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Jesús Marañón había sido informado por un compañero de logia, antes de que se publicara en la prensa, del descubrimiento de un nuevo retrato de Beethoven. El millonario no tuvo necesidad de solicitar el póster a través de internet, ya que se desplazó a Munich en su reactor privado y gracias a su dinero y a sus contactos, consiguió que le permitieran el acceso a la exposición de Stieler, cuando esta no se había abierto aún al público.

Ahora lo contemplaba embelesado en la soledad de una de las galerías de la Neue Pinakothek, recreándose hasta en sus más mínimos detalles, con la ayuda de una potente lupa.

Como las conexiones de Beethoven con la masonería aún no habían podido establecerse, y el millonario estaba ansioso por poder demostrar que el más grande músico de Occidente también había pertenecido a la hermandad, era vital llevar a cabo un examen minucioso del retrato, por si se habían incluido en él símbolos o referencias masónicas claras. El primer presidente de Estados Unidos, George Washington, por ejemplo, que había nacido cuarenta años antes que Beethoven, se había retratado a veces con un mandil masónico que le había regalado el general Lafayette. El mandil era un símbolo que tenía su origen en los primitivos delantales de trabajo de aquellos maestros constructores medievales que se dedicaron a levantar catedrales por toda Europa en tiempos pasados. Marañón intentó buscar, por ejemplo, en el retrato el característico suelo masónico, a cuadros blancos y negros, símbolo de la alternancia entre la luz y la oscuridad que es consustancial a todo proceso de aprendizaje, pero no encontró nada de ello. Tampoco divisó por ningún lado la escuadra y el compás, ni el ojo que todo lo ve, también considerados símbolos característicos de la hermandad. El retrato de Stieler estaba casi completamente centrado en la figura del maestro, que al igual que el famoso cuadro de Bach pintado en 1746 por Elias Gottlob Haussmann, sostenía en su mano derecha una pequeña partitura, tal vez alusiva a la obra que Beethoven estaba componiendo en ese momento. En segundo plano, detrás de la cabeza del músico, el único objeto perfectamente distinguible, por más que no estuviera conectado con la masonería, era un retrato de un anciano colgado de la pared de la estancia en la que posaba el genio. Marañón se preguntó por qué el cuadro había sido hallado en el palacio del único Bonaparte que tenía conexiones con la familia Thomas y decidió desplegar todo su poder y sus energías para tratar de averiguar si la aparición de la misteriosa pintura podía estar en relación con el manuscrito de la Décima Sinfonía de Beethoven.

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