando. Empieza a correrse el rumor sobre una artista con piernas largas. Tal vez me robes los clientes, tal vez me esté quitando a mí misma la base del sustento.

– Si tienes dos millones, no me das mucha pena.


Eva se fue a casa en un taxi que Maja había llamado. Aprovechó y pidió un coche que la llevara al día siguiente a las seis de la tarde. Luchó para meter la llave en la cerradura y se metió tambaleando en el taller, donde empezó a estudiar sus propios cuadros con mirada crítica. Debido a su estado de embriaguez, los cuadros le impresionaron sobremanera. Se tumbó contenta en el sofá y se durmió con la ropa puesta.

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