El inspector Mateos estaba esperando a Daniel en su despacho cuando este llegó al Departamento, a las cinco menos cuarto de la tarde.
El policía se había sentado en su sillón y había entreabierto la ventana para que el humo del cigarrillo saliera por la rendija, pero como no había encontrado cenicero por ninguna parte, estaba echando la ceniza en el celofán que previamente había retirado de la cajetilla. Cuando vio a Daniel, se levantó, cambió de mano el cigarrillo y le dio un apretón que le dejó la mano dolorida durante cinco minutos.
– Gracias por atenderme, confío en entretenerle el menor tiempo posible.
– No se preocupe -dijo Daniel, que estuvo tentado de recordarle la prohibición de fumar en todo el edificio. Pero no lo hizo, e inmediatamente sintió vergüenza de sí mismo por no tener el valor de decirle a un policía que apagara el cigarrillo.
– ¿Podemos hablar aquí mismo?
– Sí, claro, es mi despacho. Aquí no nos va a molestar nadie. Lo malo es que no tengo nada para ofrecerle, ni siquiera un cenicero.
– No se preocupe, ya lo apago.
El inspector Mateos dio una última calada al cigarrillo, que estaba todavía a la mitad y luego lo arrojó por la ventana, sin preocuparse de quién podía pasar bajo la misma en ese momento. Daniel se vio obligado a sentarse en la silla de cortesía que había al otro lado de la mesa y el policía entró en materia inmediatamente.
– Le voy a poner las cartas boca arriba, señor Paniagua. En una investigación criminal, la encargada de las actuaciones necesarias para esclarecer los hechos es la policía. Una vez practicadas todas las diligencias se confecciona un atestado que se le hace llegar a Su Señoría. Pero si el juez, por la razón que sea, investiga por su cuenta, que puede hacerlo porque, para bien o para mal, un juez que instruye un sumario puede hacer lo que le dé la gana, y se olvida de comunicar lo que sabe a la policía, se produce una descoordinación que no es buena para el progreso de la investigación.
– No entiendo a qué se refiere.
El policía metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó una tarjeta que le tendió a Daniel.
– Sí que lo sabe. Tenga, aquí están mis teléfonos. A partir de este momento le ruego que cualquier descubrimiento ulterior que haga usted sobre la partitura que llevaba el señor Thomas tatuada en la cabeza, me lo haga saber inmediatamente.
Daniel cogió la tarjeta y la dejó sobre la mesa.
– Yo lo único que le he dicho a Su Señoría es que las notas del tatuaje corresponden al concierto Emperador.
– Lo sé, y por eso estoy aquí. Ahora mismo esa es la única pista que tenemos para atrapar al asesino. En el lugar del crimen no se han encontrado huellas, ni pelos, ni fibras vegetales. El asesino conoce bien los métodos de la policía científica, ya que ha logrado algo muy difícil, que es no dejar rastro.
– El caso es que yo tengo una idea acerca del posible móvil del crimen.
Daniel le explicó al inspector Mateos la teoría, que en realidad era de Marañón, de que la partitura podía ser una especie de mapa que condujese hasta el manuscrito de la Décima.
– ¿Y en las últimas horas, ha llegado usted a alguna conclusión sobre lo que quieren decir esas notas?
– A ninguna en absoluto.
– Hábleme de ese Concierto Emperador-dijo el policía-. Lamento ser tan ignorante, pero le confieso que yo de Beethoven lo único que conozco es la Quinta Sinfonía. Y de la Quinta, creo que nunca he pasado de las cuatro primeras notas: pa – pa – pa – paaaam.
Nada más terminar el inspector de tararear el más famoso motivo musical de toda la historia, Daniel experimentó una súbita revelación, como si fuera Arquímedes cuando comprobó que el agua de la bañera de su casa se desbordaba al ser desplazada por el volumen de su propio cuerpo.
– ¡La Quinta Sinfonía! ¿Pero cómo he podido estar tan ciego?
El inspector se dio cuenta de que Daniel acababa de atar algún cabo importante, aunque no podía sospechar ni de lejos la trascendencia que iba a tener su descubrimiento en el transcurso de la investigación.
– ¿He dicho algo que le haya podido ser de ayuda?
– ¡La partitura… se trata de una clave Morse! -exclamó Daniel con gran convencimiento-. ¡Por eso Thomas cambió los valores de las notas!
– Perdone, pero a mí, que soy lego en la materia, me lo tiene que dar más mascadito. ¿Qué quiere decir con lo de la clave Morse?
