El paraguas

No eran uno sino muchos los paraguas sobre la repisa. Verlos amontonados le sacó a Viviana una sonrisa de incredulidad. Imaginé que serían bastantes, pensó, pero esta realidad supera mi imaginación. Las gafas de sol y los paraguas se llevaban la palma en aquella colección de objetos perdidos. Eran el símbolo de las dos estaciones de Faguas. Llovía seis meses del año y los otros seis el sol se ensañaba sobre el país resecándolo, tornando el paisaje en un yermo de árboles sedientos y pasto amarillo y moribundo. Emir le había llevado capotes de regalo, pero ella nunca se acostumbró a las ropas de lluvia. Prefería el simple y útil paraguas. Infortunadamente los perdía. Los olvidaba en el instante en que emergía el sol entre las nubes. Y era lo usual. Se oscurecía el cielo, soplaba un viento huracanado, las nubes negras enfilaban sus cañones y el aguacero se desplomaba como un edificio de agua sobre la ciudad. Sin embargo, el derrumbe no duraba demasiado. Pasado el chaparrón, el sol barría con sus rayos los restos de cielo díscolo, y retornaba la tarde a su existencia clara y azul. El crepúsculo lavado y fresco era suficiente razón para que el paraguas quedara olvidado detrás de la puerta, en el suelo o dondequiera que la dueña posara sus varillas a descansar de la inclemencia del aguacero.

Tomó del montón uno de los paraguas. Se sentó en el suelo. Lo abrió. Era verde olivo. Recorrió con sus dedos la tela tensa entre los rayos. Llovía cuando decidió sacar a los hombres del Estado. Conjuró la memoria hasta que pudo oír el aguacero cayendo y ver la luz de los relámpagos iluminando las ventanas del extraño despacho presidencial que heredara de sus antecesores.


Allí estaba ella, detrás del escritorio en un momento de rara quietud. Era tarde en la noche. Había despachado a Juana de Arco. Solo las guardas de su seguridad personal esperaban afuera. A dos meses de su gobierno, no lograba avanzar. Había intentado incluir a quienes fueran capaces, hombres y mujeres, pero la realidad de siglos se les venía encima. Aun con bajos niveles de testosterona, deprimidos y cansados, echando barriga y poniéndose flojos, los hombres no dejaban volar la iniciativa femenina. No se lo proponían conscientemente, pero una y otra vez, en las reuniones sus comentarios caían como baldes de agua fría: Ah, es que ustedes no saben de estas cosas; Ah, es que ustedes no tienen experiencia. El efecto era legible en los rostros de magníficas mujeres que recién aprendían los alcances de su poder. Las achicaban; hacían que se cerraran como anémonas asustadas.

Durante la campaña, incluso, el empuje de Emir, cuyas gestiones de mago y midas facilitaron los fondos, causó incomodidad no entre las del pie, pero si entre colaboradoras que la acusaron de convertir a un hombre, su hombre, en el financiero de la campaña. No le habrían dado un centavo si yo no hubiera sido convincente. El crédito es mío, él solo facilitó los contactos, repitió ella. Más que las acusaciones, le molestó la amargura que le causaron. ¿Cómo descartar su trabajo, cuanto habían logrado con un argumento semejante? Y, sin embargo, a pesar del radicalismo de las que se quejaban, en su fuero interno algún eco tenían esas quejas. No solo a Emir, sino a varios de sus más leales colaboradores, constantemente debía recordarles que ellas eran las heroínas, las amazonas de aquella historia. En los días de febril preparación para inscribir el partido en la campaña electoral (había que terminar de recoger firmas, llenar todos los requisitos legales engorrosos e interminables), más de una vez Viviana lamentó con rabia el que las líderes e indiscutibles creadoras del pie carecieran de la erudición que a flor de labios poseían Emir y los otros. Ellos conocían el argot político, manejaban cifras y cálculos económicos de memoria, sabían de geografía y política exterior. Si bien ellas no se dejaban apabullar por la sapiencia masculina, la codiciaban; lamentaban el tiempo que ellos habían ganado mientras ellas se vieron forzadas a reducir la longitud de sus horizontes para que cupiera en ellos el amor, los hijos, la casa, todo eso que, socialmente, era apenas valorado. Viviana les repartió a los hombres una copia de Un cuarto propio de Virginia Woolf, la Gran Loba. Lectura requerida, les dijo. Lean allí porque estamos en desventaja de erudición con respecto a ustedes y modérense. No nos enreden con sus palabras. Mucha sapiencia tendrán, pero la verdad es que, a juzgar por cómo está el mundo, de poco les ha servido, así que no intenten dirigirnos; observen, ayuden y aprendan.

