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La excitación intelectual siempre volvía bulímico a Daniel, y la llamada de Marañón, convocándole en su casa para el día siguiente, hizo que devorara, frente los atónitos ojos de Humberto y Cristina, un desayuno que cinco minutos antes no se había animado ni a probar. Al constatar que la implicación de su amigo en el caso Thomas iba en aumento, le recomendaron encarecidamente que no descuidara su vida personal:

– Haz las paces con Alicia lo antes que puedas y sobre todo no te olvides de que nuestra boda es dentro de pocas semanas. Si no asistes, tanto Cristina como yo te retiraremos el saludo para siempre y luego yo, a título personal, te castraré.

Camino del Departamento, Daniel se dio cuenta de que había dos preguntas que le bullían en la cabeza. ¿Se atrevería su novia a poner fin a su embarazo sin volver a hablar con él? ¿Para qué querría verle un hombre tan poderoso e influyente como Marañón?

La primera clase que Daniel impartió ese día volvió a estar centrada, a petición de los alumnos, a los que había fascinado el tema, sobre el uso que los distintos compositores, a lo largo de la historia, habían hecho de las notas musicales que pueden ser empleadas como letras.

– No siempre se trata de una dedicatoria a una mujer, como en el caso de Schumann -explicó Daniel-. Hay músicos que han utilizado las notas como una especie de firma. El caso más célebre, por supuesto, es el de Bach.

Daniel escribió las cuatro notas que formaban el apellido del alemán en una pizarra especial, que tenía ya dibujadas, con material indeleble, las cinco líneas del pentagrama.

– B es si bemol, A es la, C es do y H es si natural.

– ¿Y cómo suena eso? -preguntó María Gil, una alumna que a veces le ponía en aprietos por el procedimiento de coquetear abiertamente con él en clase.

– ¿Es que ninguno se atreve a entonarlo?

La clase entera, compuesta por unos quince alumnos, dio la callada por respuesta.

– Me consta que hay aquí personas que, además de musicología, están estudiando canto -dijo Daniel, que se acercó a la ventana y miró al cielo durante un instante, como escrutando las nubes-. Lo digo porque sería una verdadera lástima que tuviera que cantar yo el motivo, con el día tan maravilloso que hace, habiendo aquí voces de primera.

Uno de los alumnos se dio por fin por aludido, y con una espléndida voz de barítono, entonó el motivo Bach de cuatro notas. La clase le aplaudió como si hubiera interpretado un aria de La pasión según San Mateo. Luego, Daniel continuó con su disertación:

– Bach utilizó las notas que forman su nombre en varias composiciones, a modo de autógrafo secreto, aunque os aclaro que la correspondencia entre las notas y las letras que sirven para designarlas solo puede emplearse para mensajes breves y muy elementales, ya que los compositores únicamente tienen a su disposición las primeras letras del abecedario. El húngaro Béla Bartók, por ejemplo, utilizó las dos primeras letras del alfabeto para firmar con sus iniciales en alguna partitura y luego hay algún músico bromista, como es el caso del irlandés John Field, que en el siglo XIX agradeció a su anfitrión la opípara cena con la que le había obsequiado, con una serie de canciones basadas en B E E F y en C A B B A G E S, que podríamos traducir como ternera con repollo.

– Odio la comida inglesa -apostilló María.

– El odio también se puede expresar con notas -continuó Daniel. Edward Elgar, el de Pompa y circunstancia, se vengó de algunos críticos musicales que le habían vapuleado de manera inmisericorde, incluyendo sus iniciales, mediante una cifra musical, en el coro de los demonios de su oratorio El sueño de Gerontio.

Daniel hizo una pausa, para dejar que los alumnos, que le escuchaban en silencio reverente, fueran asimilando nombres y conceptos y luego dijo:

– Como veo que os interesa la relación entre música y mensajes codificados, me toca hablar ahora de Alberti. ¿Sabéis a quién me refiero?

¿La arboleda perdida? -preguntó María-. ¿Marinero en Tierra?

– Gracias, María, pero evidentemente, no me refería al poeta gaditano sino a Leone Battista Alberti. ¿Nunca habéis leído nada acerca de él?

– ¿Nos puede proporcionar bibliografía sobre él? -preguntó un alumno.

– Por supuesto, Alberti es clave cuando se estudian las relaciones entre la música y la criptografía. Encontraréis su biografía en las Vidas de Giorgio Vasari. Reíos vosotros de Leonardo da Vinci y su famoso y novelesco código. Alberti, que es infinitamente menos conocido que Leonardo, sumaba todavía más habilidades y talentos que su paisano: era pintor, poeta, lingüista, filósofo, criptógrafo, arquitecto y, lo que más nos afecta a nosotros, músico. En pleno siglo XV, inventó una rueda -Daniel dibujó como mejor supo una rueda de Alberti en la pizarra-, aparato que pasó a ser conocido como la «Cifra de Alberti», que consistía en dos ruedas concéntricas que se podían girar a voluntad para hacer corresponder las letras y números de arriba con los signos de abajo. El que encriptaba el mensaje, mediante este sencillo código de sustitución, no tenía más que hacerle saber al destinatario en qué posición debían estar las ruedas para poder leer correctamente el texto. En el caso que he dibujado en la pizarra, por ejemplo, dada la posición de las ruedas, si yo quisiera filtrar a uno de vosotros de manera secreta, un mensaje cualquiera, como por ejemplo…

– El lugar y la hora de una cita -se apresuró a decir María.

– Eso puede valer. Vamos a poner como lugar…

– Hontanares. Me refiero a la cafetería -aclaró la alumna.

– Muy bien. Y la hora…

– A las catorce -volvió a decir la chica, haciendo enrojecer a Paniagua, que escribió en la pizarra los doce caracteres que le había suministrado esta, pero cifrándolos con la rueda de Alberti.

– Pero el código Alberti es un código de letras -objetó el barítono que había entonado momentos antes el motivo de Bach-. ¿Qué tiene que ver con los mensajes disfrazados de música?

– Para poder encriptar mensajes complejos disfrazados como si fueran una partitura solo nos haría falta crear una rueda de Alberti -y fabricar una es tan sencillo que la puede hacer cualquiera con solo dos discos de cartón- en la que las casillas de la rueda más pequeña sean notas musicales. Yo mismo quizá diseñe una esta misma tarde para tratar de resolver un pequeño acertijo que me han planteado hace menos de veinticuatro horas.

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