Viviana

Tengo una bala alojada en el cráneo. Estará conmigo el resto de mi vida. La sé allí y saberla es una advertencia que no paso por alto. Fue larga mi recuperación. Mi pierna izquierda tardó meses en moverse de nuevo y ser mía otra vez, pero del cuarto de los Recuerdos Siempre Presentes regresé lúcida. No me perdí en el camino. Regresé con mis memorias intactas y con la extraña capacidad de no olvidar lo que hay en ese galerón de cosas olvidadas que es el tiempo. No me pareció una capacidad singular al principio. Leyendo las fantasiosas historias de gentes que despiertan del estado de coma con el poder de ver el futuro o de ver fantasmas y cosas así, me reía con Emir de lo tacaño que mostró ser el coma mío.

Pero hay que ver cuánto es posible aprender del pasado. Somos tan buenos para olvidar las lecciones que contiene, tan hábiles para hacer desaparecer nuestros errores, creer que jamás los cometimos para así volver, una y otra vez, a cometerlos. No es fácil esta facultad de la que he sido dotada. Me hace muy atenta, más cauta de lo que nunca fui, creo que he pasado a ser una de esas "almas antiguas" que reconocemos en las personas sabias. A veces extraño el empuje de leona que me llevó a tomar decisiones a puro golpe de intuición, pero sé que no he perdido el valor de tomarlas, solo la rapidez del zarpazo.

No me arrepiento de la locura que fue mandar a los hombres a sus casas, sacarlos del Estado. Admito que fue una medida extrema. Afortunadamente Faguas, siendo pequeña, pudo darse el lujo de crear artificialmente ese laboratorio en el que barajamos identidades y roles como nos dio la gana. Pagué un precio. No me atrevería a proponerlo como un requerimiento imprescindible para que la sociedad reconozca a las mujeres y las mujeres, sobre todo, se reconozcan a sí mismas, pero lo que sí sé es que en mi país significó un cambio profundo que valió absolutamente la pena. Hay que ver el respeto que hemos obtenido por el trabajo doméstico. Ningún hombre considera ya denigrante planchar, lavar, cocinar o cuidar de los niños. Las nuevas familias de Faguas comparten las labores. Han proliferado los comedores comunales en los barrios y la cantidad de madres vocacionales preparadas, hay guarderías en cada centro de trabajo y hasta "estaciones de descanso", esas que soñaba Ifigenia dónde dejar los niños cuando uno va de compras o debe hacer gestiones en la calle. Hijos, madres y padres ya no deben separarse sino hasta cuando los niños atienden la escuela formal a los doce años. Mientras tanto, cada centro de trabajo valora la maternidad como un aporte al futuro y el tiempo que madres y padres dedican a sus niños como la garantía de una sociedad sana. Han desaparecido las pandillas; es poco el problema de drogas, somos un país de flores, de abundante alimento, de personas que se cuidan entre ellas, que respetan la diversidad del amor y sus expresiones; nuestro "felicismo" ha funcionado. Somos más ricos económicamente porque no postergamos la educación de nuestra gente y es en ellos y en sus vidas cotidianas donde decidimos invertir nuestros recursos. Somos mas ricos, sobre todo, porque hemos eliminado la más antigua forma de explotación: la de nuestras mujeres, y así nadie la aprende desde la infancia. Hay brotes, claro; no somos una sociedad perfecta. La verdad es que reconocernos humanos es saber que siempre habrá nuevas luchas y retos, pero bueno, avanzamos. Un pie delante del otro.

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