Los conspiradores

Leticia Montero se levantó con una sonrisa del sofá donde veía la televisión. Sirvió un vaso de vino para ella y un whisky para su marido. Le pasó el vaso y chocó el suyo con el de él. Iba bien la cosa, le dijo.

– Mujer de poca fe -dijo él haciendo un guiño-. Te dije que tuvieras paciencia.

– Me cuesta -dijo ella-, lo reconozco. Por ejemplo, decime qué va a pasar ahora.

– Va a ir creciendo esto. Es cuestión de días.

– ¿Y qué crees que pase?

– Pues que tendrán que ceder.

– Mmmm…

– A menos que vos tengás una idea mejor.

– Las mujeres -dijo Leticia-. Hay que sacar a las mujeres. Hasta ahora solo los hombres han salido.

– ¡Brevísima! -dijo el marido abriendo la palma para chocarla contra la de ella-. Give me five.

– Es que si no, no va a funcionar. Hay que sacar a la calle a las amigas de las mujeres de la oposición que están en la Asamblea; que las vean, que las oigan. Están atontadas por esas brujas, quién sabe qué poción les echan en el café.

– Yo te pongo todos los recursos: transporte, lo que necesites, pero a vos te toca organizar el ala femenina.

Leticia sonrió maliciosa.

– Por eso no te preocupes -dijo-. No creás que no he aprendido algo de vos todos estos años. Y decime una cosa: ¿qué pasó con el pistolero?

– Te dije que nada tuve que ver. Fue otro el que se encargó de eso. Yo tuve una participación irrelevante… Bueno, hasta cierto punto. Sé que hay un acuerdo. Nosotros le mantenemos a la mujer si lo capturan. Es lo único que pidió, que la mantuviéramos y la vigiláramos porque ella se fue donde su mamá y no quiere que le ponga los cuernos.


(Material histórico)

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