La cafetera

De la taza, Viviana pasó a una cafetera que brillaba sobre la repisa. Sonrió al reconocerla. ¿Quién la habría pulido? La última vez que la vio fue dentro de su carro cuando pensó llevarla a reparar. Tenía la manía de tratar de burlar los mecanismos que la tecnología incorporaba sutilmente a los electrodomésticos para dotarlos de un límite preciso de vida. Era ridículo que las antiguas cafeteras duraran años y que estas, supuestamente tan eficientes, no tuvieran remedio una vez que fallaban. La cafetera había presidido las reuniones del club del libro y después las del grupo de amigas que evolucionó hasta convertirse en el consejo político del pie.

Vos te la llevaste, le dijo Ifigenia, cuando ella preguntó si no la habría dejado olvidada en su casa.

Viviana se acercó a la repisa. Tocara lo que tocara flotaba en el tiempo, viajaba a zonas de su vida súbitamente iluminadas. Olía, percibía el clima, las yemas de sus dedos registraban lo áspero, lo suave de pieles y superficies. Viajaba por su memoria y la observaba como si estuviese tras uno de esos espejos donde se puede ver sin ser visto. Tomó la cafetera en sus manos. Era un cuerpo metálico, color plata. La pastilla de café se introducía al frente, el agua. en el receptáculo posterior. En un tris, el café caía sobre la taza perfecto y espumoso.

Concluyó que alguien la habría sacado del carro. A menudo olvidaba cerrar las puertas con llave. Sintió un cosquilleo.

Estaba al lado de la mesa en la casa de Ifigenia, el aroma del café brotaba de la taza. junto a esta vio el plato con galletas danesas de mantequilla que Martina llevaba a las reuniones en la caja de lata redonda y roja y que a ella le recordaba la que usaba su abuela para guardar sus cosas de costura.

Viviana dijo que le gustaría lavar el país. Lavarlo y plancharlo. Se rieron todas. Estaban sentadas, descalzas, meciéndose en las sillas de balancines, fumando y tomando ron o vino, al lado del pequeño jardín de helechos crespos del estudio de Ifigenia, con la discreta fuente al fondo y dos hermosas higueras que daban sombra. Le envidiaban los dedos verdes a la Ifi, aunque ella siempre protestaba y decía que el jardín no se debía al color de sus dedos, sino al tiempo que le dedicaba. Ifigenia administraba muy bien su vida, sus hijos y su marido. A las demás les encantaba llegar a su casa. Era grande, pero acogedora, un reflejo del orden y calidez de su personalidad. Dentro de ella, Ifigenia consideraba el estudio y el jardín su "cuarto propio". Mientras estaba allí, ni hijos ni marido la interrumpían.

– Nunca imaginé decir esto, pero estoy empezando a pensar que una golondrina sí puede hacer verano. ¿Qué tal si aprovechamos que ahora soy tan conocida y estas cinco golondrinas que estamos aquí hacemos algo de verdad por este país? ¿Lo lavamos en serio? La indiferencia me está matando y para todo lo que se me ocurre se necesita tener poder… ¿Qué tal si creamos un partido que quiebre todos los esquemas? preguntó Viviana.

– Vos ganarías en unas elecciones -rió Eva-, ni lo dudés. Estás en el primer lugar del hit parade. Vimos la encuesta. La gente te ama, pero… ¿hacer un partido?… esas son palabras mayores… ¿Por qué no le ofreces tu candidatura a alguno de esos de la oposición?

– ¿Cómo? -saltó Martina- ¿Vas a mandar a nuestra estrella a que la atropelle esa manada de canallas de la oposición? Sobre mi cadáver.

– A ver, ¿cuál es tu idea? -intervino Ifigenia-. Se me ocurre que le has estado dando vueltas. Vos no sos de las que hablan al peso de la lengua.

Eva y Martina que empezaban a discutir entre ellas, callaron.

