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Después de haber despachado a la policía, Otto Werner salió de sus oficinas en la Escuela Española de Equitación dispuesto a comprarse un libro que acababa de descubrir en internet: La Amada Inmortal y otras mujeres de Beethoven. Tan intrigado estaba por conocer la identidad de la persona que se había colado sin permiso en sus dependencias, para robar aún no se sabía qué misterioso objeto, como por saber a cuál de las innumerables amantes del compositor podía estar dirigida la carta que había sido hallada bajo el entarimado de la Escuela. Lo primero era misión de la policía, lo segundo tal vez podría llegar a establecerlo él mismo, después de haber dado un minucioso repaso a las relaciones sentimentales que Beethoven había mantenido a lo largo de su vida.

Werner, que no era ningún experto en Beethoven, sí conocía, como decenas de miles de aficionados al cine, las dos películas que se habían hecho sobre el músico en los últimos años y que tenían como eje argumental las tormentosas relaciones del genio con el otro sexo. La Amada Inmortal, en la que Gary Oldman daba vida al gran músico, aventuraba la hipótesis de que el amor de su vida había sido su cuñada, y que por lo tanto la enfermiza obsesión de Beethoven por obtener la custodia de su sobrino podía llegar a explicarse por el hecho de que se trataba en realidad del hijo que había tenido con la mujer de su

hermano, antes de que este falleciera; hijo de quien la madre intentaba apartarlo. Aunque completamente indemostrable, la hipótesis era al menos verosímil, pues aunque no se sabe si llegaron a ser amantes o no, lo cierto es que Beethoven mantuvo una relación afectiva muy intensa de amor-odio con su cuñada, que existió realmente y que se llamó Johanna Reiss.

La otra película, Copyng Beethoven, en la que Ed Harris era el encargado de dar vida al compositor, iba todavía más allá, en el sentido de que introducía un personaje completamente ficticio en un episodio de la vida del genio sobre el que había abundante información, como es el estreno de la Novena Sinfonía. En la película, una tal Anna Holz, estudiante de composición en el Conservatorio de Viena, mantenía una relación platónica con Beethoven, al tiempo que le ayudaba a preparar las particelle o partituras individuales que los distintos instrumentistas necesitan colocar en su atril el día de la ejecución de la obra. Antes de comprar el libro, Werner estuvo consultando algunos otros que le hacían compañía en la sección de biografías musicales y que versaban más o menos sobre el mismo tema. En El reverso tenebroso de Beethoven, por ejemplo, el ensayista hablaba de sus relaciones con las prostitutas y con las mujeres de sus amigos. El libro decía que así como sus relaciones afectivas con el otro sexo habían decaído bastante en los últimos años de su vida, su libido en cambio no había disminuido con la edad ni como consecuencia de los múltiples y frecuentes achaques, que a veces le mantenían postrado en cama durante días. A su amigo y alumno Ferdinand Ries, que se encontraba en Londres, le escribió en cierta ocasión una carta, con motivo de un inminente viaje a la capital inglesa, que luego nunca llegó a realizar, en la que le advertía que vigilara bien a su esposa, pues aunque ya todos le consideraban un viejo, él era en realidad un «viejo joven». En los cuadernos de conversación que utilizaba para comunicarse con sus semejantes cuando la sordera se volvió galopante, Beethoven revelaba detalles de su vida privada de los que jamás hubiésemos tenido noticia de haber tenido intacto el oído.

«¿Adónde iba usted cuando le vi por la calle cerca del Haarmarkt?», le pregunta uno de sus interlocutores en uno de dichos cuadernos. Y Beethoven, en un latín horripilante contesta «Culpam trans genitalium», es decir, «atribúyale la culpa a la carne».

Pero no solo echaba canitas al aire con las rameras vienesas, sino que algunos de sus amigos le ofrecían, a modo de tributo carnal al genio, la posibilidad de pasar la noche con sus esposas. En la más importante biografía sobre el músico escrita hasta la fecha, el erudito Maynard Solomon aseguraba que Karl Peters, un amigo de Beethoven, le escribió en cierta ocasión en su cuaderno de conversación: «¿Le agradaría acostarse con mi esposa?». Y continúa Solomon: «Y aunque no consta la respuesta de Beethoven, sí figura una frase del tal Peters en el sentido de que iría a buscar a su mujer».

Werner se quedó admirado de la cantidad de teorías sobre la vida erótico-sentimental de Beethoven que plasmaban sus diferentes biógrafos. En El gran sublimador se decía que Beethoven había muerto virgen y que toda su energía sexual la había canalizado a través de la música. El autor sostenía que el músico carecía de sex-appeal, ya que era corto de estatura, tenía la cara picada de viruelas y solía ir con algodones sobresaliéndole de los oídos, empapados en un líquido amarillo. Llevaba una melena negra muy descuidada, que le caía todo elrato sobre el rostro, y sobre todo, hacía gala de un descuido en el vestir y de una falta de higiene que a las mujeres les provocaba un profundo rechazo. Otro volumen decía que Beethoven era homosexual y que había estado enamorado de su sobrino, otro más afirmaba que Beethoven era negro y que estaba excepcionalmente dotado. A Werner también le llamó la atención un ensayo que, por el título, parecía ser una biografía de Frank Sinatra, Fly me to the moon, pero que resultó ser un trabajo muy documentado sobre Giulietta Guicciardi, la condesa que inspiró a Beethoven la más conocida de sus sonatas, la Claro de luna. En la portada aparecía una mujer muy parecida a Valeria Golino, la actriz que había dado vida a la italiana en la película La Amada Inmortal. Werner se enteró de que había sido alumna de piano de Beethoven, que tenía diecisiete años cuando la conoció, que aceptó su propuesta de matrimonio, pero que el padre se opuso, porque no le veía futuro a Beethoven: no tenía empleo fijo, y lo de su sordera ya empezaba a saberse en Viena.

Cuando estaba a punto de dirigirse a la caja para pagar La Amada Inmortal y otras mujeres de Beethoven, Werner vio salir de la sección de audiolibros al guía Jake Malinak. Se acercó a él y antes de dirigirle la palabra, vio que se disponía a adquirir el mismo ensayo que él, solo que en versión hablada.

– Otto -llamó Malinak-, ¿eres tú?

El veterinario se quedó estupefacto ante el hecho de que el ciego hubiera detectado su presencia.

– Sí, Jake, soy yo. ¿Cómo lo sabes? -Te pasas el día entre caballos y yo tengo el olfato bastante desarrollado -bromeó Malinak-. ¿Has comprado algo?

– No te lo vas a creer, pero tengo en la mano el mismo libro que tú. Se ve que el hallazgo de esa carta ha despertado en ambos un súbito interés por Beethoven.

– Si de verdad te interesa llegar a saber quién es esa misteriosa mujer a la que va dedicada la nota manuscrita del músico, conozco a una persona que nos puede ser de gran ayuda.

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