– Tenés absoluta razón -decía Emir-. ¿Pero por qué dejas que este asunto te moleste? Los hombres en este país no pudieron armar un partido como este, ustedes sí. Úsennos, no nos aparten porque les causa inseguridad.

Fácil decirlo. La inseguridad que convertía en compulsión la tendencia a ceder ante la autoridad masculina parecía estar impresa en la psiquis femenina, como el alcoholismo en los hijos de alcohólicos.

Viviana leyó sobre las maneras de romper las dependencias sicológicas: era esencial apartarse de la causa: cigarros, alcohol, drogas. ¿Cuánto tiempo sería necesario? Dio vueltas por su oficina. Imaginó escenarios. Decidió.

Llamó a Juana de Arco. Siento despertarte Juanita, pero necesito que convoqués al Consejo del pie para mañana a primera hora.


Ahora o nunca, les dijo. Para cambiar las cosas de fondo, ellas necesitaban estar solas un tiempo, gobernar sin interferencias masculinas.

– Ay Dios mío -rezongó Rebeca-. A falta de problemas, hay que crearlos…

– A la prueba me remito, Rebeca, mira lo que pasó con la reunión donde expusiste lo de las flores…

Vestida de blanco, Rebeca llegó a una reunión con su proyecto piloto de convertir Faguas en un jardín y exportar flores. Era un negocio redondo. Tenía muy estudiado el caso de Colombia. Pero también se había documentado sobre los invernaderos en Almería, en España. De ser tierra árida y pobre, Almería había pasado a ser gran productora de hortalizas. Rebeca hizo su presentación. Las flores iban a producirle más al país que el café y otros cultivos tradicionales. Además, miles de mujeres tendrían empleo. Se sentó acalorada por el apasionamiento y entusiasmo con que expuso su convicción. Viviana secundó de inmediato la idea, puesto que la habían discutido al elaborar el programa del pie. Uno a uno, los hombres presentes objetaron con estadísticas, números y algoritmos que ellas no entendían. La reunión se alargó por horas.

– Sí, pero al final vamos a llevar adelante el proyecto, les guste o no -dijo Rebeca.

– Pero ¿cuántas horas perdimos? A este paso, nos vamos a quedar rezagadas con los planes y promesas y de los cinco años que tenemos vamos a pasar cuatro discutiendo… Además, te voy a decir una cosa: estoy convencida, total y absolutamente convencida de que estos hombres solo obligados van a aprender la domesticidad -siguió Viviana.

– Y hay que aprovechar que están modositos y dóciles -dijo Martina-. Yo estoy de acuerdo con Viviana.

– A mí me falta la testosterona para pelear esto -dijo Eva-. Me preocupa a quién pondré a lidiar con los violadores y los presos.

– Arlene, la lanzadora de discos -dijo Rebeca-. Hay varias que tienen ese temple.

Eva asintió sin mucho entusiasmo.

Viviana pareció no percatarse del intercambio.

– Otro caso les expongo: el Ministro de Energía y Agua ha objetado el concurso del Barrio Limpio, y si yo prometí que limpiaría el país, el país se va a limpiar. La gente está encantada con la idea, pero él me amenazó con poner su renuncia. Está preocupado por los ingresos y egresos.

