Ivory se levantó y contestó al teléfono.
– ¿Qué noticias hay?
– Una buena y otra que lo va a contrariar un poco.
– Entonces empiece por la segunda.
– Es extraño…
– ¿El qué?
– Esa manía de elegir siempre primero la mala… Yo voy a empezar por la buena, ¡porque si no la otra no tendría ningún sentido! Se le ha pasado la fiebre esta mañana y ya no delira.
– Desde luego es una noticia maravillosa que me alegra profundamente. Me siento liberado de un enorme peso.
– Sobre todo será un alivio enorme para usted, sin Adrian toda esperanza de poder proseguir sus investigaciones se habría desvanecido, ¿verdad?
– Me preocupaba de verdad su recuperación. ¿Cree si no que me habría arriesgado a ir a visitarlo?
– Pues quizá no debería haberlo hecho. Temo que hayamos hablado demasiado cerca de su cama, parece que le han llegado retazos de nuestras conversaciones.
– ¿Y las recuerda? -quiso saber Ivory.
– Son reminiscencias demasiado vagas como para que les conceda importancia; lo he convencido de que estaba delirando.
– Es una torpeza imperdonable, no he sido prudente.
– Quería verlo sin ser visto, y los médicos nos aseguraron que estaba inconsciente.
– La medicina sigue siendo una ciencia algo aproximativa. ¿Está usted seguro de que no sospecha nada?
– Quédese tranquilo, Adrian tiene otras cosas en qué pensar.
– ¿Era ésta la noticia que iba a contrariarme?
– No, lo que me preocupa es que está decidido a marcharse a China. Se lo dije, nunca se quedará dieciocho meses de brazos cruzados esperando a que vuelva Keira. Preferirá pasarlos bajo la ventana de su celda. Mientras esté presa, sólo le interesará su liberación. En cuanto le den el alta, cogerá un avión para Pekín.
– Dudo mucho que obtenga un visado.
– Iría a Garther cruzando Bután a pie si fuera necesario.
– Tiene que reanudar la investigación, no puedo esperar dieciocho meses.
– Me ha dicho exactamente lo mismo con respecto a la mujer a la que quiere; y mucho me temo que, como él, tendrá usted que esperar y tener paciencia.
– A mi edad, dieciocho meses tienen un valor muy distinto, ignoro si puedo presumir de tener una esperanza de vida así.
– Vamos, vamos, si está usted hecho un chaval. Y la vida es mortal en el cien por cien de los casos -añadió Walter-, a mí podría atropellarme un autobús al salir de esta cabina.
– Reténgalo cueste lo que cueste, disuádalo de hacer lo que sea en los próximos días. Sobre todo no permita que se ponga en contacto con un consulado, y menos aún con las autoridades chinas.
– ¿Por qué?
– Porque el juego que nos traemos entre manos exige diplomacia, y no se puede decir que Adrian sea brillante en ese terreno.
– ¿Se puede saber lo que trama usted?
– En el ajedrez, a esta jugada se la llama enroque; le daré más detalles dentro de un par de días. Adiós, Walter, y tenga cuidado al cruzar la calle…
Una vez terminada la conversación, Walter salió de la cabina y se marchó a dar un paseo.