A veces, como en un acto de magia, los objetos se acercaban a Viviana. Flotaban ingrávidos en un aire leve. Entonces se le ocurría que aquel lugar de los Recuerdos Siempre Presentes era una cueva de Alí Baba, un sitio salido de las Mil y una noches, un bazar de maravillas.
Sonrió al retornar a su sitio la libreta de notas. De pronto se vio rodeada de pequeñas criaturas: cigarras, mariposas, grillos, hechos de palma.
Los niños de Faguas, los niños mendigos, hacían estas figuritas de palma para intercambiar por limosnas. Tejían flores, cruces. Sus preferidas eran las cigarras, imitaciones verdes de los insectos cantores que a ella le hacían recordar viajes a las regiones frescas del país, avenidas de árboles verdes, tupidos, que, en la tarde, como si las hojas tomaran vida y hablaran, se llenaban de cigarras-sopranos y sonaba una música insistente casi metálica, de altísimo registro, en medio de las umbrosas líneas de mangos o mameyes.
Viviana no se sorprendió al encontrar tantas figuritas de palma sobre las repisas. Las dejaba por dondequiera porque eran muchos los niños que las ponían en sus manos. Ellos las hacían para un instante, para proteger su dignidad cuando pedían limosna. A ella, desde la primera vez que una mano infantil le brindó un animalito de esos, el gesto le prendió una llama de calor en el pecho. Así fue que cuando empezaron el programa de las guarderías y hubo que pensar en un símbolo para los rótulos y la papelería, le sugirió a la Ifi que usaran un dibujo inspirado en las figuritas aquellas.
La primera vez que un niño le dio una cigarra de palma ella no era Presidenta. Paseaba por las afueras de la Presidencial con una prima que vivía en Los Ángeles y había llegado de visita. Qué cosas, pensó. ¿Quién le iba a decir entonces que algún día ella cruzaría todas las mañanas el enrejado del parqueo de la Presidencial en el coche manejado por Alicia, su chofer? No dejaba de causarle extrañeza. Mientras caminaba hacia su despacho, los respetuosos saludos del personal la hacían pensar que quien pasaba era el Papa y no ella.
Juana de Arco estaba frente a la pequeña mesa rodante que llevaba y traía para las reuniones. Tenía un escritorio a la entrada de su oficina pero decía que prefería la movilidad. Cuando ella no estaba en el despacho, Juana de Arco se instalaba al lado de una ventana a mirar la laguna verde intenso, el volcán Mitre a los lejos y las bandadas de pájaros planeando perezosos en el aire cálido. No sabe los escalofríos que me produce ver el paisaje, le decía. Me recuerda Nueva Zelandia. Fue allí que descubrí cuán sensible soy al verdor, a las nubes, cosas en las que nunca me había fijado.
Martina contaba que Juana de Arco viajó diario en el año que estuvo con ella en Nueva Zelandia a las clases donde aprendió administración, inglés y computación. Se bebía el conocimiento como esponja, los libros. Y también vio a una sicóloga con la que empezó el exorcismo de su pasado. ¿Qué te decía la terapista?, le preguntó un día Viviana. Me decía que uno escoge cómo se cuenta a sí mismo la propia historia, que yo podía escoger contármela en positivo o negativo, que hasta mi experiencia de puta podía convertirse en un recurso que me dotaba a mí de una sensibilidad especial para ver y comprender a las mujeres; algo que de cierta manera me preparó para esta etapa.
Me ayudó mucho dejar de sentirme víctima, dejar de pensar que eso justificaba que me portara como antisocial el resto de mi vida. Fue casi mágico lo que pasó cuando empecé a contarme mi historia de otro modo. Ahora entiendo que hasta las cosas más terribles pueden convertirse en peldaños para cruzar al lado más claro de una misma.
Pensando en eso, Viviana llamó a Juana de Arco por el intercomunicador:
– Buenos días, Jefa.
– Vení -le dijo-. Traigo la cabeza hecha un nudo.
Entró sonriendo. Tómese un café, le dijo y se lo puso sobre la mesa.
– Creo que tenemos que crear un ministerio para que atienda las guarderías.
– ¿Otro ministerio? Ya creó dos nuevos.
– Sí, pero este es crucial. Pasáme los periódicos.
Viviana leyó el titular, "Gobierno crea Ministerio de las Libertades Irrestrictas".
– Lo que más me está costando, parece mentira -le dijo-, es darle contenido de política de Estado al erotismo. Vení sentáte y ayudáme a pensar.
– Pues todas ustedes son eróticas. Yo no me preocuparía.
– ¿Cómo creamos una idea distinta de las sexualidad de nosotras las mujeres en este país machista?
Viviana se levantó y empezó a pasearse por el despacho.
– Hay que derogar los concursos de belleza. Son una ofensa y aquí hay uno diario -anotó Juana.
– Podrían hacerse mixtos, ¿no crees? Que gane el ejemplar más bello, sea hombre o mujer.
Juana de Arco se tiró una carcajada.
– Genial -dijo-. Me encanta esa idea.
– ¿Y si creamos cursos para que la gente aprenda a hacer el amor? La mayoría de la gente nunca aprende.
– ¿Usted cree?
– Fijáte que sí.
– Se podría incluir una unidad de "Erotismo" en las clases de Maternidad.
– Incluir un ciclo de películas eróticas, por ejemplo. Son raras, ¿sabes?, pero las hay.
– ¿Cómo que son raras? Hay muchísimas.
– Pornográficas. El erotismo es otra cosa. Recuerdo leer un escrito que hablaba de que a las parejas en una clínica las ponían en un cuarto lindo, con sábanas suaves, luz bajita y les daban el reto de explorarse. El desafío era aguantar lo más posible sin llegar a la penetración, ¿me explico?, olerse, tocarse, descubrirse.
– Podríamos pasar películas en la televisión.
– Yo me quedo con los rótulos de: Yo bendigo mi sexo. Son buenísimos.
– Si se hace algo más explícito nos causará problemas. Muchas mujeres son extremadamente conservadoras -dijo Juana de Arco.
– Tenés razón. Pero es que el erotismo tiene una influencia enorme en la vida. No me resigno a no hacer nada.
– Siga vistiéndose erótica usted, jefa. Y hable de esas cosas en sus discursos. Yo, la verdad que no soy una buena consejera en la materia.
Viviana se acercó y le dio un abrazo. Soy una estúpida, pensó, cómo se me ocurrió hablar de esto con ella.
– Lo siento Juanita -dijo-. Perdonáme. Te quiero mucho. No sabes cuán orgullosa me siento de vos.
– Y yo de usted, jefa -dijo Juanita, abrazándola a su vez-. No se preocupe por mí. Y tómese la vida con paciencia. No creo yo que aprender lo que es el erotismo del que habla sea factible en un período presidencial -rió-. Más con toda el agua que ha corrido bajo el puente en este país. Con que no nos maltraten a las mujeres será suficiente por el momento.
Juana de Arco salió. La dejó sola. Viviana se sentó en el sofá del despacho. ¿Cómo pude pasar por alto lo que ella vivió? Se asustó de sí misma, de la obsesión de gobernar que podía llevarla a olvidar la esencia de los demás y verlos nada más como superficies en donde rebotar sus ideas.