– ¿Cuál es mi idea? Vamos a ver. Ya hay mujeres presidentas. Eso no es novedad. Lo que no hay es un poder femenino. ¿Cuál sería la diferencia? Yo imagino un partido que proponga darle al país lo que una madre al hijo, cuidarlo como una mujer cuida su casa; un partido "maternal" que blanda las cualidades femeninas con que nos descalifican, como talentos necesarios para hacerse cargo de un país maltratado como este. En vez de tratar de demostrar que somos tan "hombres" como cualquier macho y por eso aptas para gobernar, hacer énfasis en lo femenino, eso que normalmente ocultan, como si fuera una falla, las mujeres que aspiran al poder: la sensibilidad, la emotividad. Si hay algo que necesita este país es quién lo arrulle, quién lo mime, quién lo trate bien: una mamacita. Es el colmo, ¿verdad? ¡Hasta la palabra "mamacita" está desprestigiada! Una palabra tan bonita. ¿Qué tal entonces si pensamos en un partido que convenza a las mujeres, que son la mayoría de votantes, de que actuando y pensando como mujeres es que vamos a salvar este país? ¿Qué tal si con nuestras artes seductoras de mujeres y madres, sin falsificarnos ni renunciar a lo que somos, les ofrecemos a los hombres ese cuido que les digo?

– Las feministas nos acabarían diciendo que vamos a eternizar todo lo que se piensa de las mujeres -dijo Eva.

– Depende qué feministas. El feminismo es muy variado. El problema para mí no es lo que se piensa de las mujeres, sino lo que nosotras hemos aceptado pensar de nosotras mismas. Nos hemos dejado culpabilizar por ser mujeres, hemos dejado que nos convenzan de que nuestras mejores cualidades son una debilidad. Lo que tenemos que hacer es demostrar cómo esa manera de ser y actuar femenina puede cambiar no solo este país, sino el mundo entero -dijo Viviana.

– ¿Qué vamos a defender? ¿La lavada, la planchada, el cuido de los niños?

– Te repito: lavar, planchar, cuidar los niños no es el problema; el problema es que se menosprecie la mentalidad que hay detrás de eso; que se restrinja esa actitud femenina al terreno de lo privado, que no entiendan que eso hay que hacerlo con todo y entre todos; que cuidar la vida, la casa, las emociones, este pinche planeta que estamos arruinando, es lo que todos tendríamos que hacer: se trata de socializar la práctica del cuido en el que somos especialistas y presentarnos como las expertas, las más calificadas para hacerlo.

– Yo me apunto. A mí me parece una idea brillante -intervino Martina-. Y lo llamamos pie: Partido de la Izquierda Erótica. Así se llamó un partido que jamás existió como tal, pero que fundaron mujeres que nos han inspirado a nosotras. Varias de las viejitas que lo formaron todavía están vivas. Una de ellas, amiga de mi mamá, me contó la historia. Le pusieron así por un libro de la poeta Ana María Rodas que se llama Poemas de la Izquierda Erótica. Un libro fantástico. El primer poema termina con esta frase: "Hago el amor y después, lo cuento". El escándalo es importantísimo. ¿Se imaginan el escándalo de que saliéramos con un Partido de la Izquierda Erótica?

– No votaría nadie por nosotras -dijo Rebeca, que recién llegaba, dejándose caer en un sillón y volando los zapatos.

– Por llegar tarde, no tenés derecho a opinar -dijo Martina, sonriendo maliciosa-. Nuestra Viviana aquí quiere hacer un partido.

Viviana puso al corriente a Rebeca y continuó.

– Desde Ronald Reagan hasta Oprah Winfrey, sabemos que estar en los medios, ser una "celebridad", puede llevarlo a uno a la presidencia. En mi caso, la gente me percibe no solo como una periodista, sino como alguien que está interesada por el país. De no ser así, no saldría en las encuestas. Creo que la idea de ustedes, mis asesoras ad honórem, de que hiciera reportajes sobre la vida diaria de la gente, además de los de denuncia política, fue muy acertada. Lo mejor de todo es que nos abrió los ojos a nosotras. Desde el reportaje de Patricia, hemos aprendido mucho escuchando a hombres y mujeres, ¿no es cierto? Nos hemos vuelto sociólogas, antropólogas, economistas, intentando entender por qué pasan esas cosas. No sabemos menos que los políticos que se presentan a elecciones en este país. Hemos leído que da miedo…

– Y hemos elevado cometas utópicas que da miedo también… -dijo Eva.