– Cuando ha entonado el comienzo de la Quinta Sinfonía me ha venido a la memoria que durante la Segunda Guerra Mundial, los aliados utilizaron esas cuatro primeras notas para infundir ánimos a las tropas. Pa – pa – pa – paaaam, tres corcheas y una blanca, tres notas cortas y una larga. En Morse serían tres puntos y una raya, lo que equivale a la letra V de la victoria. Se trata de un episodio bélico-musical muy conocido. Se da usted cuenta de la ironía, ¿no? Un compositor alemán, adorado por el Führer, utilizado por la BBC como indicativo de la emisora antes de cada parte de guerra.
– ¿Tiene por ahí las notas de la cabeza?
Daniel sacó de la americana un papel arrugado con el pentagrama de Thomas. Lo apoyó sobre la mesa, lo giró para que el inspector lo viera al derecho y empezó a indicarle con el dedo cómo estaban agrupadas las notas en la partitura.
– ¿Se da cuenta? La melodía no fluye, como en el concierto original de Beethoven, sino que está todo el tiempo entrecortada por esos signos de ahí, que son los silencios.
– ¿Se refiere a esos signos verticales que parecen banderolas?
– Exacto. Actúan de separadores de las letras, que son los grupos de notas. Vamos a ver qué signos Morse son y luego veremos a qué letras corresponden:
»4 cortas y 1 larga – 2 largas y 3 cortas – 2 cortas y 3 largas – 5 largas – 1 corta y 4 largas – 3 cortas y 2 largas – 2 cortas y 3 largas y 5 largas.
»En total hay ocho signos. ¿Conoce el alfabeto Morse?
– Nos lo hacen aprender para ingresar en el Cuerpo Nacional de Policía, pero debo confesarle que lo tengo bastante abandonado.
Daniel se levantó de la silla y después de bordear la mesa, se fue a colocar junto al inspector Mateos para poder tener acceso al ordenador. Aunque Daniel hubiera sido incapaz en ese momento de decir si la colonia que llevaba el inspector era barata o cara, de lo que sí estaba seguro es que se había echado en exceso. Sin ser desagradable, era una colonia que Daniel no se hubiera atrevido a ponerse jamás, porque olía a señor mayor adinerado, más tendiendo a notario que a registrador de la propiedad.
– Ganamos tiempo si en vez de esperar a que haga usted memoria, buscamos en Google el código Morse.
Al cabo de pocos segundos tuvieron ante sí una página que explicaba a qué letras del abecedario correspondían los signos Morse y, para sorpresa de ambos, se encontraron con que las notas de la partitura no equivalían a letras sino a números. Cuando Daniel terminó de transcribir los ocho caracteres que incluía la partitura se encontró con las siguientes equivalencias.
– El código encriptado en la partitura consta pues de ocho números: 4, 7, 2, 0,1, 3, 2, 0 -dijo Daniel.
– ¿Y tiene usted idea de lo que pueden significar esos números? -dijo desconcertado el policía.
– Ni la más remota. Claro que yo no soy matemático; igual se trata de una serie conocida, como la de Fibonacci.
– Ha leído demasiadas novelas de misterio. Lo más probable es que se trate de algo mucho más vulgar, como un número de teléfono.
– Thomas no era una persona vulgar, por lo que no podemos descartar ninguna hipótesis, ni siquiera la de que se trate de numerología. ¿Sabe en qué consiste?
– No tengo ni la más remota idea.
– Me extraña, porque ahora la televisión está plagada de programas sobre estos temas y algunos están muy bien hechos. La otra noche, por ejemplo, estuvieron hablando del número de la Bestia, el 666, que es parte de la numerología hebrea.
– Ah, sí, lo vi empezar, pero me aburrió y cambié de canal. Llegué a entender que 666 es, encriptado, el nombre de Nerón, pero no llegué a enterarme muy bien de por qué.
– Es que es muy complicado. Los antiguos judíos hacían corresponder a cada letra de su alfabeto un número determinado. Las diez primeras letras son los números del 1 al 10. Las siguientes van del 20 al 100. Y las restantes del 200 al 900. La N inicial de Nerón, por ejemplo, es 50. La R es 200…
– Se ha saltado la E.
– Los pueblos semitas no escriben las vocales. Así que Nerón Cesar, en arameo, se escribe nrwn qsr, cuyos números sumados dan la bonita cifra de 666. La bestia era Nerón porque perseguía a los cristianos.
El inspector Mateos empezó a impacientarse, aunque en su siguiente pregunta trató de controlar el tono de voz para que no se le notara:
– Pero ¿y qué aplicación concreta tiene todo esto a la serie que tenemos entre manos?
– La afición a convertir palabras en números no se da solo entre los antiguos hebreos, también es frecuente entre los músicos. Bach, por ejemplo, que era muy consciente del valor simbólico de determinadas cifras, se dio cuenta de que las letras de su nombre, sumadas, daban 14. B = 2, A=1, C = 3, H = 8.
