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Nada más salir del hotel Palace, Daniel estuvo a punto de devolverle la llamada a Alicia, pero había un ruido tan ensordecedor en la calle que prefirió esperar a llegar al Departamento para que la conversación fuera más relajada. Un instante antes de ponerse el casco le pareció ver, reflejada en el retrovisor de la moto, y a unos veinte metros de distancia, la figura de un hombre que le observaba, pero al girar la cabeza para averiguar de quién se trataba, el tipo se había esfumado como por encanto, así que no volvió a pensar en él.

Cuando llegó al despacho, utilizó el teléfono fijo para telefonear a su novia, de modo que la conferencia se cargara a la cuenta del Ministerio de Educación.

– Cuánto has tardado. ¿Qué tal con Sophie Luciani?

– Muy bien. Me ha dado lo que quería.

– He visto su foto en los periódicos. Es muy guapa.

– Sí, bastante -respondió Daniel, que le contó que gracias a la hija de Thomas ya disponía de la grabación del concierto. Como le ponía nervioso cualquier conversación en la que se mencionara a la Luciani, cambió de tema.

– Voy muy bien con el libro. ¿Tú qué tal estás?

– Bien. Pero ya te he dicho que no te he llamado para hablar de eso.

– Pero ¿está todo en orden?

– ¿«Todo en orden» significa si va bien el embarazo?

– Cómo me conoces.

– No lo he interrumpido. Ya te dije que me iba a dar unos días para pensarlo.

– Me puse el otro día muy pesado con el tema. Tal vez tengas razón y no sea el momento adecuado.

– Un poco inoportuno sí que ha sido. Pero no me gusta tomar decisiones precipitadas.

– ¿Cuándo te viene bien que vaya a verte?

– Este fin de semana no, al otro. Pero igual te doy yo una sorpresa.

– ¿Vienes a la boda de Humberto y Cristina?

– Es difícil, pero no imposible.

– Te echo de menos.

– Ya me he dado cuenta. Por eso te he tenido que llamar yo. ¿Viste lo que te mandé acerca del cuadro?

– ¿Fuiste tú? ¿Por qué no me lo dijiste?

– Estaba demasiado enfadada contigo. Pero comprendí que te vendría bien para tu libro y me pareció mal no enviártelo. ¿Te ha sido útil?

– Es fantástico.

Daniel le contó a Alicia lo que había descubierto acerca de las notas en el cuadro de Beethoven y una vez que hubo terminado ella dijo:

– ¿No quieres saber qué he averiguado?

– Por supuesto. Pero que conste que pensaba llamarte yo esta tarde.

– Es solo una teoría -dijo Alicia zanjando ya el tema-. Pero si fuera una casualidad, sería demasiada casualidad.

– ¿Tiene que ver con los números que te mostré en la trattoria?

– Sí. Tú sabes en lo que trabajo, ¿no?

– Si no llevas una doble vida, eres ingeniera de sistemas.

– Ya, pero ¿alguna vez te he explicado exactamente qué hace una ingeniera de sistemas?

– Ayudáis a la gente a optimizar sistemas de comunicaciones y redes informáticas.

– Exacto. Cuando me contaste el otro día la historia del esclavo que utilizó ese rey griego para comunicarse en secreto con un aliado, me interesó sobremanera, incluso profesionalmente. Y ya cuando me dijiste que las notas de la cabeza eran una clave Morse numérica, me planté delante del ordenador y estuve haciendo algunos cálculos.

– Yo introduje los ocho números en Google a ver qué salía y el buscador no hacía más que remitirme a una serie de páginas bursátiles. ¿Tú qué resultados has obtenido?

– Sin ánimo de ofender, los programas que manejo yo aquí son bastante más sofisticados y completos que todo lo que puedas tener en el despacho. Tenemos un software, por ejemplo, llamado Kepler -ya sabes, como el matemático alemán- que sirve, entre cientos de otras cosas, para ordenar series de números al azar de manera que cobren algún significado.

– O sea que si le metes al revés mi número de teléfono, ¿sabe que es mi número?

– No llega a tanto. Tienen que ser series numéricas que tengan relevancia nacional, o aún mejor, internacional. Por ejemplo, si yo le digo a Kepler que me ordene los números 2 8 0652613 0, el programa lo primero que hace es constatar que se trata de una serie numérica de diez dígitos. A continuación, busca en su base de datos qué códigos o números internacionales constan de diez cifras y luego te pregunta si quieres que averigüe si el número que has introducido se corresponde con alguno de esa serie. En este caso, como el código que he utilizado como ejemplo tiene diez cifras, Kepler nos dice que puede corresponder a un número de teléfono de Estados Unidos, que tienen diez dígitos, pero también nos informa de que los ISBN, es decir, los códigos que identifican los libros a nivel internacional, están formados por diez números. Como en este caso sé que se trata de un ISBN, porque para eso he elegido yo el número, le digo a Kepler que busque correspondencias en ese campo.

– La serie numérica que acabas de mencionar, ¿de dónde proviene?

– Es solo un ejemplo, ten paciencia. Es necesario que te dé todas estas explicaciones para que al final, lo entiendas mejor. En el restaurante me pediste que te ayudara a pensar, ¿no es eso?

– Por supuesto. Es solo que me tienes intrigado… y fascinado.

– Pues espera -dijo Alicia, a quien siempre le enorgullecía exhibir sus dotes intelectuales ante su novio-, aún no ha llegado lo bueno. Después de realizar sus cálculos y examinar todas las variantes, proceso que a veces puede durar varias horas, Kepler agrupa y ordena la serie que le he dado y me dice que el número puede corresponder al siguiente ISBN: 0-613-28065-2. Como se trata de un código internacional y ningún libro puede tener un ISBN igual a otro, no hay más que consultar en internet a qué ejemplar corresponden esas cifras.

– ¿Y de qué libro se trata?

– ¿Estás delante del ordenador?

– Sí.

– Solo tienes que introducir la serie en tu buscador de internet y sabrás de qué estamos hablando.

Daniel se hizo repetir por teléfono la serie de diez dígitos y tras anotarlos en la casilla de búsqueda de Google, oprimió la tecla. Enter. A los dos segundos exclamó:

El silencio de los corderos, de Thomas Harris.

– Exacto. Pero la serie que tenemos entre manos no tiene diez dígitos, sino ocho, luego no puede ser un libro. Kepler me informa de que entre las series numéricas con relevancia internacional de ocho cifras figuran las coordenadas geográficas. Ya sabes, cuatro parejas de números que expresan la ubicación de un lugar mediante grados y minutos, tomando como punto de partida el ecuador por un lado y el meridiano de Greenwich por otro. Me gusta esa posibilidad, porque desde el comienzo hemos considerado el tatuaje de Thomas como una especie de mapa del tesoro. Al introducir la serie en un localizador geográfico, me da que la serie tatuada


4, 7, 2, 0, 1, 3, 2, 0


»se corresponde con las coordenadas geográficas de Austria: 47° 20' al norte del ecuador y 13° 20' al este de Greenwich.

Daniel guardó silencio durante unos instantes, mientras procesaba toda la información que le estaba proporcionando Alicia por teléfono.

– Es extraordinario -exclamó.

– ¿Lo dices en serio? Mira que Austria es muy grande.

– Por lo menos sabemos que la partitura no se ha movido de Austria. Thomas podría habérsela llevado a Nueva Zelanda. O incluso haberla escondido aquí en España. Pero me juego el cuello a que la partitura está en Viena.

– Una apuesta muy arriesgada -dijo Alicia-, teniendo en cuenta que ya hay una persona decapitada.

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