– Eva, no es utopía pensar que las mujeres tendríamos un enfoque diferente -insistió Viviana-. Si nos ponemos a pensar en la experiencia de vida que tenemos cada una, nos damos cuenta de que no hay igualdad. Miren el trabajo, por ejemplo: La mujer ha hecho enormes avances en los países desarrollados, pero a mí que no me digan que no les toca a ellas el mayor peso de la casa y los hijos. Por eso es que existe ese techo de cristal que solo unas pocas traspasan. ¿Por qué creen que Alemania, Italia, España, se están quedando sin gente? Si no fuera por los inmigrantes, solo ancianos habría… Las mujeres no quieren reproducirse porque hacerlo significa dejar de vivir para dedicarse a criar. La maternidad en todo el mundo está penalizada; la mujer es penada por quedar embarazada, por parir y por cuidar a los hijos. Y es que entramos al mundo del trabajo, pero el mundo del trabajo no se adaptó a nosotras. Está pensado para hombres que tienen esposas. Si las mujeres hubiéramos organizado el mundo, el trabajo no estaría segregado de la familia, estaría organizado alrededor de la familia: habría guarderías maravillosas y gratis en los propios centros de trabajo. Podríamos estar con los hijos a la hora del café. Nos llevarían a los bebés para que les diéramos de mamar. Nos darían bonos productivos por cada niño que trajéramos al mundo. Ustedes habrán oído la teoría del eslabón más débil: por ser pobre y pequeña, Faguas puede ser el plan piloto de un sistema diferente propuesto por nuestro partido: el "felicismo". La felicidad per cápita y no el crecimiento del Producto Interno Bruto como eje del desarrollo. Medir la prosperidad no en plata sino en cuánto más tiempo, cuánto más cómoda, segura y feliz vive la gente.

– Te leíste a Amartya Sen -dijo Rebeca-. Me encanta ese hombre. Eso que vos decís es lo que hace la onu, es el índice de calidad de vida.

– Bueno, vos sos economista y sabés de esas cosas, pero ¿no te parece que es interesante mi idea?

– ¿Interesante? ¡Fenomenal! -dijo Rebeca-. Yo creo que has dicho cosas muy ciertas. El potencial que podemos aportar las mujeres y que está sin utilizar es enorme. Aquí, excepto por Martina y Eva, las demás ya sabemos lo que es querer tener vida de trabajo además de hijos. Yo he envidiado más de una vez a las que pueden quedarse en su casa. Claro, yo no aguantaría la rutina esa, pero desde que nacieron mis gemelos, vivo agotada.

– Y eso que tenés suerte porque podés pagar una niñera. La mayoría no puede. A mí me angustia ver cómo se desperdician las mujeres. Debería ser posible para todas salir de las casas, ir a trabajar sin que eso las parta por la mitad, como quien dice.

– Lindas palabras -dijo Eva-, pero eso no se logra de la noche a la mañana. No, chicas, estamos fritas. El machismo es forever. Ya ven cuánto ha durado. Además, ahora con tanto desempleo, ¿quién va a querer la competencia de más trabajadoras?

– A mí me gusta la idea -dijo Rebeca-. Tiene razón Eva sobre el desempleo, pero Faguas apenas ha desarrollado su capacidad productiva. Vivimos de préstamos. Habría que pensar en un plan nacional de empleo, pero la competencia nunca es mala. Está claro que hay obstáculos, pero imaginar no cuesta nada. Siquiera a imaginar deberíamos atrevernos. A mi manera de ver ese es uno de los problemas: la falta de imaginación. Más tiempo hemos perdido hablando de cuanto está mal. Pero no me gusta eso de Izquierda Erótica -añadió-. La izquierda ya no es lo que fue según mi abuela. ¿Qué tal Partido de la Invención Existencial? Es pie también.

Se rieron.

– Pues yo pienso que el nombre no está mal -dijo Viviana-. De una vez asumimos todos los prejuicios: nos declaramos putas, locas e izquierdosas. Cuando terminen de hablar del nombre -y estoy de acuerdo con Martina en que sería un escándalo, pero también una manera de darnos a conocer en tiempo récord-, tendrán que ocuparse de lo que proponemos. Eso es lo que tenemos que trabajar: el programa, la propuesta de lo que haríamos diferente.

– El fin del ejército -dijo Ifigenia.

– Yo siempre he soñado con un desfile militar con tanques, cañones y toda esa maquinaria de guerra pintada en rosado clarito, rosado de ropa de bebé, ¿se imaginan? -dijo Viviana, riéndose.

– ¡Eso sí le quebraría los esquemas a la gente!

– La bandera del piecito que vos habías propuesto es genial -dijo Martina.

– Pues si usamos las siglas más que el nombre completo, podemos decir que pie es la metáfora de poner un pie delante del otro… para avanzar -dijo Rebeca.

– Caminante no hay camino, se hace camino al andar… -gritó Martina.

Las poseyó el gozo de imaginar. Se pasearon por la sala, tomaron vino, cocinaron espagueti a la boloñesa, fumaron. A la madrugada, Viviana propuso un estado ginocrático, ni un solo hombre en las dependencias de los ministerios, los entes autónomos, los órganos de poder, al menos por seis meses.

