La renuncia

La población de Faguas fue informada del retorno de Viviana Sansón a los pocos días de que ella salió de su estado de coma. Lo que nadie esperaba, ni sus colegas del pie, ni Emir o Celeste, fue que ella decidiera renunciar como Presidenta del país.

– ¿Estás loca, mujer? -Martina era la más opuesta. Se controlaba para no gritar, pero apenas lo lograba. Daba vueltas en la habitación de la casa de Viviana como fiera enjaulada.

– No estoy loca Martina. Es una decisión irrevocable.

– Creo que debemos dejar pasar unos días -dijo Eva, intentando conciliar-. No sabes Viviana la que se nos ha armado con mi nombramiento. Si vos renuncias, la oposición seguramente demandará nuevas elecciones.

– No veo nada malo en eso -dijo Viviana-. No dudo que las ganaremos.

– Vamos a ver -dijo Emir-. Tratemos de razonar. Lo vería lógico si tuvieras algún impedimento físico, pero los médicos dicen que en dos o tres meses estarás otra vez caminando sin cojear. Y tu mente está perfectamente bien.

– Faguas no debe tener una Presidenta a medias -dijo Viviana-. Dije ya que es una decisión irrevocable.

– Si no hay problemas, hay que crearlos… -sentenció Rebeca.

– Ifi, convoca a una comparecencia mía por televisión -dijo Viviana-. Mañana mismo.


José de la Aritmética estaba almorzando, mirando las noticias, contento como pocas veces. Dionisio, los Montero, Jiménez y otra serie de personajes serían enjuiciados. En un operativo sincronizado, Eva logró capturarlos. A Jiménez lo bajaron de su avión privado, listo para despegar en el aeropuerto. Algún soplón lo había puesto sobre aviso. La misma Eva, pelirroja, poseída por los mil demonios de su ánimo justiciero, entró a toda velocidad con su jeep a la pista y se parqueó justo frente al avión, impidiendo que se moviera. Pistola en mano, encaramada sobre la tapa del jeep, ella obligó al piloto a abrir la escotilla y a sacar a Jiménez a la escalera. Lo saca o destruyo el avión y se van todos ustedes en una bola de fuego al mismo infierno, lo amenazó.

Los facinerosos estaban ya bajo llave. A Ernestina y los hijos los tenían recluidos en una casa para protegerlos. Ella había aceptado testificar.

José esperaba que, en cualquier momento, Eva lo llamara para darle su primera misión como detective oficial, ahora que los hombres estaban siendo considerados de nuevo para trabajar en el Estado.

Casi bota el tenedor cuando vio aparecer la cara de Viviana Sansón en la pantalla. Delgada, con apenas un asomo de rizos sobre la cabeza (hasta pelona se ve guapa, pensó José), saludaba a su pueblo, les agradecía la solidaridad, las flores. Era un discurso conmovedor que, de pronto, lo dejó a él pasmado. No puede ser, pensó. Quiero decirles que tras meditarlo mucho, he decidido renunciar, dijo. Mi recuperación tomará tiempo. Ustedes ya han esperado bastante. Se merecen una mandataria con plenos poderes físicos y mentales.

Mercedes, que se había arrimado a ver el discurso, se tapó la boca con las manos.

– ¡Ay Dios mío! Tan alegres que estábamos y ahora esto.

Puede decirse que por un minuto, mientras la gente absorbía la noticia, hubo un gran silencio sobre Faguas.


Pero dejar de ser Presidenta no estaba en el destino de Viviana Sansón.

Esa misma tarde, como si un invisible flautista de Hamelin hubiese sonado su encantada melodía, mujeres, hombres, jóvenes, viejos, empezaron a caminar hacia la Presidencial. En silencio, miles y miles de personas se aglomeraron bajo el balcón del despacho oval. No llevaban mantas ni pancartas. No gritaban consignas, simplemente llegaban y se quedaban de pie. Martina llamó a Emir.

Él le pidió que no dijera nada a Viviana. Había que esperar, dijo, controlando la emoción que la noticia le produjo, inquieto por ir a ver con sus propios ojos aquel gesto portentoso.

Hacia las seis del la tarde, dejó a Viviana con Celeste y salió. Del balcón del despacho, junto a Juana de Arco que, por fin, se comportaba como la joven que era batiendo palmas y en un estado de euforia incontrolable, vio las avenidas hasta donde le daba la mirada, repletas de gente. En la plaza la multitud había invadido cuanto espacio había disponible: el parque vecino, los edificios aledaños. La radio reportaba que de las poblaciones del interior iba caminando la gente hacia la ciudad.

– Un pie delante del otro -susurró Emir para sí mismo, y se fue a recoger a Viviana.

La conocía. Sabía que ella no podría resistir semejante demostración de amor.

Y tuvo razón.

Viviana volvió a la Presidencia por aclamación popular.

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