Viviana había echado a andar el plan nacional de limpieza en la modalidad de concurso, inspirada en un programa de televisión. El concurso Barrio Limpio disponía de un panel de jueces que visitaba casas, calles y emitía opiniones hasta sobre qué tan limpias se mantenían las narices de los niños en la zona. Los barrios ganadores recibían gratis por un trimestre los servicios de agua y luz. Cierto que el éxito era tal que muchos barrios iban quedando sin pagar.

– Yo debo decirle algo más, Presidenta, si me permite -dijo Juana de Arco, desde la esquina donde escribía las actas en su laptop-. A mí me parece irrespetuoso que Emir entre a su despacho cuando le dé la gana. Yo le digo que no entre y él ni caso me hace.

– ¿Se fijan? -miró a todas Viviana-. Son miles de años de dominio los que nos contemplan.

– Pero sacarlos solo del Estado, ¿crees que logre algún efecto? -preguntó Ifigenia.

– Es como la teoría de Debray de la mancha de aceite -dijo Viviana-: se crea un núcleo y el efecto se derrama. Los que permanezcan en la casa hablarán de su experiencia y yo confío en que descubran aficiones y se sorprendan por sí mismos. A mí se me ocurría que podríamos hacer uno de esos reality shows que sigan el proceso del hombre que se queda en la casa y atiende los hijos y las tareas domésticas. Una especie de "Sobreviviente", con permisos incluidos.

– Muy buena idea -exclamó Ifigenia-, Carla lo puede montar.

– No sé si hay shows como esos en Suecia, pero allí hay amos de casa, subvenciones del Estado para guarderías y normas que rigen para el tiempo compartido entre la pareja. Las estadísticas de participación de la mujer demuestran que el asunto funciona -dijo Rebeca-. Sobre estas medidas drásticas, sin embargo, yo acepto la opinión de la mayoría, pero dejo sentada mi preocupación. Con los hombres tenemos que vivir. ¿Y si logramos trabajar maravillosamente bien solas, después qué? ¿Exilio perpetuo?

– Absolutamente no -dijo Viviana-. Pero, ¿no te das cuenta Rebeca? Nos van a respetar de otra manera. Más aún, ¿no pensás que las mujeres necesitamos esa experiencia? Los hombres la han tenido. Han dirigido solos el mundo de los negocios, de la política. Han probado de lo que son capaces por sí mismos. Nosotras siempre hemos estado a su sombra o a su lado. Nos merecemos hacer la prueba.

– No se diga más -dijo Martina, siempre impaciente y poco dada a las reuniones (le daba claustrofobia estar sentada en una reunión, decía).

– ¿De dónde sacamos dinero para pagarles seis meses? -preguntó Rebeca.

– De las reservas.

– Nos quedaremos en rojo -dijo-. No es conveniente.

– Nos quedamos en rojo. Prestaremos dinero. Pero mañana mismo redactamos y publicamos la ordenanza. Y el salario se lo entregaremos a la mujer de la familia. Así les durará más.

– Las mujeres de la oposición en la Asamblea van a poner el grito al cielo.

– Es mi gobierno. Y yo decido cómo lo voy a organizar. Ellas no pueden interferir en esto. Además, ya que tenemos la suerte de que haya solo mujeres representantes, lo entenderán. Se los explicaré personalmente si es necesario.

Votaron. Todas votaron a favor de la ordenanza que Viviana emitió al día siguiente.

Por la tarde, Juana de Arco entró y se plantó frente a su escritorio.

– Presidenta -dijo-. La felicito. Es la mejor decisión que ha tomado, pero se va a armar la de San Quintín. Pase lo que pase, cuente conmigo.

Dicho esto, dio la vuelta y salió.