– Muy radical -dijo Rebeca-. Nos acabarían. Y además ¿qué haríamos con ellos?

– ¿Te imaginás lo bien que les sentaría a los hombres estar de amos de casa por seis meses? -rió Martina-. Eso sí que sería un cambio fundamental.

– Pues podrían construir escuelas o guarderías en sus barrios… -sugirió Ifigenia-… hacer trabajo comunitario.

– Es locura eso -sentenció Eva-. No seamos locas, por favor. Dejar un montón de hombres desempleados sería un golpe para las familias, ¿de qué van a vivir?

– Les pagamos adelantado… pero tienen que admitir que sería diferente hacer cualquier cosa sin que ellos traten de dirigirnos -rió Viviana-. Hacerlo todo nosotras sería verdaderamente revolucionario.

– Lo triste es que no podríamos llenar todas las vacantes con mujeres. Por mucho que creamos en nosotras mismas, hay que reconocer que pocas mujeres tienen la educación, la experiencia o el don de mando de los hombres.

– Rebeca -gritó Martina, que cuando se excitaba subía el volumen-, no digás eso.

– Pero es que es verdad.

– Pues podríamos importar mujeres expertas de otras partes del mundo -dijo Martina-, tener ministras invitadas.

– Eso de las Ministras Invitadas me gusta -dijo Viviana-. ¿A quién le importan las fronteras en estos tiempos de globalización? Si invitamos mujeres altruistas, capaces, ¿por qué no? Les ponemos una local a aprender a la par.

– Yo querría cambios en el lenguaje -dijo Martina-. Odio ciertas palabras.

– A mí, la idea de las guarderías me enloquece -dijo Ifigenia-. Son carísimas y a mí me gustaría tener a mi hijos cerca y que pasaran el día con gente entrenada de veras para atenderlos, para estimularles el aprendizaje. No saben lo que he sufrido con mi hija y mi hijo. No llega la muchacha a cuidarlos y mi vida entra en crisis.

– Sería un sueño rediseñar este mundo -dijo Viviana, antes de quedarse dormida sobre el sofá.

Un mes después, sin más partido que sus agallas, el grupo publicó el primer manifiesto del Partido de la Izquierda Erótica.


Viviana rió calladamente en el silencio del galerón. ¡Qué gran atrevimiento fue! Pero qué hermoso atreverse. Por lo menos una vez en la vida cada mujer merecía enloquecer de esa manera; apropiarse de una idea y salir cabalgando sobre ella lanza en ristre, confiada en que, cualquier fuera el resultado, el esfuerzo valía la pena.

Al lado de la cafetera que devolvió a la repisa, Viviana vio el libro amarillento de Virginia Woolf. Un cuarto propio. El rostro de Ileana se materializó como si la amiga se personara a su lado con sus ojos oscuros y tranquilos fijos en ella. Viviana sintió el calor de ese lejano mediodía. Se vio en la puerta de la casa de Ileana cuando ésta tuvo la inspiración de pedirle que esperara un minuto, ya las dos de pie, despidiéndose, y corrió a su cuarto y regresó con el ejemplar un poco raído, el canto amarillento y se lo puso en la mano. Llevátelo, le había dicho, leelo. Ella lo echó en su cartera, le dio un beso en la mejilla. Al llegar a su casa, como era sábado y Celeste andaba donde amigas, se echó en su cama y se leyó el libro. Lloró al final cuando Virginia imagina cuál habría sido la suerte de la hermana de Shakespeare; una Shakespeare femenina inhibida de entrar al mundo del teatro por ser mujer, incapacitada para mostrar su talento; un final trágico, triste, que le dio rabia. Entonces empezó mi “hembrismo”, pensó. Fue la primera vez que se le ocurrió que al feminismo le faltaba otro empujón, meterle pimienta, crema batida y fresas, no sabía bien qué, pero algo seductor, muy hembra. Había que desarmar y armar de nuevo el rompecabezas de la crianza de los hijos que era el pegón más grande con el que se topaban las mujeres cuando intentaban liberarse: ser madres a la par de mujeres de éxito. Cargar con casa y oficina era un fardo pesado. Las que tenían la opción a menudo optaban por guardar sus diplomas para convertirse en madres profesionales, obsesivas y perfectas. Pensó que se necesitaba un estruendoso alto en el camino, algo que pusiera fin al desperdicio de talento que iba aparejado con el azar de nacer mujer.


(Materiales históricos)


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