Viviana Sansón flotó entre las repisas como los astronautas en la estación espacial. No tenía noción de cuándo se había percatado de que podía flotar a voluntad. ¿Quizás cuando vio las cigarras y las flores de palma? Lo cierto era que el galerón ya no le parecía tan oscuro como antes. Podría haber jurado que se empequeñecía y que una mano oculta y desconocida abría tragaluces en el zinc, dejando entrar delgados hilos de luz que, súbitamente, sumían el entorno en un aire blanquecino color de niebla. Está turbio el aire, pensó. De las repisas miró alzarse lentamente objetos irreconocibles. Flotaban a su lado como tentándola a que los reconociera, pero sintió que perdía el interés por recordar. Otras cosas sí le evocaron retazos de vida, como los materiales de campaña del pie: las cajas de pastillas contra el dolor de cabeza, las bolsas de pañales donde pusieron pegatinas y los test de embarazo rotulados con su eslogan.
Vio pasar escenas de su campaña: las reuniones en los pequeños pueblos con las matronas entalcadas y acicaladas que del delantal se sacaban los rollos de billetes para contribuir con su "ganancia". Las chavalas que la miraban, que imitaban su ropa apretada, sus escotes y sus botas, y cantaban la canción que el rockero más guapo de América Latina, Perrozompopo, había escrito para ella:.
Si querés cambiar
Empezá a caminar
Paso a paso, pie con pie
Vamos p'alante
No lo dude usté
Viviana te convida
Te convida a la vida
Paso a paso, pie con pie
Vamos p'alante,
no lo dude usté
Vio la bandera blanca con el pie de las uñas rojas ondeando en manos de las multitudes, ahora en cámara lenta, ahora en cámara rápida como esas películas antiguas.
La invadió una sensación de burbujas efervescentes, de sangre danzándole en el cuerpo. Extendió los brazos, sintió una corriente fresca bajo su espalda sosteniéndola, meciéndola, se acurrucó pensando que era su madre de nuevo, que era pequeña y que encontraría en el pecho maternal el sonido del corazón latiéndole al oído.
Volvió a extenderse cuan larga era; qué divertido ser ingrávida, dejarse ir en el remolino de brisa suave y templada que la envolvía. Abrió los ojos un instante, vio el techo de zinc brillando sobre su cabeza, las vigas de madera, las lámparas meciéndose y sacudiéndose como si estuvieran vivas. Se preguntó si temblaba la tierra y ella no se enteraba por estar flotando. Vio paredes disolverse. Su cuerpo giró. Vislumbró el rostro de Principito de Sebastián, mirándola con ojos de nostalgia, vio la puerta por la que ella deseaba escapar acercándose a gran velocidad y cruzó el dintel encendido.