Bien se dice que el poder es solitario, pensó Viviana, tras el enorme escritorio de su despacho, recogiendo sus cosas para salir: el bolso, el paraguas. No se acostumbraba a ser Presidenta todavía. Cuando llovía el chofer la recogía bajo un toldo en la salida privada de la Presidencial; un guarda la protegía con una sombrilla. Descartó su paraguas en una esquina.


¿Quién lo habría recogido? ¿Cuál habría sido su destino?, se preguntó mirándolo, dándole vueltas antes de devolverlo junto con el recuerdo a la repisa.


(Materiales históricos)


THE NEW YORK TIMES

A NEW CHALLENGE FOR THE FEMINIST GOVERNMENT IN FAGUAS


In the last hundred years, Faguas has seldom been on the American radar screen. That changed last November when a woman's party, the now famous pie, won a landslide victory in the presidential elections.

The pie (Spanish for "foot") ran with a most original, feminist but all inclusive platform, which offered to "mother" the country, promising to "scrub the motherland" and leave it "shiny and spotless". Given the poor record of past administrations, "mothering" might be just what Faguas needs, except that President Viviana Sanson recently announced her decision to appoint only women to fill every position in her newly inaugurated administration. The unusual directive states that even menial government jobs are only to be given to women. Female cadres will take over and oversee the dismantling of the military establishment. Even janitors will be women. President Sanson has indicated she considers this a temporary and necesary measure to assure that a new feminine ethic of caring and solidarity will have a chance to flourish in a country where machismo has historically had the upper hand. Original and revolutionary as it might sound, we cannot but disagree with President Sanson's radical views. In a world populated by both men and women, one gender cannot assert itself by eliminating the other. We would hope that the Faguan people -and especially Faguan men- exercise their right to disagree. It would be a sad statement for Faguas' democracy to go from a past of ideological discrimination to an unprecedented form of genre discrimination. The United States whose economic support President Sanson so desperately needs, will certainly not consider this just another antic of her humorous approach to politics.


Traducción al español


EDITORIAL DE THE NEW YORK TIMES [2]

UN NUEVO RETO PARA EL GOBIERNO FEMINISTA DE FAGUAS


En los últimos cien años, Faguas ha merecido poca atención de Estados Unidos. Esa situación cambió en noviembre pasado, cuando un partido de mujeres, el ahora famoso pie, ganó una aplastante victoria en las elecciones presidenciales de ese país.

El pie se presentó a la contienda electoral con una plataforma muy original, feminista pero incluyente, ofreciendo maternizar el país, lavarlo y limpiarlo hasta dejarlo brillante y sin mancha. Dado el lamentable desempeño de las administraciones anteriores, la atención de una madre parecía ser exactamente lo que Faguas necesitaba, excepto que la presidenta Viviana Sansón recientemente anunció su decisión de emplear solamente mujeres en su administración. Esta inusual medida establece que todos los puestos en el Estado, desde los más importantes hasta los menos significativos, serán ocupados por mujeres. Cuadros femeninos supervisarán así mismo el desmantelamiento gradual del ejército. Hasta la vigilancia de los edificios públicos será ejercida por mujeres. La presidenta Sansón ha declarado que considera que esta es una medida temporal pero necesaria para asegurar que una nueva ética femenina de cuido y solidaridad pueda prosperar en una nación como Faguas, tradicionalmente dominado por el machismo. Por muy originales y revolucionarias que parezcan estas medidas, no podemos sino estar en desacuerdo con la radical decisión de la presidenta Sansón. En un mundo poblado por hombres y mujeres, un género no puede afirmarse a expensas del otro. Nos gustaría pensar y esperar que el pueblo de Faguas, sobre todo los hombres, manifestara su derecho a disentir. Sería un triste sino para la democracia fagüense transitar de un pasado de discriminación ideológica a uno de insólita discriminación por razones de género. Estamos seguros de que Estados Unidos, cuyo apoyo económico Faguas necesita, ciertamente no considerará esta acción simplemente como una demostración más del sentido de humor político que ha caracterizado al gobierno de la presidenta Sansón.

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