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La mañana del concierto, el inspector Mateos recibió un sobre acolchado que venía de París. En el remite ponía:


Billards Delorme

56, Rue des Filies de Sainte Geneviève-du-Mont


Al abrirlo, se percató de que contenía una docena de cartas de amor escritas a Ronald Thomas por la mujer española a la que Delorme había aludido en su entrevista días atrás.

Al igual que las misivas que Beethoven escribiera en su día a la misteriosa Amada Inmortal, estas también estaban fechadas solo con el día del mes y de la semana, y firmadas con una inicial, L. Databan todas de la misma época, un período en el que, al parecer, la mujer se encontraba convaleciente de una enfermedad, durante la cual él la había estado cuidando. Al empezar a remitir la dolencia, Thomas se había sentido con fuerza para alejarse unos días de su lado, aunque era evidente, por la frecuencia con la que se escribían, que la pareja estaba muy unida y que él había estado seriamente preocupado por su salud.

La primera de ellas comenzaba:


Hola, bichejo, ¿cómo estás? ¿Qué tal tu día? Espero te encuentres muy bien y descansando en casita…

¿Qué te cuento? Que ya estoy mucho mejor, gracias a ti y a tus apapachos.

De verdad que de solo imaginarme todas las caricias que me hacías cuando estábamos juntos, me he empezado a sentir mucho más animada…


No había en el contenido de las cartas ningún indicio que pudiera ayudar a Mateos a identificar a la mujer, pero gracias a una alusión a una extraordinaria nevada que había caído en el Sahara unos días antes de la escritura de la misiva, el inspector pudo establecer que las cartas eran de 1979. Consultando calendarios antiguos se dio cuenta de que solo había un año en el que el 12 de marzo hubiera caído en lunes y en el que además se hubiera producido una nevada semejante en el Sahara, hecho que la mujer ligaba a unos versos de una canción que le gustaba mucho y que incluía en una de las epístolas.


Si el fuego del amor

arde tan intensamente

que llegue a consumirnos,

rezaré al cielo

para que nieve en el Sahara


Ante la imposibilidad de averiguar más datos partiendo del contenido de las cartas, el inspector Mateos se desplazó hasta la Comisaría de la Policía Científica para que su buen amigo Salmerón, un auténtico mago del análisis grafológico, le orientara acerca de la personalidad de la mujer que las había escrito. Salmerón destacaba tanto en su profesión que sus superiores le habían colocado al frente del primer equipo de agentes especialistas en grafología árabe: con el auge creciente del fundamentalismo islámico, esta disciplina se había convertido en esencial y más necesaria que nunca.

Mateos encontró a Salmerón charlando con un argelino

que al parecer supervisaba los trabajos de la unidad, pero en cuanto le vio llegar despidió a su colaborador y le hizo un gesto para que se acercara.

– ¿Cómo tú por aquí? -le dijo, al tiempo que le daba un fuerte apretón de manos.

– Necesito que le eches un vistazo a estas cartas -respondió Mateos mostrándole el fajo remitido por Delorme.

– Uf, estoy hasta arriba de trabajo. ¿Te urge mucho?

– No es tanto la urgencia como el hecho de que si mando las cartas a través del conducto oficial, igual caen en manos de un grafólogo que no eres tú.

– Eso seguro, yo ya solo me dedico a grafística, y encima en árabe. ¿Qué quieres saber de las cartas?

– Intento averiguar quién las escribió, y a falta de eso, me conformo con conocer su personalidad.

– Es mi especialidad, por mucho que mis jefes se hayan empeñado en darme la patada para arriba. Aquí lo único que hago son pruebas periciales caligráficas, ya sabes, cotejo de manuscritos para descubrir su autoría, autenticidad de la firma, etc. Pero lo verdaderamente apasionante de esta profesión -y en lo que yo, modestia aparte, he destacado un poquito más que mis colegas- es la grafopsicología. Quizá porque me la tomo en serio, cosa que muchos de mis compañeros no hacen. Como bien sabes, en más de una ocasión he logrado, analizando la escritura de un maltratador, presentar ante un juez un dictamen que posibilitara la orden de alejamiento, antes de que se llevara a cabo la exploración psicopatológica, que como sabes es un proceso que lleva mucho tiempo.

Mateos agitó el puñado de cartas delante de su amigo y luego dijo:

– ¿Ni un vistazo rápido?

Salmerón agarró las cartas. Echó una ojeada a su alrededor y comprobó que había demasiada gente.

– Vamos a otro lugar. Estaremos más tranquilos.

Los dos agentes se encerraron en un despacho del que bajaron las persianas y el grafólogo ordenó cuidadosamente las doce cartas sobre la mesa, en dos filas superpuestas. Tras examinarlas en silencio durante un buen rato, ayudándose algunas veces con una potente lupa, el policía se quitó las gafas.

– Ya he visto suficiente.

– ¿Qué me puedes contar?

– Sea quien fuese esta mujer, debes tener mucho cuidado con ella. La letra es, en apariencia, alegre, como de persona amigable, pero solo en apariencia. En realidad te enfrentas a una persona fría e introvertida, ¿ves la escritura? Está inclinada hacia la izquierda. Es una persona muy sigilosa y taimada, uno de los rasgos más típicos de la personalidad criminal. ¿Ves cómo traza las oes? Se cierran en un anillo perfecto, lo que apunta a una persona a la que le encanta ocultar cosas. Los puntos de las íes también se cierran de forma agobiante sobre las astas, lo que indica disimulo, reserva. Las tes me llaman poderosamente la atención, porque los brazos no cruzan el palo, lo que apunta a una persona emocionalmente torturada y sin conciencia clara del bien v del mal.

– Pero ¿todo esto es científico?

– Hay cerca de trescientos rasgos destacables en la caligrafía humana; obviamente, nunca están presentes todos a la vez. Analizados uno a uno y de forma separada pueden no querer decir nada. Pero cuando los examinas de forma conjunta y cada rasgo confirma el anterior, te puedo asegurar que las conclusiones a las que se llega son muy fiables.

– Continúa, por favor.

– Coge la lupa y observa bien la terminación puntiaguda del rabito de la t: está expresando hostilidad y ansias de venganza. Escribe muy espaciado, lo que indica una necesidad de llamar la atención, o por lo menos de que se esté todo el rato pendiente de ella. Así a bote pronto, es lo primero que se me ocurre, aunque si dispusiera de más tiempo te podría decir muchas más cosas. ¿De dónde han salido estas cartas?

– Tienen que ver con un caso que tengo entre manos.

– Yo he visto esa caligrafía en algún sitio. Para nosotros los grafólogos, la caligrafía de una persona es como para los fisonomistas una cara. No se nos olvida nunca.

– ¿No puede tratarse de una letra que sea parecida? Mira que estas cartas son de 1979. Igual tú ni habías nacido.

– No lo sé -dijo Salmerón-. Déjame que le dé un par de vueltas y si asocio la letra con la persona, te doy un toque.

Y tras decir esto, salió súbitamente del despacho y dejó solo a Mateos con un puñado de cartas que, cada vez estaba más convencido de ello, podían ponerle sobre la pista del misterioso asesino de Ronald Thomas.

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