Transcripción íntegra del relato de José de la Aritmética

Eva Salvatierra: Diga su nombre y sus generales, por favor.

J. A.: José de la Aritmética Sánchez, tengo 50 años, soy casado, vivo en el reparto Volga… ¿Está bien o le digo más?

E. S.: Está bien. Don José, quiero que me diga, por favor, lo que pasó en la plaza. ¿Dónde estaba usted cuando los disparos? ¿Qué vio?

J. A.: Pues mire, si quiere que le diga mi opinión sobre quién disparó tiene que oírme todo el cuento desde el principio, porque yo creo que las cosas no pasan de un día para el otro, y yo le voy a contar mi impresión desde el mismísimo día que la presidenta Viviana tomó posesión porque yo estaba allí, ¿oyó? Yo no me pierdo de mítines, marchas o manifestaciones. Vivo pendiente de la política y de cualquier otro molote. Son para mí lo que la Navidad para los comerciantes. A cualquier asoleado le gusta comerse un raspado y los míos son de primera.

Yo nunca me hubiera imaginado que ustedes, las mujeres, iban a mandarnos. Hasta me reí al comienzo de la campaña electoral, se lo admito, cuando aparecieron presentando su partido con la bandera del piecito. Cierto que llevaban a un personaje como Viviana Sansón de candidata, pero a mí eso no me parecía suficiente. Si dicen que el hábito no hace al monje, yo diría que un programa de televisión tampoco. No le niego que todas ustedes me parecieron muy inteligentes. Cuando hablaban de que ya estaban hartas de que nosotros los hombres siguiéramos desbaratando el país, de los robos al Estado y desmanes, claro que yo entendía a qué se referían, aunque no fuera mujer. Y para qué negarlo: me gustó esa idea de que iban a ser las madres de todos los necesitados, de que limpiarían el país como si se tratara de una casa mal cuidada, que lo iban a barrer y a pasarle lampazo hasta sacarle brillo. Usted hubiera visto a mi mujer y mis hijas fascinadas cuando oían esas cosas. Lo del erotismo pues sí me pareció extraño porque para mí eróticos son los calendarios que regalan en Navidad en las ferreterías con las mujeres hermosotas en paños menores. Que hablaran de eso pues no me parecía serio, no me parecía que calzaba en los discursos de lo que se necesita para gobernar una nación, aunque debo aclararle que yo no comulgo con esos que las andan criticando porque dicen que ustedes aceptan que cada quién es libre para hacer el sexo con quien quiera: hombres y mujeres; mujeres con mujeres, hombres con hombres. Yo, por último, ya no me meto. Cada persona es dueña de su calzón o su portañuela. Allá ellos. Que las explicaciones se las den al todopoderoso de allá arriba, a mí con tal de que no me toque ver funciones en vivo, me tiene sin cuidado. Será porque tengo cinco hijas mujeres que Dios guarde que yo diga algo, me caen encima. No les gusta ni que les diga maricas a los maricas… Resulta que ahora son gays, socios, qué se yo.

E. S.: Don José…

J. A.: Ya, perdone, es que creo que es bueno que usted oiga lo que piensa alguien como yo, un ciudadano común y corriente. La cosa es que cuando explotó el volcán, después de esos días de oscuridad, usted sabe cómo nos quedamos los hombres: acabados, pasivos. A ustedes nadie se les opuso. Ganaron la Presidencia y la mayoría en la Asamblea con los votos de las mujeres. Nosotros no teníamos ánimo para nada. Éramos como electrodomésticos que alguien desenchufó. ¡Lo recuerdo tan bien! La extrañeza que nos entró a todos y que nos dejó fuera de combate; sumisos, sedita. ¡Santo Dios, Santo Fuerte! ¡Qué días esos! Usted hubiera visto cómo se reían mis vecinas cuando me vieron pasar empujando mi carrito de raspados camino a la manifestación en la que celebraron su victoria; yo caminando como esos perros, con la cola entre las piernas. En esos días parecía que los hombres ya nunca levantaríamos cabeza. Pero claro que el colmo fue -y no se me impaciente- cuando la Presidenta decretó que todo su gabinete, incluyendo la jefatura del ejército y la policía, estaría integrado solo por mujeres; que en su gobierno no quedaría ningún hombre, ni siquiera un chofer, ni un vigilante, ni un soldado. ¿Se acuerda usted? Dijo que las mujeres necesitaban gobernar solas un tiempo, y que, mientras tanto, los hombres se dedicaran a reponer fuerzas cuidando a sus hijos y atendiendo solamente responsabilidades familiares. Así se repondrían del tóxico del volcán, la falta de la hormona esa. ¿Cómo es que se llama?