– Continúe, por favor. Ahora sí creo que nos estamos aproximando a algo.
– Bach convirtió el número 14 en una especie de firma. Se dice que cuando le ofrecieron pertenecer a la Sociedad Musical más prestigiosa de Leipzig, él demoró el ingreso hasta estar seguro de que le iban a asignar el número 14. Y en el cuadro que se hizo para colgarlo en la mencionada institución, posó con una chaqueta en la que había 14 botones.
– Los números de la partitura son 4720132 0. ¿A qué letras corresponden?
– Todo depende del valor que le demos al cero. Si la A es 1, el cero no tiene correspondencia, por lo que me inclino a pensar que podría ejercer la función de separador o espacio en blanco, como hemos visto que hacen los silencios en la partitura. Por lo tanto, tendríamos un primer grupo de tres letras, D H B, y un segundo grupo de otras tres, A C B.
– Eso parece la matrícula de un coche.
El inspector Mateos se puso en pie con la clara intención de marcharse.
– Está resultando de inestimable ayuda, señor Paniagua. Voy a facilitarles estos números a los criptógrafos de la policía, a ver si ellos sacan algo en limpio. Y vuelvo a insistir en que, independientemente de los informes que le pida Su Señoría, es imprescindible para la buena marcha de la investigación que toda información valiosa relacionada con este caso se la comunique simultáneamente a la policía.
– En ese caso -dijo Daniel- he de decirle que Jesús Marañón ofrece una recompensa de medio millón de euros por cualquier información que lleve a la localización del manuscrito de la Décima Sinfonía.
– No se ha estirado mucho entonces, teniendo en cuenta lo que pueden llegar a valer esos manuscritos.
– También debo informarle de que estuve con él esta mañana, en su mansión, y me mostró un espeluznante museo de instrumentos de tortura que tiene en el sótano de su casa.
– Coleccionar cosas raras no está tipificado como delito -dijo Mateos con una sonrisa enigmática, como si ya hubiera oído hablar del museo de Marañón.
– Hablando de cosas raras. Esta mañana estuve a solas en su casa y me dio un extraño apretón de manos.
– ¿De veras? -dijo el inspector-. No me diga que colocó su dedo pulgar sobre el nudillo de la primera falange de su índice.
– ¿Cómo lo sabe?
– Es un apretón de manos masónico. Marañón estaba intentando saber si usted pertenece a la hermandad.
– ¿Marañón es masón?
– En efecto, aunque no sabemos aún a qué logia pertenece. Probablemente a la Gran Logia Escocesa, ya que su madre desciende de los Estuardo, los Stuart en inglés.
– ¡Por eso le interesa tanto la Décima! -exclamó Daniel-. Además del valor artístico, él debe de estar convencido de que es una obra masónica.
– ¿A qué se refiere?
– Tanto la partitura tatuada en la cabeza de Thomas como la Décima Sinfonía, comparten un elemento común: tres bemoles en la armadura. Es posible que Marañón contemple la Décima Sinfonía como el gran testamento masónico de Beethoven.
– Hágame un favor, señor Paniagua. Deje de suministrarle información a Jesús Marañón. Se está metiendo en un jardín muy peligroso.
– ¿Usted cree que está intentando captarme para su logia?
– No, no funciona así. Los masones nunca piden a nadie que ingrese en la sociedad. Es uno el que tiene que solicitarlo; por otra parte, entrar en una logia no es tan sencillo. Pero aún más difícil que ingresar es abandonar la sociedad una vez dentro.
– ¿A qué se dedican?
– En teoría se trata de una sociedad filantrópica. Dicen que tienen como fin la búsqueda de la verdad, el estudio de la ética y la práctica de la solidaridad. Sus principios, eso afirman ellos, son la tolerancia mutua, el respeto a los demás y de uno mismo, y la absoluta libertad de conciencia. Pero del dicho al hecho… ya sabe.
– No, no lo sé. ¿Es que están bajo sospecha?
– En una organización con tantos siglos de historia y con tantas ramificaciones internacionales, se imaginará usted que ha habido y sigue habiendo de todo. En Italia, ya sabe que los masones de la logia P2 se cargaron a Roberto Calvi, el director del Banco Ambrosiano. Y aquí en nuestro país tenemos también elementos muy peligrosos.
– ¿Ah sí? ¿Por ejemplo, quién?
Bastó con que Mateos le mencionara el nombre de un famoso empresario asociado a una logia española para que Paniagua comprendiera que si los masones estaban detrás del asesinato de Ronald Thomas, la resolución del caso podría llegar a ser de una complejidad extraordinaria.