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El subinspector Aguilar le llevó un vaso de café al inspector Mateos con dos sobrecitos de azúcar.

– ¿Qué tal en casa de Marañón?

– Ahora mismo podría dar un seminario sobre la pena de muerte en la Francia de la Revolución francesa. Salvo eso, seguimos sin una pista clara.

– ¿Y la guillotina? ¿Ha dado autorización para que sea examinada?

– Demasiado tarde. Está en París, en el taller de un luthier. La están ajustando y limpiando.

– Con lo que todo posible rastro de adn ha desaparecido. ¿Y no es suficiente una conducta tan sospechosa para volver a pedirle a la juez una escucha telefónica?

– Voy a redactar ahora un informe y cuando se lo acerque al juzgado volveré a solicitar esa orden. Pero no te hagas muchas ilusiones. Esa mujer nos tiene enfilados desde el caso anterior y va a ser muy difícil obtener su colaboración. ¿Y tú? ¿Has llegado a alguna conclusión sobre las pistas que tenemos hasta ahora?

– Hay algo que me ha llamado la atención, y que se refiere al móvil de la víctima.

– ¿De qué se trata?

– Sabes que cuando uno está escribiendo un mensaje en el móvil y no puede enviarlo en el momento, la mayoría de los aparatos guardan ese mensaje en una carpeta llamada borrador.

– He visto el informe de la policía científica acerca del móvil y no he advertido ningún mensaje que me llamara la atención.

– En la carpeta de mensajes no enviados solo había un único mensaje guardado que decía: dggcxfi fxsl.

– Eso no es ningún mensaje -dijo Mateos.

– ¿Si no es ningún mensaje, qué hacía guardado entonces en la carpeta borrador?

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