Eva se quedó con el auricular en la mano.
El policía había encontrado la nota. Había encontrado la nota después de seis meses.
La policía tenía grafólogos que podrían averiguar quién la había escrito, pero primero necesitaban algo con qué comparar, para luego poder estudiar cada curva, cada giro del bolígrafo, cada pequeño punto y cada raya; un dibujo totalmente personal que revelaría al titular, con todos sus rasgos de carácter y tendencias neuróticas, tal vez incluso el sexo y la edad. Todas esas cosas se estudiaban como una carrera.
Sejer no tardaría muchos minutos en ir desde la casa de su padre a la de ella. Tenía que darse prisa. Soltó el auricular de un golpe y se apoyó un instante contra la pared. Luego cruzó como sonámbula el salón y se dirigió a la entrada. Cogió el abrigo y lo dejó sobre la mesa del comedor junto a su bolso y un paquete de cigarrillos. Después fue corriendo al cuarto de baño a recoger algunos artículos de aseo, metió el cepillo y la pasta de dientes en una bolsa, echó dentro un cepillo de pelo y un frasco de analgésicos. En el dormitorio sacó a toda prisa algo de ropa del armario, bragas, camisetas y calcetines. No paraba de mirar el reloj. Fue a la cocina y abrió el congelador, cogió un paquete que llevaba pegada una etiqueta donde había escrito «Beicon», y lo metió en la bolsa, volvió al salón, apagó las luces y comprobó que las ventanas estaban bien cerradas. No habían transcurrido más que unos pocos minutos. Se detuvo en medio de la habitación para echar un último vistazo. No sabía adonde iría, sólo que tenía que marcharse. Emma podía quedarse con Jostein. Estaba bien con él, tal vez fuera donde realmente deseaba estar. Ese pensamiento la paralizó por completo. Pero no podía ponerse a llorar en ese momento. Fue hasta la entrada, se puso el abrigo, se colgó la bolsa del hombro y abrió la puerta. Fuera, en la escalera, había un hombre mirándola fijamente. Eva jamás lo había visto.