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Daniel Paniagua se sirvió del teléfono para comunicarle al inspector Mateos su teoría acerca de Beatriz de Casas, pero a doña Susana prefirió decírselo personalmente, por lo que, tras cerciorarse de que Su Señoría iba a estar aquella mañana en su despacho, se personó en el juzgado. Nada más entrar en las dependencias judiciales, una oficial le dijo que esperase unos segundos ya que la magistrada estaba con una visita. Daniel aprovechó el tiempo muerto para observar detenidamente la oficina en la que trabajaban los once funcionarios que asistían a la magistrada en la instrucción de los distintos sumarios. La mayoría eran mujeres de mediana edad, que procuraban combatir con buen humor la ansiedad que les provocaba la prohibición de fumar en edificios públicos.

– Échame otra vez el aliento -le decía una gordita a la oficial que tenía a su derecha-, que si no me voy a tirar por la ventana.

La interpelada simulaba que obedecía la petición de su compañera y exhalaba una larga bocanada de humo invisible en su dirección. Ante la curiosidad de una tercera, la gordita explicaba:

– Es que se acaba de fumar un Marlboro Light de estrangis en el baño, y le he dicho que tiene que compartirlo.

La escasa dotación económica de la justicia española en general y de ese juzgado en particular, era apreciable en la escasez de archivadores, que hacía que los distintos papeles y legajos se hacinasen sobre las mesas y las sillas de los oficiales, y también en el deplorable aspecto de los ordenadores, algunos incluso con monitor en blanco y negro y con varias vueltas de cinta aislante negra alrededor de la carcasa de la pantalla, para evitar que esta se descuajeringase de puro vieja.

En el momento en que iba a matar el tiempo limpiando la memoria de su móvil, se abrió la puerta del despacho de doña Susana, de donde salieron dos personas con gabardina. Daniel había visto tipos con más pinta de policías que aquellos, pero solo en los telefilmes de Kojak que había devorado durante la infancia.

Doña Susana salió un momento al baño y al ver a Daniel le dijo:

– Pasa y siéntate. Ahora estoy contigo.

Al entrar al despacho de la juez vio que este no estaba vacío, sino que una de las sillas estaba ocupada por el forense, que al verle se levantó y le estrechó efusivamente la mano.

Como iban transcurriendo los segundos y Pontones no abría la boca, Daniel empezó a darle conversación, para ahorrarse la tensión del silencio.

– Siempre he querido saber cómo llegan los casos a los juzgados. ¿Cada magistrado está especializado en algún tipo de delito o de criminal?

– No -dijo el forense-. Los casos se reparten entre todos los juzgados por riguroso sorteo. Si no, un delincuente podría, teóricamente, «pedirse» a un juez determinado, o viceversa, con las lamentables consecuencias para el correcto funcionamiento del sistema judicial que puedes imaginar.

– ¿O sea que el caso Thomas llegó a vosotros por puro azar?

– Sí, fue por azar. Dio la casualidad de que Susana y yo teníamos guardia de incidencias el día en que asesinaron a Thomas y por regla general, el juzgado que está de guardia se queda, por decirlo así, con el caso que le ha tocado, por el simple hecho de que estaba de guardia.

– ¿Y estáis contentos con que os haya tocado este sumario?

– Sí y no. El caso, como sabes, es muy complejo, pero hay que reconocer que desde el punto de vista puramente criminológico, resulta sumamente estimulante, aunque solo sea por el hecho de que se aparta por completo del noventa por ciento de los sumarios que tenemos siempre entre manos: droga, droga y más droga.

A esta aclaración siguió cerca de un minuto de incómodo silencio, durante el cual ni él ni Pontones intercambiaron palabra alguna. Por fin, se abrió la puerta a sus espaldas y regresó doña Susana, que fue a sentarse tras la mesa de su despacho.

– ¿Te han dado el talón? -inquirió la juez.

– ¿Qué talón?

– Por el informe pericial.

– No. Pensaba que me lo tenías que dar tú.

– ¡Solo me faltaría tener que ocuparme también de la contaduría y la caja! -respondió de buen humor la magistrada. Se llevó la mano derecha a la boca, para ocultar su deslucida sonrisa y añadió-: Luego se lo pides a Alejandra, esa oficial gordita que se sienta al fondo.

– Sí, ya la he visto.

– Bueno, ¿qué me traes? -le preguntó la juez cambiando el tono a uno más profesional.

Y viendo que Daniel miraba al forense como preguntándose si podía hablar con toda confianza en su presencia, doña Susana le tranquilizó con una sonrisa.

– Puedes hablar con toda confianza. Felipe está en el equipo.

Tras extraer un papel del bolsillo en el que figuraban las notas del cuadro y las letras correspondientes, Daniel explicó con todo lujo de detalles su teoría acerca de Beatriz de Casas.

– Nosotros -dijo el forense- también tenemos que comunicarte algo. La policía cree que el manuscrito de la Décima Sinfonía puede estar en una caja de segundad asociada a una cuenta corriente.

– ¿Cómo habéis llegado a esa conclusión?

– A través de un mensaje que había en el móvil de Thomas -continuó el médico-. Por otro lado, sabemos por tu magnífico trabajo de investigación, que las notas de la cabeza de Thomas son las coordenadas geográficas de Austria, lo que nos lleva a pensar que la caja de seguridad pertenece a un banco de Viena. Solo hay un pequeño obstáculo, que por ahora nos resulta insalvable, y es que los números de la partitura son solamente ocho.

– Y una cuenta bancaria tiene veinte dígitos -explicó Daniel, completando el razonamiento del forense.

– No es correcto del todo. En Austria, el llamado Código de Cuenta Cliente no lo componen veinte números, como en España, sino dieciséis Los cinco primeros números del código son para identificar el banco, y el resto son los dígitos de la cuenta corriente.

– ¿No tienen dígito de control?

– No. Y tampoco identifican la sucursal del banco, como nosotros.

La magistrada cogió un folio en blanco y un bolígrafo y trazó una serie de signos que inmediatamente mostró a Daniel:


ESkk BBBB GGGG KKCC CCCC CCCC

ATkk BBBB BCCC CCCC CCCC


– Ahora sí que estoy perdido -dijo Paniagua.

– No me extraña, porque si los números que nos has dado corresponden a un código internacional, la cosa se complica todavía más -explicó la juez-. ¿Sabes lo que es el IBAN?

– International Bank Account Number -respondió inmediatamente el forense, antes de que Daniel pudiera contestar. Se trata de una serie de caracteres alfanuméricos que identifican una cuenta determinada en una entidad financiera en cualquier lugar del mundo.

– La primera fila corresponde a un IBAN español -continuó la magistrada-. Las letras es nos dicen que la cuenta está en España, luego hay dos dígitos de control del IBAN y a continuación los veinte números de la cuenta.

La segunda fila es un IBAN austríaco, at son las siglas para Austria, luego dos dígitos de control, cinco números para identificar el banco, y once para la cuenta corriente.

– Veinte caracteres en total -dijo el forense-. En la cabeza de Thomas hay ocho números. ¿Dónde están los otros doce caracteres?

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