La esposa de Emiliano se pasea nerviosa, retornando a su viejo hábito de comerse las uñas. No teme que el actor material de delito, de ser capturado, denuncie a nadie. Lo que le preocupa es que, oficialmente, nadie ha anunciado la muerte de Viviana.
– Te aseguro que no es cosa mía. No fui yo, te repito. Pero no importa quién haya disparado, seguro está muerta. No lo han dicho para ganar tiempo, ¡mujer de poca fe!, le espetó el marido cuando salió con el chofer a dar vueltas por las calles como era su costumbre.
Esta vez iría bien despierto, pensó ella, querría ver con sus propios ojos el silencio funesto que, según comentarios de las amistades que los llamaron por teléfono, estaba posado como una pesada y tóxica atmósfera sobre la ciudad. Las avenidas lucían desalojadas de transeúntes, los bares de parroquianos y los restaurantes de comensales. Como si hubiera caído una bomba de neutrones y quedaron solo los edificios, había dicho Rita -le pareció que lloraba en el auricular-, y eso que su amiga detestaba -al menos hasta esa mañana- aquel reinado por decreto con que las eróticas, envalentonadas por su Presidenta, habían en pocos meses trastocado las costumbres y convertido el Estado en un ejecutor de políticas a cual más disparatadas. "Agua gratis para los barrios que se mantengan limpios y mantengan limpios a sus niños", la inauguración, con gran bombo y platillos de la carrera de Maternidad (para hombres y mujeres) en la universidad y en las escuelas secundarias, la alfabetización obligatoria para las mujeres analfabetas del campo y la ciudad; los talleres de "respeto y poder" para las parejas víctimas de violencia doméstica, las ministras "invitadas": mujeres feministas que llegaron de todo el mundo a hacerse cargo de carteras ministeriales y a poner en práctica los sueños que en sus propios países nadie les daba permiso de llevar a cabo. ¡Y las flores, por Dios! Ese invento de Viviana Sansón de exportar flores, de fertilizar grandes extensiones con mierda para después sembrar enormes plantíos de flores y hacerle competencia a los proveedores de flores de todo el mundo. Cinco aviones de carga había importado; aviones refrigerados para poder suplir la demanda con abundancia y nunca fallar un pedido. Pero lo peor de las eróticas era su falta de moralidad. La ley que permitía el "aborto inevitable" y el hecho de que lograran engatusar a las del movimiento por la vida, habían colmado para ella la copa de la iniquidad.
Era la locura. Una locura colectiva. Para colmo de males, la oposición, asustada por el arrastre demostrado por las féminas en la campaña electoral, se quiso pasar de viva y puso a sus más destacadas mujeres a encabezar las listas de candidatos para las diputaciones. La Asamblea completa quedó así compuesta por mujeres. Bien se lo advirtió ella a su marido: aquello resultaría en un suicidio político. Sucedió tal como lo vaticinó: Viviana engavilló a la mayoría de las diputadas, las convenció de su "misión histórica" y logró que las parlamentarias la secundaran, que le dieran el tal voto de confianza que le pidió a todo el país cuando dijo el tristemente célebre discurso con que intentó justificar el exilio del Estado de los hombres y más tarde la reforma de la Constitución.
En su carro, mirando a través de los vidrios ahumados, su marido se sentiría, a esas horas, el Gran Mago exterminador del famoso "imperio del lirio", como llamaba Viviana a su gobierno. Le enfurecía que desconfiara de ella y no le dijera la verdad. No recordaría ya -porque así eran los hombres- que fue ella quien, durante meses, sembró en su conciencia el imperativo de tomar medidas drásticas. Que no le viniera ahora con historias. Había procedido exactamente como ella esperaba -no en balde llevaban veintiséis años de casados. Tan predecible su marido y tan experto en que nadie se enterara nunca de la verdad de las cosas. La gente especularía hasta el fin de los tiempos, abundarían las evidencias para incriminarlo, pero nadie podría probar nada. Emiliano no sería un gran político, pero era ciertamente un magnífico conspirador. En lo que a ella correspondía, su mayor logro era que él no se percatara de lo que ella también era capaz.