A causa de la monumental agarrada que habían tenido en el restaurante, Alicia no permitió que Daniel la acompañara al aeropuerto, por lo que tuvieron que ser sus amigos Humberto y Cristina los que la acercaran a la terminal. Tras despedirse de ella, y a petición de Daniel, se reunieron con él en una cafetería cercana a su casa para desayunar juntos y que este pudiera desahogarse.
– Creo que esta vez has metido la pata hasta el fondo, compañero -le dijo Humberto mientras esparcía sobre la tostada que le acababan de servir, con gran minuciosidad y parsimonia, un fino reguero de aceite de oliva.
– La conozco. Ya se le pasará.
– ¿Que se le pasará? -replicó Cristina en un tono de voz que no dejaba lugar a dudas sobre en qué bando estaba-. ¿A quién se le ocurre presionarla para que tenga un niño? ¡Si parece que te importa másel bebé que ella!
– Yo sé lo único que le importa a Daniel en estos momentos -dijo Humberto-: la Décima Sinfonía de Beethoven.
– ¿También os lo ha contado? Pues en eso tiene razón. No puedo dejar de escuchar en mi cabeza la música que interpretaron en casa de Marañón y cada vez estoy más convencido de que era la auténtica sinfonía y no una mera reconstrucción. ¡Si pudiera demostrarlo!
– Tú lo que tienes que hacer ahora -anunció Cristina mientras le robaba a Humberto media tostada untada en aceite- es olvidarte un poco de Beethoven. No conviene obsesionarse tanto. Dejas pasar un par de días para que amaine el temporal y luego te coges un avión y te plantas en Grenoble con un ramo de flores. Tu chica necesita que la cuides y que la mimes, y más en un momento como este.
– ¿Cómo podrías demostrar -intervino Humberto dirigiendo una mirada torva hacia Cristina por arrebatarle la mitad de su desayuno- que lo que oíste en casa de Marañón era la auténtica sinfonía?
– Con la partitura que utilizó Thomas, que a su vez debe de ser una transcripción del manuscrito original de Beethoven. Estoy seguro, por muchos testimonios y cartas de la época, de que ese manuscrito existe. También podría tratar de obtener una grabación del concierto para estudiar la obra con calma y determinar, uno por uno, todos los elementos geniales que había en ella: el sello de Beethoven.
– ¿Por qué no intentas conseguir una de las dos cosas? A lo mejor Marañón grabó el concierto.
– Eso -apuntó Cristina-. Tú jaléale aún más, para que termine de olvidarse de que tiene una mujer y un bebé en camino de los que ocuparse.
– Esto también es importante, Cristina, no fastidies. Se trata de su desarrollo profesional y de su carrera. Mira como la otra no ha dudado un instante en marcharse dos años a Grenoble porque era bueno para su curriculum.
– De momento -recondujo Daniel- he de concentrarme en descifrar las notas del tatuaje que había en la cabeza de Thomas. Eso es lo que me ha pedido la juez, soy su perito.
– Una cosa no está reñida con la otra -dijo Humberto.
– Tienes razón. Podría solicitar también una entrevista con Jesús Marañón.
– ¿Te conoce?
– Estuvimos hablando un rato antes del concierto. Supongo que aún se acordará de mí. No sé si me recibirá, debe de tener una agenda muy cargada. Pero tal vez él grabara el concierto.
Cristina y Humberto se dieron cuenta de que Daniel no había tocado ni el café, ni el zumo de naranja ni el sándwich mixto que le había pedido al camarero.
– Come un poco -sugirió Humberto-. Tienes mala cara. La bronca con Alicia te ha afectado más de lo que crees.
– No es eso -insistió Daniel-. Es que no tengo hambre.
– Y el crimen también ha debido de dejarte tocado. ¿Viste la cabeza cortada?
– Calla, no me lo recuerdes. ¿Sabéis? Todo esto es muy, muy inusual. No suele ser frecuente que se carguen a un músico.
– ¿Y John Lennon qué? -saltó Cristina.
– El único caso. Decidme otro.
– No me viene ahora ninguno a la cabeza -reconoció la chica.
– Yo solo puedo recordar un caso en la historia: Alessandro Stradella, un compositor del siglo XVI que le arrebató la novia al noble que lo tenía a su servicio. Su patrón le envió a dos matones, que se lo cargaron a puñaladas. Los músicos somos más de suicidarnos: David Munrow, Kurt Cobain, Tchaikovsky.
– ¿Tchaikovski? -exclamaron a dúo Humberto y Cristina.
– Al menos lo intentó. Igual que Schumann, que lo tuvieron que sacar del río al que se había arrojado.
– Has mencionado hace un momento a Kurt Cobain -dijo Humberto-, pero yo estoy convencido de que a ese se lo cargó Courtney Love.
– Tú eres muy peliculero -replicó su novia-. También tenías la teoría de que el asesino de Lennon era un tipo contratado por la CIA.
– Y lo sigo creyendo. No solo porque me gusten las teorías conspirativas, que reconozco que me encantan, sino porque, objetivamente, Lennon era un personaje muy incómodo para el gobierno de Estados Unidos y Nixon lo tenía atragantado.
– Me pregunto si en el caso de Thomas… -empezó a decir Daniel, pero no logró acabar la frase: el móvil que había comprado para sustituir al que le había desaparecido hacía poco comenzó a sonar y en la pantalla apareció el aviso de «llamada sin identificar».
– Cógelo, hombre -dijo Cristina-. A lo mejor es Alicia para hacer las paces.
– No, siempre me llama sin ocultar el número.
– A lo mejor es deljuzgado -apuntó Humberto.
Daniel descolgó por fin el teléfono y oyó la voz de una secretaria.
– ¿Daniel Paniagua, por favor?
– Sí. ¿Quién es?
– Don Jesús Marañón quiere concertar una entrevista personal con usted. ¿Le viene bien mañana a las once?