Doce números más. Eso era lo que separaba a Daniel, según la juez y el forense, de la caja de seguridad donde estaba escondida la partitura de la Décima Sinfonía. En algún banco austríaco, probablemente vienés, Thomas había guardado el manuscrito musical más importante de los últimos siglos y nadie tenía por el momento la clave para establecer de qué entidad se trataba. Faltaban doce números que, en teoría, estaban codificados en el tatuaje de la cabeza del músico asesinado y que Daniel Paniagua, por más que le daba vueltas al asunto, no era capaz de descifrar. ¿Y si la juez y el forense estaban equivocados y el resto de la clave estaba en otro lugar, por ejemplo, en un segundo tatuaje? Eso resultaba sumamente improbable, pensó, ya que el cuerpo de Thomas debía de haber sido revisado e inspeccionado por el equipo forense de Pontones hasta el último pliegue de su piel. ¿Y si el asesino había descifrado ya la clave y estaba ya a miles de kilómetros de distancia, con la partitura en su poder? En ese caso tendría que haberse presentado en el banco para retirar la partitura y los empleados de la entidad podrían dar una descripción pormenorizada de su aspecto físico. Cada vez le resultaba más claro que descifrar la partitura hasta el final era el camino para detener al criminal que había decapitado al musicólogo.
Lo primero que hizo al salir del despacho de doña Susana fue llamar a su amigo Malinak para que averiguase si había habido un apellido De Casas en relación con la Escuela Española de Equitación. Luego consultó el buzón de voz y comprobó que tenía dos mensajes grabados, que respondió por orden. Primero telefoneó a Humberto, que se casaba con Cristina al cabo de tres días.
– Tengo un mensaje tuyo, pero como haces siempre, no me dices para qué.
– Nos ha pedido que fuera secreto pero eres amigo mío y te lo tengo que decir: Alicia viene a la boda y lo más fuerte…
– ¿Qué? Pero si no me ha dicho nada -le interrumpió Daniel.
– Es que quiere darte el notición por sorpresa.
– O sea que cuando vea a Alicia ¿tengo que hacerme el tonto y decirle que no sabía que venía?
– ¿De qué estás hablando? Si el notición no es que viene: es que va a tener el niño.
Daniel, que no tenía noticia alguna de Alicia desde que habían hablado acerca de las coordenadas del tatuaje, pensó que su amigo le estaba tomando el pelo. Pero luego se dio cuenta de que no era un asunto sobre el que Humberto pudiera gastarle bromas y le creyó a pies juntillas:
– ¿Cuándo te lo ha dicho?
– A mí no, se lo dijo a Cristina. Pero descolgué el teléfono el otro día sin querer, porque tenía que hacer una llamada y no me había dado cuenta de que la línea seguía ocupada y me enteré por casualidad.
– ¿No sabrás también el sexo?
– ¿Pero tú qué te crees que es esto, una agencia de información?
– La voy a llamar ahora mismo.
– Ni se te ocurra, que me dejas a mí con el culo al aire.
– La llamo de todas formas, pero no le digo que sé que vamos a ser papás.
– De acuerdo, pero como te vayas de la lengua, te hago cantar «Blanca y radiante va la novia» delante de todo el mundo.
Daniel telefoneó a Alicia nada más despedir a Humberto y logró mantener con ella una tierna conversación de media hora, en la que no aludió ni un solo instante ni a su inminente venida a España ni a la decisión que estaba a punto de cambiar sus vidas.
– ¿Nos vemos al otro fin de semana, en Grenoble? -dijo Daniel para concluir.
– Claro -respondió ella-. Es a ti a quien le toca ahora coger el avión.
Daniel estaba tan nervioso con la venida de Alicia y su decisión de tener el niño que se olvidó por completo del otro mensaje que tenía en el buzón. El que le había llamado, Duran, tuvo que hacerlo a las pocas horas, irritado por la falta de respuesta.
– Estaba en el juzgado y no te he podido llamar antes -se excusó Daniel-. ¿Sabes que voy a ser padre?
– Enhorabuena -dijo Durán sin preocuparse siquiera de simular entusiasmo. Le había felicitado como al que le toca el reintegro en la lotería. Su mente estaba en otra cosa.
– Marañón da por finalizado lo que podríamos llamar el luto por la muerte de Thomas y ha organizado otro concierto en su casa, al que, esta vez, nos ha invitado oficialmente a los dos.
– ¿Cuándo es?
– Mañana por la noche.
– ¿Tan pronto? Parece un concierto improvisado.
– Es que ha sido totalmente improvisado. La persona que va a dar el concierto privado es Isaac Abramovich.
– No puede ser -respondió Paniagua-. Abramovich toca mañana las tres últimas sonatas para piano de Beethoven en el Auditorio Nacional.
– Ha cancelado el concierto porque la directora del Auditorio no le ha permitido ensayar por la mañana.
– ¿Otra vez esa bruja ha vuelto a convertir el Auditorio en tanatorio?
Paniagua estaba haciendo alusión a la directora del centro, que con sus rígidos horarios y su actitud inflexible hacia las necesidades de los artistas, estaba provocando que cada vez mayor número de ellos se negara a actuar en el mismo.
– Marañón, al enterarse de que Abramovich había cancelado, se puso en contacto inmediatamente con su representante y le dijo que le doblaba el caché si ofrecía el concierto en su casa.
– ¡Las tres últimas sonatas! Aunque me figuro que a Marañón la que de verdad quiere oír es la última, la número 32. Está en do menor, tres bemoles en la armadura, como la Décima.
– ¿No te produce escalofríos?
– ¿Te refieres a la simbología masónica?
– Me refiero al hecho de que Marañón está convencido de que el asesino de Thomas aún no ha descifrado el tatuaje. Así que es muy posible que mañana, entre los invitados al concierto, esté también, buscando una pista que le conduzca por fin a la clave del código, la persona que le cortó la cabeza.