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Cuando Paniagua llegó a clase, después de su truculenta charla con Durán, comprobó que Villafañe había empezado a torturar a sus alumnos con una disertación acerca de «Los idiófonos no percutidos en las culturas precolombinas del sur del Amazonas». Incluso a él mismo, que era musicólogo, le costó recordar lo que son los idiófonos, instrumentos que no necesitan cuerdas ni membranas para emitir sonido, como la campana. Todos sus alumnos, a excepción de uno, llamado Sotelo, que era el pedante de la clase, a quien cuanto más abstrusa era una lección más entusiasmo le despertaba, estaban dormidos o en estado semicomatoso.

Paniagua se alegró de que al menos Villafañe les hubiera hablado a sus alumnos de un tema que, por más tedioso que fuera, era de su competencia. La última vez que le había sustituido, había abordado una cuestión de musicología y a él le costó un mes entero que sus alumnos desaprendieran los disparates que les había inculcado en tan solo cincuenta minutos.

Dio las gracias a su colega y luego decidió aprovechar la media hora que quedaba todavía de clase para aclarar algunos conceptos que había comenzado a exponer en la lección anterior.

Daniel hizo un esfuerzo sobrehumano por concentrarse en su explicación, porque lo cierto es que tenía la cabeza ocupada por otras cuestiones: por un lado, Thomas y su espeluznante final; por el otro, el inesperado embarazo de Alicia. Como estaba de muy pocas semanas, ambos se habían dado unos días para decidir lo mejor, aunque de los dos, Daniel era el más proclive a tener el bebé.

Pero si las dudas y vacilaciones sobre su propia paternidad consumían parte de sus energías, el asesinato de Thomas y su extraño comportamiento en las horas anteriores a su muerte reclamaban también su completa atención. A modo de rápidos flashbacks, le venían a la mente, una y otra vez, detalles aislados de la conversación que había mantenido con la víctima, en las horas anteriores a su trágico final: Thomas rodeándose el cuello con la mano, en una tétrica e inconsciente anticipación de que se lo iban a rebanar muy poco tiempo después; su resistencia a dejarle pasar a un camerino en el que no había ni un alma; la extraña llamada telefónica que había impedido -ya para siempre- que pudiera formularle algunas preguntas clave sobre la Décima Sinfonía. Y por encima de todo, la desasosegante fotografía del cuerpo decapitado del músico, que parecía contorsionarse en un lacerante calvario de dolor post mórtem.

A Daniel no le pareció oportuno comenzar la clase comentando el concierto y el crimen, por miedo a que eso consumiera el escaso tiempo del que disponía, pero como tenía la mente completamente enajenada, tuvo que solicitar ayuda a sus alumnos:

– ¿Por dónde íbamos?

– Nos hablaba usted de las Variaciones ABEGG de Schumann -dijo Sotelo.

– Ah, sí, ya me acuerdo -respondió Paniagua-. Las letras son notas y las notas son letras. El otro día veíamos cómo las notas musicales en alemán no se llaman do, re, mi, fa, sol sino que a cada nota se hace corresponder una de las primeras letras del alfabeto, empezando por la nota la. La es A, si es H, do es C, y así sucesivamente…

Daniel se fue a la pizarra y escribió la serie entera mientras hablaba


A = la; B = si bemol; C = do; D = re;

E = mi; F = fa; G = sol


A Schumann le encantaba leer y escribir y a menudo partía de ideas literarias para desarrollar sus composiciones musicales. Esta pasión por la letra impresa se vio reflejada también en su manera de cortejar a las mujeres que quería seducir. Aprovechando que en su idioma las letras son notas, Schumann ideó varias composiciones en torno a temas que tenían sentido tanto musical como literario. Era el caso de las Variaciones ABEGG: se llaman así porque giran en torno a un motivo compuesto por las notas la-si bemol-mi-sol-sol; pero al tiempo estas letras componen el apellido de una joven pianista, a la que Schumann conoció en Mannheim, llamada Meta Abegg. Schuman utilizó esta técnica en otra ocasión para camelar a Ernestina von Fricken, una muchacha que había nacido en la localidad alemana de Asch. En esta ocasión el tema estaba compuesto por las notas la, mi bemol, do, si. La S no es ninguna nota, pero se pronuncia igual que mi bemol, que se escribe Es, así que Schumann la hizo pasar por mi bemol.

Paniagua se pasó el resto de la clase preguntándose por qué misteriosa razón el enamoradizo Beethoven nunca había utilizado esta técnica para seducir a sus innumerables amantes.

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