9

Viena, la mañana posterior al concierto


Jake Malinak, el único guía turístico invidente de la Escuela Española de Equitación -y probablemente de toda Viena- le estaba explicando al grupo de visitantes que le habían confiado aquella mañana las generalidades más importantes del centro:

– Esta escuela de equitación es la más antigua del mundo. Se fundó en 1572 con caballos andaluces, los más renombrados de Europa. Aquí la doma clásica se practica en su forma más pura y apenas se ha alterado desde el Renacimiento.

Uno de los turistas le interrumpió para preguntar:

– Perdone, ¿es cierto que los caballos nacen negros y luego se vuelven blancos?

Malinak sonrió porque esa cuestión parecía intrigar a todo el mundo.

– El dato es correcto, caballero. ¿Cuántos de ustedes han visto la película Marea Roja, en la que se enfrentan Gene Hackman y Denzel Washington a bordo de un submarino nuclear?

Se irguieron varias manos en el grupo.

– Aunque no las pueda ver, sé que muchos tienen sus manos levantadas, porque esa película la están pasando continuamente por televisión. Ya pueden bajar los brazos, señoras y señores.

«Recordarán que en Marea Roja, Denzel Washington, que la última vez que pude verle era de color, le restriega a Gene Hackman el hecho de que aunque los lipizanos son blancos, cuando nacen son negros como el azabache y tardan ocho largos años en adquirir el blanco grisáceo que lucen en la escuela. A decir verdad, también hay muchos que nacen bayos, o sea, pardo-rojizos, con lo que si Denzel Washington hubiera sido indio, también habría podido jorobar al capitán.

El turista que había formulado la primera pregunta debía de sentirse ya portavoz del grupo porque volvió a intervenir.

– Gene Hackman también pierde una apuesta en la película al asegurar que los lipizanos son originarios de Portugal.

– En realidad, ni siquiera son españoles, sino árabes, lo que pasó es que el caballo árabe se convirtió luego en el andaluz. Cuando los Habsburgo, que reinaron en España durante muchos años, se enamoraron de estos animales y los llevaron a Viena, los cruzaron con los caballos del Karst, una raza que se conocía desde hacía siglos por su resistencia y robustez. Es decir, que la pequeña joya que es el lipizano, y digo pequeña porque mide 1,60 desde la cruz, es el resultado del mestizaje entre un aristócrata -el caballo andaluz- y un campesino -el caballo del Karst.

Una mujer japonesa se desentendió por unos instantes de las explicaciones del guía para tratar de sacar algunas fotos de la gran sala de exhibiciones. El ruido del obturador no pasó desapercibido para Malinak.

– Lo siento, no está permitido tomar fotografías ni filmar en vídeo, aunque con mucho gusto les aclararé todo lo que quieran saber de este lugar en el que estamos ahora, al que llamamos la Escuela de Invierno, por estar completamente a cubierto. Hasta 1920 esto fue un picadero privado, para aristócratas vieneses, y a partir de esa fecha las representaciones fueron abiertas al público. Además de exhibiciones ecuestres, bajo este techo color marfil, que cubre una auténtica obra de arte de carpintería interior, han tenido lugar importantes eventos históricos: Georg Friedrich Händel y Beethoven estrenaron aquí algunas de sus obras más importantes.

– ¿Beethoven? Si se rumorea que odiaba los caballos -dijo un hombre de unos cincuenta y cinco años, muy alto y desgarbado, pero con aspecto de buena persona, que se había aproximado subrepticiamente al grupo de turistas.

– Hola, Otto -dijo Malinak dirigiéndose al recién llegado con gran familiaridad-. Les presento al subdirector y veterinario jefe de la Escuela, el señor Otto Werner. Desprecia a Beethoven porque él ama a los caballos y parece ser, en efecto, que a Beethoven estos animales no le hacían una gracia excesiva. ¿Qué te trae por aquí, Otto?

El doctor Werner agarró del brazo al guía ciego y lo apartó del grupo, para poder hablarle sin ser escuchado por los turistas.

– ¿A qué hora terminas aquí?

– Tengo otro grupo a la una y luego ya he acabado en la Escuela, pero pensaba irme a Baden después de comer. Toca Alfred Brendel en el Museo Beethoven que hay en la calle Rathausgasse, ¿por qué?

– Quiero hablar contigo de un asunto que me preocupa.

– Si es muy urgente, anulo lo del concierto.

– No, por favor. Lo que pasa es que yo mañana tengo que viajar a Piber, porque hay un semental enfermo, y tampoco quería demorarlo demasiado.

– ¿No me puedes adelantar nada?

– Prefiero que lo hablemos con calma, en mi despacho, y no aquí en presencia de tantos turistas. Hacemos una cosa: voy a pedir tu horario de trabajo y yo te busco cuando sepa positivamente que no estás ocupado con ningún grupo.

Cuando Malinak oyó alejarse al doctor Werner, se volvió a su grupo de visitantes y preguntó:

– ¿Dónde estábamos?

– Nos decía que Beethoven estrenó aquí varias obras.

– Ah, sí, Beethoven. ¿Sabían que en 1814, cuando ya estaba prácticamente sordo, dirigió en esta sala un gigantesco concierto en el que participaron más de setecientos músicos?

Загрузка...