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Apoyada contra el coche de Kashmareck, Lucie le hacía un resumen. Se había reunido con ella frente al domicilio de Szpilman, poco tiempo después de la llegada de los equipos de la policía científica y de dos forenses. Desde hacía varias horas, personas de uniforme entraban y salían de la vivienda.

Lucie señaló con un gesto de cabeza la puerta abierta.

– Los forenses han estimado la hora de la muerte. Se produjo la misma noche que el asesinato de Claude Poignet. Los asesinos sabían que la desaparición violenta del restaurador de films y el robo de la bobina nos harían regresar aquí, así que eliminaron a la única persona que podía identificarles. En cuanto a la novia… Tuvo la mala suerte de encontrarse aquí y no se anduvieron con chiquitas.

Lucie suspiró.

– El disco duro del ordenador y todos los libros de la biblioteca han desaparecido. Había libros de historia, sobre el espionaje y los genocidios. ¿Acaso Szpilman había tomado notas en sus páginas? ¿Tal vez había una obra en particular que nos hubiera podido poner sobre alguna pista? ¡Lástima, si lo hubiera sabido la primera vez que vine aquí!

– Esos robos me intrigan. El viejo Szpilman era un simple coleccionista.

– Era más que un coleccionista… Investigó sobre ese film, lo analizó al detalle y se puso en contacto con un tipo en Canadá que parece estar muy bien informado. De una manera u otra, los asesinos lo averiguaron.

Kashmareck sacó dos botellines de agua de la guantera refrigerada de su coche y le lanzó uno a Lucie.

– ¿Tú estás bien?

– Perfectamente.

– Tienes derecho a decir que no.

– Estoy bien, de verdad.

– Y tu hija, ¿se encuentra mejor?

– Ehh… sí. Esta mañana ha desayunado muy bien, y a mediodía ha devorado el almuerzo. Gracias a eso le han quitado la perfusión. Ahora, sólo nos falta esperar al veredicto del paso por el baño. La vida es así.

Kashmareck lució en su rostro una sonrisa que aquellos días había escaseado.

– A todos nos pasa. Los chavales están para recordarnos que las prioridades no son siempre las que creemos. Aunque a veces sea difícil, ponen orden en nuestras vidas.

– ¿Cuántos hijos tiene?

– Más de los necesarios. -Miró su reloj-. Bueno, voy a hablar con la policía belga para que tengamos acceso a la información desde Lille al mismo tiempo que aquí. Puedes marcharte. Ve a pasar un rato con tu hija, hasta que aquí se aclaren las cosas. Tienes mal aspecto y los próximos días las cosas aún pueden ponerse mucho peor.

– Vale.

Apretó los labios, inmóvil.

– Sabe, comandante, en este último crimen hay alguna cosa que me da mala espina.

– ¿Qué?

– Sobre el terreno, los forenses han contado treinta y siete cuchilladas en la chica y cuarenta y una en el chico… Tenían heridas por todo el cuerpo, incluso en los órganos genitales. Heridas profundas, de varios centímetros. En algunas ocasiones el arma se hundió hasta la empuñadura, lo han visto por las marcas provocadas por el metal alrededor de las incisiones. Vistas las características de éstas, y la similitud en la manera de clavarlas, piensan que ha sido obra de un único agresor.

El jefe respondió con un silencio. No había nada que decir ni explicar. Lucie le miraba fijamente.

– Eso ya es pura locura, comandante. En sus gestos y en su manera de actuar. Hay algo anormal en la lógica de su proceder. El mismo tipo de gesto irracional de las niñas de la película, hace más de cincuenta años.

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