E. S.: La testosterona, don José, el humo del volcán les redujo los niveles de testosterona; así se llama la hormona.

J. A.: Ni pronunciarla puedo. Terrona le dicen en mi barrio. Pero la cosa, como usted sabe, es que apartaron a ese poco de hombres sin asco. A mí ese extremismo no me pareció nada conveniente. Por lo menos cuando la mayoría de los ministros y gente importante del gobierno eran hombres, siempre quedaban las secretarias, las contadoras, las que se encargaban de la limpieza… Ahora ni para eso nos iban a ocupar a nosotros. Y yo para mis adentros pensé que los chóferes, por lo menos, debían quedarse. Si se arruinaba un carro, se les ponchaba una llanta, mentira que ustedes, las mujeres, iban a poder hacer lo que un hombre. Hay cosas que cada cual hace mejor. Sobre eso no hay vuelta que darle. Yo no me voy a poner a discutir sobre la miel de los raspados con mi mujer. Ella es la que sabe escoger las mejores piñas, cuánta azúcar echarle a la leche, cuánto cocerla para que no le quede muy espesa.

E. S.: Pues para que sepa, don José, que los mejores cocineros del mundo son hombres… Y además recuerde que esa medida es temporal…

J. A.: Pero ya ve cuánto resentimiento agarraron algunos… Seguro quien le disparó a la Presidenta fue un resentido…

E. S.: Puede ser. Eso es lo que quisiéramos saber. Acláreme una curiosidad que tengo: ¿cómo es que usted se llama José de la Aritmética?

J. A.: Mi mamá era analfabeta. Me quiso poner nombre de santo, del que enterró a Jesús.

E. S.: ¿José de Arimatea?

J. A.: A lo mejor. Pero ella decidió que era de la Aritmética. Pensó que sonaba a nombre de persona inteligente.

E. S.: Y déjeme que le pregunte: ¿usted vio al hombre que disparó?

J. A.: Verlo, verlo, no lo vi. Yo estaba cuidando mi carrito porque en esos molotes, como usted bien debe saber, siempre andan los amigos de lo ajeno, y además, los fuegos artificiales me dan ardor en los ojos. Y es de esas cosas que ve uno una vez y ya las vio todas, ¿me entiende? No me parecen la gran cosa. Así que yo avancé para bordear la tarima y regresarme a mi casa antes de que saliera toda la gente en estampida y, bueno, quería pasar más cerca de la Presidenta y fue entonces cuando la vi parada, como congelada. Y luego hizo ese movimiento extraño que hacen los baleados, se le sacudió el cuerpo. Entonces yo ni lo pensé, fíjese. Para mí era claro que le habían dado. Me encaramé sobre la tapa del carretón, salté a la tarima y justo llegaba yo cuando ella venía cayendo. Me quedó viendo, asustada. Hasta me pongo erizo cuando me acuerdo.

E. S.: ¿De dónde cree que salió el tiro?

J. A.: Frente a ella. Fue alguien que estaba frente a ella, más allá de la barrera policial.

E. S.: ¿Lo vio? ¿Podría describirlo?

J. A.: Yo me volteé a mirar a la gente, ya cuando estaba con la Presidenta, a ver si veía quién había sido. Vi a alguien perderse entre la gente y llevaba una visera, una gorra, algo oscuro, azul, creo, sobre la cabeza…

E. S.: ¿Un hombre?

J. A.: Pues creo que sí. Pero fue todo muy rápido, una confusión de padre y señor mío, ni me crea lo que le digo, puede que esté equivocado, perfectamente posible sería, pero ahorita que me está insistiendo, creo que sí, que vi eso. Si me acuerdo de algo más, le aviso.

E. S.: ¿Y oyó una detonación?

J. A.: (Silencio.) Mire, ahora que lo dice, se oían los cohetes, pero balazo no se oyó. Raro, ¿no? Y perdone que le pregunte: ¿Qué se sabe de la Presidenta?

E. S.: Está en el hospital. Daremos a conocer cualquier noticia. Quería encomendarle algo, don José. Como usted anda por todas partes y habla con mucha gente, ¿sería mucho pedirle que de vez en cuando viniera por aquí a contarnos lo que oye? Es posible que haya algo más detrás de esto, ¿me entiende? Pero, además, como usted dice, es importante oír a ciudadanos como usted. Le voy a dar esta tarjeta. Llame a este teléfono. Si yo no estoy, pregunte por la capitana Marina García. Ella le atenderá. ¿De acuerdo?

Загрузка...